TRIUNFALISMO Y DESEMPLEO
Ayer,
durante la inauguración de la Universidad del Caribe, en Cancún,
Quintana Roo, y a poco menos de dos semanas del segundo informe de gobierno,
el presidente Vicente Fox estimó que ha concluido la primera etapa
de su administración y que ahora el país vive "con paz social,
con estabilidad política y económica". Sobre los desafíos
de los cuatro años que restan de su mandato, Fox habló de
la necesidad de retomar la malograda reforma fiscal, de "reducir los elevados
niveles de delincuencia y de crimen organizado", así como de la
generación de "más y más espacios universitarios".
Mientras tanto, el Instituto Nacional de Estadística,
Geografía e Informática (INEGI) emitía un comunicado
en el que se destaca el incremento del desempleo abierto respecto del mismo
periodo del año anterior: 2.94 por ciento de la población
económicamente activa (PEA), en julio del presente año, frente
a 2.44 por ciento en el mismo periodo de 2001. Las cifras del INEGI muestran
que el desempleo afecta en mayor medida a las mujeres (con un incremento
de 2.87 a 3.11) que a los hombres (de 2.19 a 2.84) y a los jóvenes:
la falta de trabajo, en el grupo de edad de 12 a 19 años es de 6.9
por ciento (8.7 para las mujeres), mientras que entre los ciudadanos de
20 a 24 años es de 4.8 por ciento, en ambos sexos, y de 5.6 por
ciento entre las mujeres.
Ante estos datos, el mensaje presidencial parece un tanto
triunfalista y falto de atención en un problema explosivo. Si se
concede el beneficio de la duda a la apreciación del periodo actual
como "paz social con estabilidad política y económica", habría
que reconocer, al menos, que semejante estado no puede durar mucho si el
sector público no concentra sus esfuerzos en una reactivación
económica que detenga el crecimiento del desempleo, en lo inmediato,
y que genere, en lo mediato, puestos de trabajo que requieren millones
de jóvenes que se incorporan a la vida laboral.
Sin descuidar los objetivos -compatibles, sin duda- de
sanear y reformar los aparatos de impartición de justicia y profundizar
el combate a la delincuencia y la impunidad, es necesario además
poner sobre el tapete la urgencia de superar el estancamiento económico
en que se encuentra el país desde el último año del
gobierno anterior. De no hacerlo así, las actuales autoridades habrán
de enfrentar problemas crecientes de gobernabilidad y también, a
fin de cuentas, de repunte de la criminalidad.
No sería justo ignorar los persistentes factores
internacionales que lastran el desarrollo de la economía nacional,
empezando por la incapacidad del gobierno estadunidense para sacar a su
país -la economía más poderosa del mundo y el más
importante socio comercial de México- de la recesión en que
se encuentra. Entre esos factores también están los efectos
nocivos del agujero negro por el que se ha deslizado Argentina y que ha
desestabilizado a Uruguay y Brasil.
Pero, sin dejar de lado el actual contexto de globalización
y de internacionalización creciente de los flujos comerciales, financieros
y monetarios, la más acuciante tarea de México debiera ser
la reactivación del mercado interno, de la producción y del
empleo. Sólo de esa manera será posible iniciar el tan postergado
combate a la pobreza y a la desigualdad lacerante, disponer de un entorno
estable en lo político y económico y ofrecer, en consecuencia,
seguridad real a los inversionistas nacionales y extranjeros, lo cual pareciera
ser la preocupación central de los últimos tres sexenios,
incluyendo el presente.