Jorge Carrillo Olea
EU y su seguridad interior
El 11 de septiembre de 2001 para el pueblo estadunidense fue el registro histórico más dramático del si-glo. No fue como el ataque a Pearl Harbor, por demás artero, un en-frentamiento entre ejércitos. Para George W. Bush resultó su oportunidad para definir el perfil de su presidencia y quizá marcar una buena parte de la historia universal de principios de siglo.
Debe mucho el presidente a quien le haya alertado sobre el enorme potencial político de esa fecha y de los meses siguientes. Debe mucho también el señor a quien o a quienes hayan diseñado el proyecto de reafirmación de Estados Unidos, no sólo de ser la primera potencia del mundo sino, como dijera Fidel Castro, ser su propio dueño y tener al señor Bush como su manager. En esa estrategia se advierten tres tiempos:
Primero fue la acción militar. ƑQuién pue-de decir cuántos portaviones nucleares, cruceros y fragatas portamisiles, submarinos, bombarderos, aviones de reconocimiento, satélites y centenas de miles de seres humanos se desplegaron? ƑQuién puede informar cuántos inocentes afganos murieron sin registro conocido? ƑCuál fue el costo económico de todo esto? Y al final, como única evidencia de la llamada victoria, un ciento de afganos que fueron hechos prisioneros en su país, hoy están en Guantánamo retenidos con severas dudas respecto de la observancia del derecho penal estadunidense, semejantes de carácter internacional, o lo que es más, de los derechos humanos.
Mientras eso se plantea como una gran victoria, está probado, más allá de toda du-da, que los pilotos suicidas se confabularon el 17 de julio (casi 60 días antes del 11 de septiembre) en hoteles de las ciudades de Tarragona y Madrid. Al menos uno de ellos había llegado a la península en un vuelo de una aerolínea estadunidense procedente de Miami. ƑDónde quedaron los enormes y po-derosísimos aparatos de inteligencia? Son proverbiales los desencuentros, competencias y hasta deslealtades entre los órganos de inteligencia del gobierno estadunidense, principalmente entre la CIA y la FBI, la primera encargada de la inteligencia en el extranjero y la segunda de la doméstica.
De varias fuentes, por lo menos británicas, francesas y egipcias llegaron noticias a Estados Unidos de que algún acto de terrorismo mayor se estaba fraguando. De alguna manera la información llegó hasta las oficinas de la FBI en Minneapolis y fue del conocimiento de una agente, apasionada por su carrera y su organización, Coleen Rowley, quien al conocer cómo se habían desestimando las señales de alarma, denunció esto ante el propio director Robert Mueller y ante el Comité de Inteligencia del Se-nado. En su denuncia acusaba a la FBI de haber obstruido deliberadamente medidas que podrían haber evitado los hechos. Su denuncia sacudió a la FBI y al Congreso y se inició una delicada averiguación.
La construcción política del gran paraguas justificativo vendría enseguida: declarar la guerra universal al terrorismo y definir en principio qué países lo personificaban como amenaza a la supervivencia universal y plantear así la necesidad de su exterminio, como acto necesario de salud preventiva en bien de la humanidad.
Finalmente vendría la recomposición de los recursos nacionales de todo orden para conseguirlo. Tomando entre ello como tarea principal la definición de seguridad interior: Homeland Security. A presunción del propio Bush era la mayor decisión que en materia de seguridad y defensa se tomaba en los últimos 50 años. Así se proyectó el Departamento de Seguridad Interior que tiene administrativamente el mismo rango que los de Estado, defensa, justicia, energía y otros, pero con muchos más recursos de todo orden que los más de ellos, como se anunció formalmente el 16 de julio pasado.
El nuevo departamento estará dividido en cinco áreas: Seguridad de Fronteras y Transporte, Alertas para la Emergencia y Respuesta, Contramedidas contra Posibles Ataques de Armas QBR (químicas, biológicas y radiológicas), Análisis de Información y Protección de la Infraestructura y Servicio Secreto. Reunidas implican recursos presupuestales por 37 mil 364 millones de dólares y acogen a una burocracia que suma los 169 mil 154 servidores públicos para 2003.
Lo que se ha descrito sobre el nuevo Departamento de Seguridad Interior toma presencia en la vida diaria como un gran cuerpo de control policial, poniendo bajo un solo mando burocrático las vastas responsabilidades de:
1. Controlar las fronteras terrestres con México y Canadá (12 mil kilómetros), la operación de los aeropuertos, la protección contra ingresos clandestinos de personas por los 361 puertos bajo control federal y por la increíble longitud de 152 mil kilómetros de costa. Esta sorprendente suma resulta tomando en cuenta los litorales continentales atlántico y pacífico, más los de Alaska, islas aleutianas, islas hawaianas, la enorme superficie marítima del conjunto de islas bajo el control de Estados Unidos en el Pacífico del Sur, que abarca un rectángulo entre Wake, Guam, Tarawa y Midway, que contiene miles de ínsulas en una superficie equivalente a la de Brasil. A ello hay que sumar además Puerto Rico y otras islas también bajo su control en el Caribe. Esos son los intereses territoriales de Estados Unidos.
2. Materializar la teórica meta del control de enormes masas de pasajeros. Quinientos millones de personas entran o salen anualmente de Estados Unidos; de ellos, 330 millones son nacionales estadunidenses. Los otros 170 millones deben ser sujetos de un visado que también estará a cargo de ese departamento, hoy bajo requisitos de una rigidez antes nunca vista.
3. Verificar las cantidades inimaginables de contenedores de carga ya sea marítima, aérea o terrestre que ingresan anualmente al territorio de esa nación. Por tierra se internan 11.2 millones de vehículos y 2.2 millones de carros de ferrocarril; por mar o a través de los Grandes Lagos, 7 mil 500 barcos de bandera extranjera que hacen 51 mil arribos a puertos estadunidenses.
4. Desarrollar una capacidad de respuesta tan heterogénea como es la referida a la producción, almacenaje y distribución de me-dicinas específicamente destinadas a combatir un ataque biológico como vacunas contra la viruela, contra una nueva generación de ántrax o crear una reserva suficiente de antibióticos y antídotos de rápida ob-tención por la población ante emergencias.
5. Prevenir y combatir, por el lado de la protección civil, las inundaciones, incendios, terremotos y tornados, y organizar la defensa civil contra ataques por armas de destrucción masiva, incluyendo el desarrollo de nuevas tecnologías para ello.
6. Evaluar la vulnerabilidad de todas las estructuras físicas principalmente plantas nucleares, hidroeléctricas, presas, grandes puentes y túneles, bases navales y militares, centros de investigación, etcétera, ante una posibilidad de ataque terrorista; produciendo y difundiendo toda la inteligencia necesaria o pertinente para su protección y defensa.
7. Finalmente, hacerse cargo de la seguridad de la institución presidencial, cubrir la de los grandes eventos nacionales, perseguir la falsificación de moneda y avanzar en la definición y combate a crímenes cibernéticos.
Este maremágnum es aún muy difícil de ponderar en su magnitud y efectos sobre la vida interna estadunidense, como sobre la de Canadá y México, pero también de ma-nera importante sobre la de algunas islas del Caribe y el resto del planeta, pero será México el que sienta más pronta y contundentemente los efectos de esta política. Otra vez: "pobre México, tan lejos de Dios y..."
Ante esto, las garantías individuales dentro de Estados Unidos y las libertades públicas para todo mundo se verán violentadas. Las primeras son una obligación de los estados y de sus gobiernos para con sus ciudadanos y toda persona en su territorio, pero no pueden ir como deber más allá de sus fronteras. Las segundas, las libertades pú-blicas, son privilegios de todos los habitantes del planeta, y debieran ser exigibles en cualquier punto de él. Las sociedades de-mocráticas reconocen esto como una verdad, por eso se advierte que hay toda una intención represiva en puerta, tan afín al presidente Bush.
Así, en un mundo que viaja vertiginosamente hacia la globalización, en el que se desvanece la realidad de las fronteras políticas, se crean monedas únicas, desaparecen controles migratorios y aduanales, se liberan los movimientos de capital, los servicios de transporte se unifican y tantas cosas más, paradójicamente Estados Unidos reconstruye la Muralla China.