Carlos Marichal
Brasil y la crisis del FMI
Durante las semanas recientes, la espada de Damocles que ha estado colgando sobre Latinoamérica ha sido la crítica situación de las finanzas de Brasil. Al enfrentar dificultades para cubrir el servicio de una voluminosa deuda externa e interna y, sobre todo, para mantener el valor de la moneda, el real, el gobierno brasileño necesitaba auxilio. Las fugas de capitales de inversores nacionales y extranjeros estaban amenazando con provocar una devaluación descontrolada y un derrumbe financiero en la economía latinoamericana más grande. La respuesta relativamente rápida del Fondo Monetario Internacional (FMI), al proporcionar un préstamo de 30 mil millones de dólares, está destinada a impedir este desenlace, pero la crisis en Brasil y en el propio FMI sigue latente.
Para algunos destacados observadores internacionales como Joseph Stiglitz, el otorgamiento del préstamo gigante es un premio al gobierno de Fernando Henrique Cardoso a consecuencia del buen manejo de la política económica y social en Brasil. En sendos artículos publicados en el New York Times y en El País esta semana, Stiglitz ha alabado las política del banco central brasileño, la política industrial de Brasil y los programas para una reforma agraria y para mejorar la educación en el gigante de Sudamérica. Es claro que el autor, premio Nobel de Economía en 2001, desea convencer a los inversores internacionales de que deben mirar hacia Latinoamérica con ojos más positivos. En ello tiene mucha razón pero no conviene ser demasiado optimistas acerca de que este mensaje triunfe.
Existen varias razones para ser escépticos con respecto a la situación financiera de Brasil y de Latinoamérica en el corto plazo a escala económica y política. En el plano económico hay que tener en cuenta que, pese a haber logrado un aumento en sus exportaciones, Brasil enfrenta serias dificultades para cubrir el servicio de una deuda externa que supera los 200 mil millones de dólares y es la más grande del Tercer Mundo. En segundo, lugar, la recesión económica mundial golpea a Brasil al igual que los demás países latinoamericanos, reduciendo las posibilidades de incrementar su comercio y creando una situación poco propicia para atraer inversiones internacionales. Por otra parte, no debe menospreciarse el impacto persistente del derrumbe financiero de Argentina, el cual seguirá afectando a sus vecinos: en este año es previsible que un alto número de importantes empresas en ese país quiebren definitivamente, lo cual probablemente seguirá ahuyentado a los inversores del Río de la Plata y del Mercosur.
En el terreno político, es claro que el préstamo gigante del FMI no es neutral sino que es visto por Washington como un instrumento indispensable para influir en la campaña presidencial en Brasil, en la que el candidato de izquierda, Luiz Inacio Lula da Silva, ha estado en posición delantera. La prestigiosa revista The Economist lo ha señalado con absoluta claridad: el apoyo a Brasil es muy similar al préstamo gigante que se otorgó a Corea del Sur en 1997, cuando enfrentaba una crisis financiera en medio de una campaña presidencial. Las condiciones fueron tan favorables que obligaron al jefe de la oposición (actualmente presidente de Corea) a honrarlas y apegarse a los lineamientos establecidos por el FMI. Por otra parte, no hay duda de que a partir de ahora, la administración Bush hará todo lo posible para forzar al gobierno brasileño a entrar a fondo en las negociaciones del propuesto Acuerdo de Libre Comercio para las Américas que Washington aspira dirigir.
Evidentemente, Brasil no se ha escapado ni de las presiones internacionales ni de posibles crisis futuras. Pero tampoco se ha salvado el FMI, en tanto es manifiesto que ya no puede manejar una estrategia más o menos pareja para los países deudores en dificultades. En el caso brasileño se aplicó el criterio de que era una economía demasiado grande para permitir que quebrara. Pero esto contrasta con la posición adoptada hacia Argentina, donde la subdirectora del FMI, Anne Krueger, se empeñó en que se llevara ese país a la suspensión de pagos más grande de la historia. El FMI está ante una encrucijada con respecto a las estrategias que deberá adoptar en el futuro; al parecer, actualmente está caminando simultáneamente por dos sendas asaz contradictorias. Ello refleja la enorme complejidad y volatilidad de las finanzas globalizadas modernas, pero también revela la necesidad de que se vaya elaborando un marco normativo y operativo más seguro y estable para las finanzas mundiales. Los países latinoamericanos tienen la responsabilidad de formular propuestas de largo alcance que sean más coherentes que las estrategias cada vez más confusas de los directores del FMI.