Cuauhtémoc Cárdenas
Derechos indios, Corte y Congreso
No ha sido frecuente a lo largo de nuestra historia que
la Suprema Corte de Justicia de la Nación se manifieste en relación
a cuestiones altamente visibles y de impacto en la vida política
del país.
El pasado viernes 5, en un día y en un formato
inusuales para las resoluciones de la Corte, lo que deja ya un mal tufo
y despierta necesariamente interrogantes sobre las razones de lo inusual,
ésta declaró improcedentes las controversias constitucionales,
esto es, las demandas presentadas por 322 ayuntamientos del país
para echar abajo las reformas introducidas en la Constitución -por
votaciones coincidentes de PAN y PRI- en materia de derechos y cultura
indígenas, consideradas insuficientes o contrarias respecto a la
iniciativa elaborada por la Cocopa, apoyada, entre otros muchos, por la
gran mayoría de los indígenas del país, y presentada
al Congreso por el titular del Ejecutivo federal.
La Corte falló en contra, analizando y tomando
en cuenta sólo el procedimiento de aprobación de las reformas,
argumentando que de juzgar sobre su contenido, estaría sustituyendo
al órgano reformador que representa el Legislativo.
En otros casos anteriores, la Corte había tocado
con sus juicios el fondo de las reformas, sin considerar que con ello sustituía
o afectaba las facultades del órgano reformador.
Lo cierto es que la mayoría -ocho de 11- de los
ministros de la Corte rehuyeron ir a la esencia del problema. No quisieron
enfrentarse con las cabezas del régimen del que ellos son parte,
y con esta resolución dejan muy claro que se identifican y están
sumados a sus intereses y visiones.
Su resolución no es intrascendente. Revive cinco
siglos de opresión, explotación, desigualdad y discriminaciones.
Deja viva una herida social que impide la unión de los mexicanos
en el respeto a su diversidad. Nulifica las potencialidades de nuestra
pluralidad. Ofende a los 10 millones de mexicanos que se reconocen como
parte de alguno de los 56 pueblos indígenas, y ofende igualmente
a los 92 millones restantes de mexicanos, todos aquellos que no nos consideramos
herederos ideológicos y materiales del coloniaje, la conquista violenta,
las compañías deslindadoras y la tienda de raya, ni nos hemos
sumado al entreguismo y al sometimiento político y en el pensamiento
de los actuales anexionistas.
Impide la desmilitarización de la selva chiapaneca,
donde están asentadas centenares de comunidades y decenas de miles
de mexicanos; impide que la tropa vuelva a sus cuarteles originales, los
que ocupaba antes del 1° de enero de 1994, y que el Estado mexicano
deje de estimular las divisiones y las deslealtades entre hermanos y proteja
y promueva en esas regiones la educación y la producción,
y ya no más la degradación social y la prostitución.
Mantiene la guerra sorda, que no por ello menos sangrienta,
y la violencia paramilitar clasista en vastos territorios de Chiapas, que
altera gravemente la vida de las comunidades, que se encuentran en una
permanente angustia opresiva y paralizante, que les obstaculiza para dedicar
su esfuerzo al trabajo creativo y productivo.
Y lo más grave, cierra las posibilidades para llegar
a un acuerdo de paz, estable, definitiva, que se abrió como gran
esperanza, primero, al suscribirse los acuerdos de San Andrés y,
después, al darse la gran marcha zapatista en los primeros meses
de 2001.
En fin, con resolución de la Corte o sin ella,
lo que vuelve a quedar claro es que las reformas constitucionales en materia
de derechos y culturas indígenas vigentes no contribuyen a resolver
los conflictos de Chiapas, a que se den los acuerdos de paz y a que se
reconozcan -y puedan cabalmente ejercitarse- los derechos de los indígenas
de nuestro país y se creen las condiciones para su desarrollo, participación
y aportes creativos, con oportunidades equivalentes y en igualdad con los
mexicanos que gozan, contribuyen y se benefician de los niveles más
altos de desarrollo social, cultural, político y económico.
En estas condiciones, los legisladores están ante
la gran oportunidad histórica de dar solución al problema
de enfrentamiento y división entre mexicanos más grave que
hoy vive nuestro país, legislando para incorporar a nuestra Constitución
las reformas en materia de sus derechos y sus culturas que demandan los
pueblos y comunidades indígenas de la nación.