Juan Saldaña
La democracia debilitada
A partir de una reacción social evidente en los resultados comiciales que llevaron al presidente Fox al poder, el tema de la democracia en México se ha convertido, una vez más, en recargadera infaltable para quienes argumentan en favor de cada una de sus tendencias. Grupos e individuos se han venido arrebatando el concepto como ansiada presea. Los más sensibles perciben que la democracia de México no pertenece a ninguna facción, ni aún a la que se ostenta galanamente como dueña del poder político.
El asunto no es nuevo. También a lo largo de la hegemonía generacional del PRI, el concepto de democracia fue objeto de prolongados manoseos por los personeros del poder.
A la democracia se recurrió, en ocasiones incontables, para justificar abusos populistas y para ataviar a la miseria y a las desigualdades con falsos ropajes de justicia social. Para vestir la presencia de México en foros internacionales. Fue la democracia mexicana sempiterno apoyo sobre el que, ayer como hoy, se nos ayuntó como parte de la cultura política y el desarrollo de Occidente. Pero sólo del Occidente que ha constituido coto privado del imperialismo rampante.
Recientemente, Vicente Fox recurrió, una vez más, a la exhausta versión de la democracia mexicana para adornar con sonoro latiguillo una de las parrafadas de su documento de Informe.
Y si todo esto parara en adornos discursales el daño sería menor, pero la verdad es que, larvaria pero con paso seguro, el concepto deforme y parcializado de la democracia se abre camino hacia la sacralización oficial de una mentira. Así se fragua el aprovechamiento, por un gobierno supuestamente panista, de uno de los más socorridos argumentos del priísmo para consolidar su poder. El de que se trata de un gobierno democrático a plenitud.
Por todo ello, vale la pena que recordemos, aunque suene a vana insistencia, la definición clara e inconmovible que el mejor pensamiento político mexicano construyó de la democracia.
Y no resulta en coincidencia que sea, precisamente en el artículo tercero constitucional, dedicado a conceptuar los alcances de la educación mexicana, en el que se defina, señeramente, nuestro concepto nacional de la democracia. En apartado expreso y al definir los criterios que orientan la educación nacional, la Carta Magna define que el proceso educativo:
"Será democrático, considerando a la democracia no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo."
Se trata aquí de un firme e ineludible mandato constitucional. Ni conceptos recientes, ni plataformas electorales, ni ocurrencias para la verba electorera en que parece que estuviéramos pasmados. Es sólo, pero todo ello y no más que ello, que un mandato constitucional.
Por ello queda claro que los mexicanos no tenemos que esperar a que se nos definan las vertientes de nuestra democracia. Debemos tenerlo muy claro. Que a partir de esto el gobierno se ponga a trabajar.
A estas alturas los mexicanos debemos reconocer, por cierto, que si nuestra democracia debe mucho al pensamiento político español y francés y está, por tanto, emparentado de cerca con las ideas políticas de Occidente, debe mucho más a las vidas perdidas en las revoluciones de México. Debe mucho más a los ideólogos del juarismo y a los caídos en la lucha agrarista de principios del siglo XX. Debe mucho más a nuestras comunidades indígenas abandonadas en la sierra. Debe mucho más, en fin, a los mexicanos que continúan esperando la justicia que les fue arrebatada y hoy se les pretende devolver, ineficaz y fragmentada, en los discursos de oportunidad.
Porque, a decir verdad, hoy todo parece indicar que la debilidad de la democracia mexicana, limitada sólo a un hallazgo electoral, no se debe a que sea democracia, sino que con alarmante frecuencia es democracia en el discurso y plutocracia en la realidad.