Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 17 de agosto de 2002
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Editorial
LOS AMIGOS, LOS ENEMIGOS Y LA ETICA

El rey Fahd bin Abdul Aziz al Saud ocupa el trono de Arabia Saudita, aunque su hermanastro Abdula ben Abdelaziz, nacionalista y, sobre todo, más sano y joven, sea quien realmente gobierna. Fahd (por razones de brevedad le llamaremos así) ya había asombrado a Ginebra cuando llegó a esa ciudad con un simple séquito de 50 automóviles Rolls Royce para operarse allí de cataratas. Ahora está pasando sus vacaciones en Marbella, España, donde arribó en un avión Jumbo 747 con motores Rolls Royce y otros tres aviones más, uno de ellos convertido en hospital privado para el obeso y maltrecho monarca octogenario. Su séquito ambulante, compuesto por 400 personas, fue trasladado al centro de la ciudad por una caravana de Mercedes negros y allí esperarán otros dos mil 600 cortesanos más.

La seguridad del rey estará a cargo de un verdadero batallón de guardias reales (además de la policía española), los cuales contarán con tres helicópteros. Fahd se alojará en una réplica de la Casa Blanca, que fue remodelada con un costo de casi dos mil millones de dólares y junto a la cual funcionarán un hospital modernísimo y un centro de telecomunicaciones, con toda la última tecnología, además de chalets de lujo para sus acompañantes, muchos de los cuales ocuparán 300 suites en los mejores hoteles de la zona y en lujosas villas alquiladas por casi 200 mil dólares.

El rey estará en Marbella tres meses y sólo en flores gastará cada día mil 500 dólares; a sus gastos de comida dedicará diariamente 30 mil dólares con la salvedad de que Fahd se hará traer diariamente en avión carne de cordero, arroz, especias y agua de la Meca.

Este autócrata, cuya existencia cotidiana ofende el buen gusto y contrasta brutalmente con la pobreza creciente de la inmensa mayoría de la humanidad, es un amigo para el presidente Bush y para su familia y un ejemplo de acatamiento a los valores fundamentales que la Casa Blanca promueve en su Cruzada contra el Mal.

En su momento también Jean Bedel Bokassa, ex sargento del ejército francés convertido en emperador de Centráfrica, culpable de canibalismo y de robo a su país, donde hizo construir una catedral más grande que la de San Pablo en Roma, era el predilecto del presidente derechista francés Valery Giscard d´Éstaings porque era un "baluarte del orden", como lo eran para Estados Unidos Anastasio Somoza, en Nicaragua y Sese Mobutu en el Congo, entre otros dictadores, como los argentinos, e igualmente eran predilectos ladrones perseguidos por la justicia nacional como el ex presidente argentino Menen o su colega nicaragüense Alemán. Es que en la elección de amigos, las grandes potencias tienen el paladar grueso y no se plantean problemas éticos ni ven contradicciones entre la democracia parlamentaria que presentan como valor universal y "pequeñeces" como las vacaciones de Fahd.

El problema surge, en cambio, cuando el amigo deja de serlo, como Saddam Hussein, presidente de Irak, o el ex agente de la CIA, Noriega, de Panamá, o los mismos talibanes, pagados durante años por Estados Unidos, e incluso Bin Laden, cuya familia es socia del presidente Bush. El espectáculo obsceno que ofrece un déspota senecto multimillonario resulta por eso menos grotesco y ofensivo que la veneración de la Casa Blanca y del gobierno español por este amigo (u otros), y que la hipocresía y el odio con que los Cruzados del Bien vituperan a sus enemigos que antes les sirvieran.
 

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