Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 31 de julio de 2002
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Cultura

Carlos Montemayor

Fernando Ferreira de Loanda (1924-2002)

Pocos poetas se sienten solidarios con la poesía de su generación. Pocos poetas asumen la vocación por publicar, impulsar, dar a conocer la obra poética de sus contemporáneos. Fernando Ferreira de Loanda fue uno de los pocos poetas que en la historia de las letras de nuestro continente consideró indispensable la publicación y difusión de la obra de su generación. Decisión nacida de la generosidad, ciertamente, pero también, y sobre todo, de la inteligencia. Una inteligencia que partía, además, de la seguridad de su propia obra, no de la envidia ni del resentimiento. Algo inusual no sólo en las letras, sino en la vida.

Conocí la literatura brasileña precisamente por este rasgo generoso y profundo de Fernando Ferreira de Loanda. Fue en 1969 cuando el poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez, en aquel entonces mi maestro en la Facultad de Filosofía y Letras, me prestó la Antología da nova poesía brasileira y la Antología da moderna poesía brasileira que Fernando había publicado en 1967 en su histórica editorial Orfeu. Por Mejía Sánchez entré en contacto epistolar con Ferreira de Loanda y al cabo de dos o tres años, cuando recibí en obsequio ambas antologías, Mejía Sánchez pudo rescatar realmente las que me había prestado.

De 1970 a 1971 escribí varios artículos sobre poetas brasileños en el suplemento cultural de El Heraldo de México. Más tarde, cuando Diego Valadés me invitó a hacerme cargo de la Revista de la Universidad de México, Manuel Núñez Nava y yo preparamos un suplemento especial de ''Poetas brasileños contemporáneos''en el número de septiembre de 1973. Para ese suplemento especial escribí un primer ensayo sobre los poetas modernistas brasileños y Núñez Nava tradujo el poema esencial de Fernando Ferreira de Loanda: Oda a Bartolomeu Dias.

Por Fernando Ferreira no sólo conocí a poetas y ensayistas brasileños, también a otros grandes poetas de nuestro continente. En 1973 Fernando me pidió que interviniera para que algunas instituciones invitaran a Enrique Molina a dar lecturas de poesía a fin de que conociera México y contara con recursos económicos mínimos que facilitaran su estancia. Enrique estuvo una temporada en México y se hospedó en varios pequeños hoteles de la calle Luis Moya, cerca de la Alameda. En cierta ocasión, en mi casa, le ofrecí una copa de sotol. Le gustó mucho el sabor ahumado y dulce, algo fresco, de esa bebida. Le obsequié la botella, que yo había recibido días atrás de Chihuahua y de la que consumió esa misma tarde un poco más de la mitad. Cuando llegó a México Fernando Ferreira y se reunió con nosotros, Enrique explicó las virtudes del sotol comentando que gracias a esa bebida había sentido la importancia interior del paso del ferrocarril en Todas las tardes, uno de mis primeros cuentos. Durante muchos años, a partir de esa tarde, Fernando me pedía en sus cartas que le enviara sotol sólo para él, porque también quería, como nosotros, ver pasar por los montes el ferrocarril.

Octavio Paz admiraba a Enrique Molina y se había referido a él en varios momentos de sus ensayos. Cuando lo llamé por teléfono, Octavio se sorprendió de que Enrique estuviera en mi casa; pasé la bocina a Enrique y estuvieron conversando algunos minutos. Fue la primera vez que estuvieron en contacto personalmente.

Fernando llegó a comer a mi casa con Pablo Antonio Cuadra en 1981. Era contrastante la gravedad de Pablo Antonio con la jocosidad de Fernando; pero eran idénticos en su calidez humana. Me unió a Cuadra el gusto profundo por la poesía clásica griega y latina. Lo traté durante muchos años y en diversos lugares; cierta vez en Nueva York; otra, en Managua. La mayor parte del tiempo Pablo Antonio se veía afectado por los acontecimientos políticos de Nicaragua; primero por las etapas finales de la dictadura somocista; después por sus discrepancias con el gobierno sandinista. Cuando conversábamos a solas, nuestra atención se concentraba de manera particular en el tema político. Algún día me extenderé sobre esas conversaciones.

En 2000, en Lisboa, apareció la poesía reunida de Fernando Ferreira de Loanda con el título Signo da Serpente. Escribí el prólogo para esa edición. Los editores señalaron un rasgo que ilustra el periplo de su vocación poética:

''Fernando Ferreira de Loanda nació en Africa, pero en una Africa portuguesa, y por tanto, europea; leyó autores portugueses, emigró a Brasil y fue considerado una de las voces más originales de la generación poética del 45. Ferreira de Loanda es la voz que une los tres continentes con una lengua única.''

La Ode para Bartolomeu Dias es el centro de su poesía. Refleja en su universo la grandeza de la travesía oceánica, el arribo a la vida y a la mujer, el arribo al destino. En el centro del poema aparece una confesión esencial: la poesía es otro destino tan arduo como enfrentar el océano. O mejor: la travesía del océano, que pareciera embestir los destinos humanos, contenerlos, explorarlos, torna iguales al marinero y al poeta.

Se conjugan en Ode para Bartolomeu Dias el viaje, las ondas del océano y la tempestad que rasga el Atlántico. Como en muchos de sus poemas, aquí, en esta oda, el viaje, el viajero, la voluntad y la fuerza del navegante, se funden en la sangre misma. La poesía es un escudo, una verdad que consigue ponerse a salvo en la conciencia de los hombres.

Fuera de la grandeza de la Ode para Bartolomeu Dias afirmó que la poesía es un estado momentáneo. Un estado fugaz como las olas y la espuma en el mar. Súbita y fugaz en el océano de los destinos, en la inmensidad primordial de los mares donde cada ola no es la misma y cada espuma siempre es única, en la inmensidad de la vida donde cada deseo surge como un milagro siempre nuevo y único. Donde cada poeta, como Fernando, también es nuevo y único.

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