PEOR QUE AYER, MEJOR QUE MAÑANA
La
situación de la población rural mexicana empeora constantemente.
Si en 2001 con un salario mínimo era posible comprar 8.3 kilos de
tortilla, en 2002 sólo se pueden comprar 7.6 kilogramos, y la misma
reducción del poder adquisitivo aleja de la mesa de los pobres la
leche, el frijol, los huevos, disminuyendo así el insumo de las
proteínas y las calorías necesarias para la reproducción.
Al mismo tiempo, aumenta la dependencia alimentaria del país, debido
a las crecientes importaciones de granos básicos subsidiados que
hunden aún más la ya deprimida producción cerealera
nacional. Para agravar el panorama rural se añade la superación,
en mucho, de las cuotas de importación establecidas por el Tratado
de Libre Comercio (TLC) y la violación del mismo por parte de Estados
Unidos, que acaba de otorgar subsidios multimillonarios (18 mil millones
de dólares anuales durante 10 años) a sus exportadores de
maíz, trigo, sorgo, principalmente, en una verdadera acción
de dumping que afecta duramente la competitividad incluso de los más
modernos y productivos agricultores mexicanos, los de Sonora y Sinaloa.
El mismo problema, por otra parte, se ha presentado en la industria azucarera,
que da trabajo a cientos de miles de cañeros y de jornaleros agrícolas
en varios de los estados con economía básicamente rural (Nayarit,
Morelos, Veracruz, Chiapas) pues allí también, según
palabras del presidente de la Cámara Nacional de la Industria Azucarera
y Alcoholera, al incumplimiento de Estados Unidos al TLC se unen las importaciones
de fructuosa para beneficio de las compañías refresqueras,
y la firma de cartas paralelas por "debajo de la mesa", distorsionando
el mercado del dulce.
El resultado lo tenemos a la vista: el Banco Mundial acaba
de registrar que de cada 100 mexicanos que habitan en el mundo rural (donde,
como es sabido, no todos son campesinos, artesanos o jornaleros sin tierra)
46 viven en situación de pobreza extrema, mientras hace una década
esta terrible cifra era, sin embargo menor, pues los que vivían
en extrema pobreza llegaban a 41.3 por cada 100 habitantes de las zonas
rurales. Si se considera en cambio la suma de quienes viven en pobreza
moderada con los que padecen una pobreza extrema, se llega a 73.3 por ciento,
cuando a finales de los 90 esa cifra era menor (69.3).
Es claro el resultado de la política llamada de
las "ventajas comparativas" que llevó a importar alimentos estadunidenses
(que condenaron a la pobreza a los productores locales o los fuerzan a
la emigración) a cambio de la exportación de petróleo,
construyendo así una doble dependencia en las importaciones y en
las exportaciones y debilitando fuertemente el mercado interno, al mismo
tiempo que se agrava la miseria en las zonas rurales, con sus secuelas
de aumento de las enfermedades sociales, de la ignorancia, de la inseguridad.
Lo peor de todo es que la destrucción de las energías humanas
en el sector rural y de las tierras y recursos naturales es un proceso
prácticamente irreversible, que debilita la misma seguridad nacional.
Ante las comprobaciones del Banco Mundial (el cual, por otra parte, recomendara
antes las políticas causantes de este verdadero desastre) y del
sector empresarial azucarero, ¿no habría que volver a diseñar
la política para el campo antes de que sea tarde?