Luis Hernández Navarro
La gran mascarada eléctrica
Vicente Fox envió al Congreso de la Unión
una propuesta para reformar el sistema eléctrico nacional. Su objetivo
es permitir que la iniciativa privada participe en actividades que hoy
son exclusivas del Estado, así como crear un mercado de electricidad.
Aunque se diferencian en la forma, en esencia la reforma
foxista es similar a la elaborada por Ernesto Zedillo en 1999. Mientras
que el ex presidente declaraba explícitamente su objetivo privatizador,
el plan foxista pretende esconderlo. El priísta llamaba las cosas
por su nombre, el panista las quiere disfrazar.
El paquete consta de cinco iniciativas y decretos. La
primera pretende reformar los artículos 27 y 28 de la Constitución.
La segunda busca cambiar artículos y capítulos de la Ley
de Servicio Público de Energía Eléctrica. La tercera
y la cuarta crean el centro nacional de control de energía y su
ley orgánica. La quinta formula una ley orgánica de la Comisión
Federal de Electricidad (CFE).
El disfraz
El corazón de la propuesta presidencial consiste
en reformar los artículos 27 y 28 de la Constitución para
restringir el concepto de servicio público a aquel destinado a "la
satisfacción de las necesidades colectivas básicas". Con
ello esta figura se limita al servicio que el Estado da a los pequeños
consumidores de energía eléctrica, y se sustrae de ella a
los grandes conglomerados industriales y comerciales, es decir, a aquellos
con necesidades superiores a los 2 mil 500 megavatios al año.
De acuerdo con la iniciativa, el abasto a estos grandes
consumidores podrá ser efectuado por empresas privadas a las que
se garantizan las inversiones realizadas. Más aún, una parte
de los pequeños consumidores también podrán ser servidos
por agentes privados si se constituyen empresas distribuidoras que sumen
la demanda eléctrica de varios clientes.
Aunque el Estado mantendrá el control de la transmisión
y la transformación eléctrica, la participación de
la iniciativa privada en el sector no tendrá que limitarse a la
generación, sino que podrá ampliarse a las áreas de
conducción y distribución. Esto es, compañías
distribuidoras privadas recibirán la energía de la empresa
pública en la red para distribuirla a los grandes usuarios.
Un servicio público es una actividad que busca
satisfacer una necesidad colectiva que se considera básica. Su prestación
debe ser permanente y uniforme, debido a que su interrupción o insuficiencia
puede generar graves daños a la economía y a la sociedad
o provocar la alteración del orden público.
La regulación de un servicio público no
debe estar enmarcada en el régimen de derecho privado, sino que
requiere estar inscrita por normas y principios de derecho público.
El suministro de energía eléctrica a la
población, a la industria y al comercio debe ser un servicio público
porque busca satisfacer requerimientos básicos de la sociedad y
constituye uno de los pilares sobre los que funciona el aparato productivo
nacional.
El establecimiento de empresas públicas para garantizar
el abasto eléctrico surgió en varios países, incluido
México, porque las compañías privadas (frecuentemente
extranjeras) eran incapaces de proporcionar el servicio de manera oportuna
y eficaz. Se crearon, además, para apoyar con tarifas reducidas
la competitividad de la industria y redistribuir el ingreso.
Como ha señalado José Antonio Rojas Nieto
en este diario, la iniciativa de Vicente Fox reduce el servicio público
a una actividad de segunda, mientras que la porción más rentable
de la actividad eléctrica, la de los mejores clientes, se entrega
a intereses individuales. Con ello se violenta el espíritu del artículo
27 constitucional, pues la redacción actual de ese texto evita la
posibilidad de que se especule y obtengan ganancias ilegítimas en
un sector fundamental para el desarrollo nacional.
A la empresa pública, cristiana sepultura
La propuesta de ley orgánica de la CFE presentada
al Congreso no le da autonomía presupuestal a la empresa, con lo
que sigue dependiendo de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público, que hasta ahora ha visto en la comisión una fuente
permanente para extraer de manera indiscriminada recursos económicos.
Mantiene además el régimen de aprovechamiento,
que es una de las principales causas de descapitalización de la
comisión. El aprovechamiento consiste en la obligación de
pagar a la Federación, por concepto de activos que utiliza para
prestar su función, poco más de 7 por ciento del activo fijo
neto en operación del ejercicio inmediato anterior reportado en
los estados financieros de la empresa. Tan sólo el año pasado
la CFE erogó por este concepto alrededor de 40 mil millones de pesos.
Casi el mismo monto gastado en subsidios.
Con una insuficiente autonomía administrativa,
una actitud confiscatoria por parte de Hacienda y el control sobre la parte
menos rentable del mercado eléctrico, las empresas públicas
del sector están condenadas a morir de inanición. Enmascarándolo,
el objetivo de la propuesta presidencial es preparar el terreno para dar
cristiana sepultura a esas entidades.
Aunque no se quiera presentar como tal, la reforma es
realmente una propuesta para privatizar el sector. Ciertamente no sostiene
que los activos de la CFE y Luz y Fuerza del Centro (LFC) vayan a ser vendidos
a la iniciativa privada, pero le otorga a ésta el control de áreas
de actividad económica que hasta hoy están reservadas al
Estado. Zedillo ofreció a los empresarios un paquete que incluía
la adquisición de las viejas plantas de generación. Fox les
evita tener que adquirir fierros viejos y les garantiza el acceso a las
nuevas, con ganancias aseguradas.
Ernesto Martens, secretario de Energía, dijo que
la reforma plantea un excelente negocio y que estaría dispuesto
a invertir en él. En lo inmediato, las nuevas compañías
podrán abastecer a los 400 consumidores de alta tensión y
unos 5 mil más de media. Juntos tienen cerca de 45 por ciento del
mercado eléctrico. El porcentaje podría crecer si se forman
sociedades de auotoabastecedores.
La política del avestruz
Las iniciativas gubernamentales desconocen las fallidas
experiencias internacionales de privatización eléctrica.
Hechos como la quiebra de Enron, la especulación y el desabasto
provocado por las empresas privadas en California, los continuos apagones
en Brasil y Argentina, el fracaso en Guatemala, el escándalo con
los subsidios a las grandes empresas eléctricas en España,
la tendencia a la monopolización del servicio en Gran Bretaña
y la falta de acuerdo para avanzar en la desregulación de esta rama
económica en la última cumbre de la Unión Europea
son soslayados en la iniciativa presidencial.
A comienzos de la década de los 70, los promotores
de la privatización eléctrica ofrecieron a consumidores y
naciones un espejismo de bajos costos, alta eficiencia y satisfacción
de una demanda creciente. Salvo excepciones notables, como la que se vive
en los países nórdicos, los resultados han sido completamente
diferentes. Más que solucionar problemas ha creado nuevas dificultades.
Excepto aquellos países donde se ha cambiado la
generación basada en el carbón por la producida en plantas
de ciclo combinado, los precios de la luz se han incrementado y sufren
gran volatilidad. Los apagones, o la amenaza de sufrirlos, provocados por
falta de mantenimiento a equipos e instalaciones por parte de empresas
privadas que privilegian la obtención de ganancias rápidas
a corto plazo, se han hecho frecuentes. Los sistemas de transmisión
se han tensado al punto del colapso. El mercado se ha monopolizado de nuevo,
pero ahora por compañías privadas, cuyo fin no es brindar
un servicio público, sino sólo obtener beneficios.
Además de éstas, se han producido otras
consecuencias no esperadas de la desregulación. Ante la demanda
creciente de turbinas de gas para las plantas de ciclo combinado, estimulada
en parte por la creciente competencia entre generadores de electricidad,
los fabricantes introdujeron nuevas tecnologías que no estaban suficientemente
probadas. En consecuencia, muchas turbinas fueron producidas con defectos.
Los compradores respondieron entablando demandas legales. Las aseguradoras
sufrieron fuertes pérdidas financieras.
Los reacomodos del mercado produjeron una racha de adquisiciones
y quiebras financieras en compañías de ingeniería,
compras y construcción que obligó a empresas, que anteriormente
diseñaron y levantaron plantas de energía monumentales e
innovadoras, a cancelar nuevos proyectos y a despedir a su equipo de expertos.
Multitud de nuevos proyectos de construcción de
plantas de ciclo combinado se han suspendido y cancelado, provocando acumulación
excesiva de turbinas de gas, con lo que una mercancía que antes
tenía mucha demanda se está transformando en un lastre financiero.
La desregulación ha incentivado el máximo
aprovechamiento del equipo, la extensión de las jornadas de trabajo,
el uso intensivo de los equipos y la reducción de la inversión
en mantenimiento con un grave resultado: el incremento en la frecuencia
de cierres forzosos de plantas de energía y accidentes laborales.
La mascarada
El presidente Fox se empeña en ignorar las lecciones
del fracaso de un modelo. Pretende desconocer que el sistema eléctrico
mexicano es uno de los más eficientes del mundo. Quiere entregar
a intereses privados un servicio que pertenece al pueblo mexicano.
Nadie puede afirmar que en México la privatización
de las carreteras o de la banca haya tenido éxito, ni que proporcionó
mejores servicios ni más baratos. Sí provocó, al igual
que otras desincorporaciones, una mayor concentración de la riqueza.
Nadie puede garantizar que esto no vaya a suceder con la privatización
de las empresas eléctricas públicas y en unos años
se viva el caos que experimentó California con un Fobaproa eléctrico.
Resulta obvio que se requiere una reforma del sector eléctrico.
Pero se necesita un cambio para fortalecerlo, no para desmantelarlo. Una
vez que se saca la pasta de dientes de su tubo no puede volverse a meter.
Si la iniciativa foxista avanza se dilapidará el patrimonio de un
pueblo y una nación.