Marshall Berman
Amor y robo
3. Volvamos al camerino de Jack Robin. Hay muchas formas
en que un rostro negro puede ayudar a un judío. Michael Alexander
lo expresa bien al principio de su reciente ensayo, Jazz Age Jews
(Los judíos en la era del jazz, Princeton, 2001). En la misma
época en que la generación de Jolson salía del gueto
para insertarse en la clase media estadunidense, ''algunos de sus miembros
mostraban una conducta peculiar que no correspondía a su nueva posición
social. Actuaban como si estuvieran cada vez más marginados. Es
más, muchos se identificaban con individuos y grupos menos afortunados
(...) e imitaban, defendían e incluso participaban en la vida grupal
de los estadunidenses marginales (...) La identificación externa
(...) es una paradoja de la sicología del judío estadunidense.
Mientras los judíos ascendían en la escala social, se identificaban
con los de abajo (itálicas mías)".
Desde el punto de vista de la expansión consciente,
del crecimiento personal, el salto hacia la negritud puede abrir nuevas
y fructíferas sendas culturales. Para los jóvenes judíos
que no querían sujetarse a las normas sociales, pintarse la cara
de negro les permitía sentirse firmemente estadunidenses, incluso
patriotas, sin tener que sentirse blancos. Con el curso de las generaciones
los ayudaría a convertirse en Jerome Kern, los hermanos Gershwin
(''la verdadera canción folclórica estadunidense es... ¡un
rag!"), los hermanos Marx, Dorothy Parker, Leonard Bernstein, Norman
Mailer, Allen Ginsberg, Phil Spector, Bob Dylan, Lou Reed, Laura Nyro,
Richard Price y tantos otros que he olvidado o nunca conocí. Durante
décadas personas como éstas han ayudado a excavar la vasta
riqueza de la cultura negra, y abrirla para millones de blancos que no
la conocían. Y han confrontado a Estados Unidos con un yo acuso:
la traición a su pueblo negro es una traición a sí
mismo. Todo esto es espléndido. Sin embargo, cualquier judío
lo bastante rebelde como para querer ser negro -o incluso para pintarse
de negro- es bastante listo para darse cuenta de que hay algo que no es
kosher en el asunto. Sabemos cuánto hemos obtenido de ellos,
pero, ¿cuánto han obtenido ellos de nosotros? Creí
saberlo cuando leí a Ralph Ellison y a Franklin Frazier, pero, ¿qué
hemos hecho últimamente por ellos?
De
hecho, esta incomodidad culpable define el clímax de El cantante
de jazz. Cuando Yudelson pide a Jack/Jakie que vuelva, y que use su
voz para ayudar a su padre a morir, el ritual que quiere que realice el
cantante de jazz se llama Kol Nidre. Para judíos de mi edad o menores,
es el momento más dramático y espiritualmente intenso del
año. Ocurre en la noche en que principia el Yom Kippur, el Día
de la Expiación. Muchos judíos seculares que en todo el año
no se paran por la sinagoga sienten que tienen que ir para ese ritual.
El Kol Nidre es especial en cuanto es una plegaria dirigida no a Dios,
sino a otros hombres y mujeres. Una oración para el conocimiento
de uno mismo. Se supone que debemos reconocer todas las formas en que nos
hemos lastimado unos a otros durante el año, no sólo en nuestra
conducta exterior, sino también en nuestras sombras, en la fantasía
o el deseo. Su rasgo implícito de fe es que, si podemos mirarnos
unos a otros con pleno conocimiento de las cosas malas que hemos hecho,
o incluso de las que hemos soñado hacer, tendremos derecho de pedirnos
perdón mutuamente. Y, como dice William Blake, ''el perdón
mutuo de cada vicio es la puerta del paraíso".
Más que cualquier otro ritual judaico, el Kol Nidre
se sostiene en la música. El solo del cantor es la música
más apasionada y conmovedora del año litúrgico. Ninguna
otra puede traspasar la resistencia interior de la gente y abrir sus compuertas
emocionales. Cualquier judío que se somete a este ritual recuerda
a todos los miembros de la sinagoga que se preguntan qué caso tiene
pagar a un cantor, pero luego, después del gran solo, salen
del templo llorando y piden perdón por su olvido. En el clímax
de El cantante de jazz, Jolson canta la oración del Kol Nidre
con una intensidad y una fuerza emotiva que lo habían eludido hasta
entonces. El acto de retornar a su padre y su madre y al ''gueto", y de
conectar su edad adulta con su infancia, ha liberado energía inconsciente
y descubierto profundidades emocionales. Ahora puede cantar auténticamente
''con el corazón" por primera vez en su vida.
¿A quién implora perdón el cantante
de jazz? Quizá a sus padres, a cuyo mundo nunca perteneció;
quizá a sus amigos del mundo del espectáculo, que creyeron
en él y lo ayudaron a llegar al escenario que ahora desecha (así
lo cree). Es difícil saber quién está en la lista
de cada cual, pero podemos estar seguros de que en la de Jakie, y en la
de Jolson, están los negros que le enseñaron tanto, a quienes
despojó de labios, ojos, ritmos, melodías y esperanzas para
hacerlos suyos, cantarlos y gritarlos al mundo. Eso no quiere decir que
estemos de acuerdo con mi finado amigo Mike Rogin en que no sólo
esa película, sino toda la cultura pop creada por los judíos
del siglo XX es parte de un gigantesco crimen esencial judío contra
los negros, pero sin duda el guiso emocional de El cantante de jazz
contiene cierto sentimiento de culpa hacia los negros. El cantante quiere
ser perdonado porque su gran robo nació del amor.
La cinta de Jolson fue en realidad la tercera versión
de El cantante de jazz. La primera fue un cuento de Samson Raphaelson
publicado en 1922; la segunda una adaptación teatral del mismo autor,
ya con ese título, que se representó en Broadway de 1925
a 1927 y cerró temporada apenas un par de meses antes del estreno
de la película. Las tres versiones difieren en muchas formas, pero
todas reivindican lo que he llamado el mito de ''los últimos serán
los primeros": el acto de rechazar la artificialidad de Broadway, en favor
de valores supuestamente más auténticos, hace que el héroe
quede calificado para tener éxito en Broadway. En la película,
el último parlamento es el lamento más bien (klunky)
de la chica del héroe: ''Están escuchando al mejor comediante
de cara negra cantándole a su Dios". La escena se oscurece, pero
entonces, un instante después, un título nos dice: ''La temporada
pasa... el tiempo sana las heridas... y el espectáculo continúa".
La banda sonora se vuelve rítmica y jazzística, y en la pantalla
hay un corte rápido hacia un espectacular panorama de las luces
de Times Square. Luego cortamos a un teatro de Broadway, donde el héroe
de cara negra canta Mammy en un estilo que aúna el jazz a
la ópera, con un nivel de energía que resulta abrumador.
Su madre está entre el público, tomada de la mano con Yudelson,
y madre e hijo cruzan extasiadas sonrisas. No sólo el padre del
héroe con sus mandamientos y sus órdenes, sino todo el drama
trágico que la película encubrió con tanto tino parecen
pertenecer no sólo a otra época, sino a otro planeta.
El cantante de jazz nos lleva a un paseo que a
la mayoría de nosotros nos complace dar. Un salto al realismo mágico
que está en el corazón de la moderna cultura de masas. En
este nuevo mundo, la tragedia puede transformarse al instante en comedia,
y el proyecto de entregar todo puede volverse sólo un capítulo
en la dialéctica de ganar todo. Seamos sinceros: ¿hay alguien
que en verdad no quiera tener todo? (¿acaso el liberalismo no es
la creencia de que podemos tener todo?, ¿acaso el marxismo no es
la creencia de que debemos acabar con el capitalismo para después
poder tener todo?) Si la cultura de masas puede hacernos felices, ¿debemos
privarnos de esa felicidad? Cuando tenía 20 años, me parecía
que la única justificación de la cultura de masas era su
capacidad de ponernos a todos contra la pared. Ahora tengo 60, me he ablandado
y quiero tener toda la felicidad que pueda, pero no creo que confundir
el realismo mágico con la realidad me haga feliz.
Hasta ahora me he concentrado en la identidad judía.
Pero El cantante de jazz dice también a todos los estadunidenses
algo crucial acerca de su identidad. Uno de los logros principales de la
película es, en palabras de Jim Hoberman, establecer a Jolson, la
primera voz cinematográfica del mundo, como ''la primera superestrella
moderna estadunidense". La comedia popular estadunidense, desde los primeros
carnavales y minstrel shows hasta el apogeo del vodevil y el burlesque,
ha hecho escarnio del solemne culto oficial a la pureza anglosajona. Ese
culto cobró una ominosa vida nueva a finales de los 20, cuando el
Congreso aprobó varias leyes para crear un sistema de cuotas que
puso fin a la inmigración en los 40 años siguientes. Esas
cuotas se basaban en el sueño de una pureza anglosajona perdida,
contaminada y corrompida por un gran flujo de ''otros" oscuros y sucios.
Por otro lado, el vagabundo de Chaplin dio una espectacular nueva vida
al sueño democrático de ''los últimos serán
los primeros". Chaplin celebró la comedia cuyo centro creativo es
típicamente un vago inmigrante urbano, ''un agujero sucio en el
East Side". Vecindarios como ese, de callejuelas y sótanos sucios
y multitudes de polizones oscuros, mugrientos, desnutridos y libidinosos,
fueron la cuna del cine, del jazz, de la moderna cultura de masas y de
todo lo que hace de Estados Unidos un auténtico "nuevo mundo".
(Mañana, cuarta y última entrega)
© Marshall Berman
Traducción: Jorge Anaya