Marcos Roitman Rosenmann
Degradación política y virtud ética
Resultan inmorales y nada éticos los argumentos esgrimidos por los gobernantes adscritos al pensamiento neoliberal para seguir escaqueando la práctica de los derechos esenciales a una ciudadanía cada vez mas vacía de contenidos. Hoy día el acceso a la salud, el trabajo, la educación, la vivienda y los principios de autodeterminación de pueblos y etnias son considerados privilegios adquiridos y no derechos fundamentales. Declamar su existencia formal no conlleva su práctica real. Aduciendo escasez de recursos o costes inalcanzables, las elites neoliberales dejan en entredicho el principio del bien común que debe preceder toda acción de gobierno. A la luz de tanta infamia y explotación de-bemos preguntarnos si dichas elites gobernantes con responsabilidad política pertenecen a la especie humana cuando conscientemente niegan a otros lo que ellos disfrutan.
El proceso de degradación de la acción política está íntimamente ligado a lo ex-puesto. La pérdida de credibilidad de la mayoría de la población en el poder político para solucionar sus problemas cotidianos termina por inhibir a las personas de participar en su ejercicio. Los elevados ín-dices de abstención en los procesos electorales constatan lo enunciado. Bajo el manto de un individualismo extremo, el tópico "sálvese quien pueda; pero yo primero", cobra fuerza. La distorsión de objetivos y fines de la vida en común acaba por proponer una existencia donde lo importante es que el vecino fracase. Asimismo, en un mundo donde la televisión es un referente para la articulación social de conductas, resulta significativo que los programas de mayor audiencia y éxito reproduzcan comportamientos mezquinos en los que aflora el total desprecio a la dignidad humana. No hay límites, todo está permitido en la carrera por ganar el premio y eliminar al adversario. La competencia des-leal, la mentira, el engaño son argucias consideradas válidas si con ello se obtiene el triunfo. El mensaje resulta claro: haga lo que esté en su mano y no tenga escrúpulos.
En este orden de cosas llama la atención la proliferación de un juego cuyo objetivo consiste en seguir con vida tras intentar quitársela por voluntad propia. Reuniones secretas a las que acuden grandes millonarios para apostar y ver cómo el jugador de ruleta rusa se codea con la muerte o sigue con vida después de percutir el disparador se multiplican en todo el mundo. Esta práctica se considera hoy un espectáculo más dentro de la oferta para el entretenimiento selecto ofertado por el mercado. Es una atracción donde los espectadores arriesgan elevadas cifras por adivinar si la bala saldrá o no saldrá del cañón o sobre el grado de desfiguración craneal del jugador en caso de recibir el impacto balístico.
ƑQué motiva a una persona a jugarse la vida de esta manera? Como de costumbre la respuesta es el dinero y la posibilidad de llevar una vida llena de lujos. El mundo se construye bajo la máxima "a vivir que son dos días", y "mi vida me pertenece y hago con ella lo que me viene en gana". El sentido común de pertenencia social a la especie homo sapiens se diluye hasta hacerse imperceptible. La conexión ética entre se-res humanos, propia de la acción política, se desfigura. Pareciera que poco queda por decir y hacer bajo estas circunstancias. Un nuevo carácter afincado en la flexibilidad de la personalidad y en comportamientos pragmáticos es el punto de partida para eliminar el principio de dignidad humana y remplazarlo por el nihilismo.
Cuando naciones y pueblos ven secuestrada su memoria, su cultura y su identidad por elites políticas que no tienen empacho en jugar a la ruleta rusa como espectadores con la vida de sus conciudadanos, nos ha-llamos ante un problema de necesaria re-construcción de lo social. El llamado a defender y construir una conducta ética y una práctica democrática se convierten en principios básicos de un proyecto político revolucionario y radical. Luchar por la justicia, la democracia y la igualdad forma parte del rescate del hecho político. En educar para tener la capacidad de distinguir un acto político corrupto o signado por convicción ética estriba la construcción de ciudadanía política. Igualmente es la dimensión ético-política del legislador instruido en la defensa del bien común lo que pone límites a los procesos de toma de decisiones, evitando actos despóticos y ar-bitrarios. Si anulamos este componente ético sólo la violencia se alza para legalizar actos ilegítimos sin valor ético alguno. Las dictaduras son un buen ejemplo. También lo son gobernar bajo la premisa de poseer una mayoría absoluta o escudarse en procesos electorales no competitivos.
Abordar las demandas democráticas de salud, vivienda, educación, trabajo y potenciar el derecho de autodeterminación de pueblos y etnias que lo reclaman, así como atacar las nuevas formas de esclavitud infantil o la discriminación de género, entre otras, supone reconocer su justeza. Corresponde al poder político, en todos sus estamentos, legislativo, ejecutivo, regional y estatal, resolverlos éticamente. Si el poder político opta por el camino de escamotearlas se corrompe y su responsabilidad no puede quedar impune, no hay eximente para tal fechoría. El valor ético requiere asumir toda la responsabilidad y la convicción contenida en el acto político democrático. Si no se desean asumir ambas razones es mejor renunciar y dejar que otros, cuyo principio de actuación esté mediado por el compromiso ético, lo intenten. Lamentablemente, la renuncia sería posible si quienes ejercen el poder político evaluasen su comportamiento por medio de la virtud ética. Justamente por carecer de ella es por lo que ejercen el poder desde la doctrina liberal.