Arnoldo Kraus
Nuestros políticos
i aceptamos que es cierta la máxima "cada país tiene el gobierno que se merece", habría que aplaudir a nuestros políticos por gobernarnos, y orar para que continúen reproduciéndose o, de ser posible, clonándose. De no aceptarse ese principio, sería menester convocar a toda la población para efectuar actos de catarsis masiva, o quizás inventar una forma de sicoanálisis de la comunidad, en donde decenas de miles de habitantes se reúnan y expliquen cuáles y cuántos han sido los pecados cometidos. Pecados que aclaren las razones por las cuales el cromosoma azteca permite seguir tolerando a nuestros jerarcas.
ƑQué hemos hecho cien millones de mexicanos para engendrar los políticos que hemos tenido? ƑEn qué libro se estipula que los pecadores mexicanos debemos nacer y morir bajo la sombra de gobiernos como han sido todos los últimos? De ser cierta la idea de que Dios es misericordioso, Ƒpor qué no nos echa una manita?
La real politik mexicana no deja de sorprender. Su imaginación, su incuria, sus yerros, su incultura, su irresponsabilidad y su falta de seriedad son dignos del mejor tratado de lo inexplicable -aunque corre la voz que para nuestros jerarcas lo imposible debe ser posible- o del mejor ensayo sobre el desdén -recuérdese la opinión de Gil Díaz sobre la cultura-. La semana pasada, durante la "comparecencia" de Santiago Creel, secretario de Gobernación, los diputados ofrecieron otra muestra de lo real maravilloso, que supera, con mucho, la inquina y la ironía wildeana: "Algunas veces la gente pregunta qué forma de gobierno es la más apropiada para los artistas. Para esta pregunta sólo hay una respuesta. La forma de gobierno más apropiada para un artista es no tener ningún gobierno".
Durante la "comparecencia" de Creel -las comillas no son, por supuesto, mías, sino de las bancadas semivacías del PRI y del PAN- el ridículo y la pena superaron los mejores textos de Ionesco. De acuerdo con el diccionario, comparecencia significa presentación del gobierno, de sus miembros, así como de otros cargos, ante los órganos parlamentarios a efectos de informe y debate. A menos que la definición del Real Diccionario de la Lengua Española esté equivocada, lo que sucedió con Creel en San Lázaro fue más una aparición que una comparecencia: ni hubo debate, ni hubo informe y la audiencia fue enjuta.
De 206 diputados panistas asistieron 130. De 208 priístas llegaron 136 y de 54 perredistas acudieron 40. Es decir, de 468 líderes nacionales -pagados y nutridos por el pueblo- los gobernados contamos con la presencia de 306, pero si tomamos en cuenta que "en tropel, sin dar oportunidad a nada, encabezada por su coordinador Rafael Rodríguez Barrera, la bancada priísta tomó la salida" (La Jornada, septiembre 12), entonces el número de asistentes disminuye a 170 diputados -sólo tomo en cuenta los principales partidos-. La salida "en tropel" de los priístas se suscitó después de que César Augusto Santiago "ajustó cuentas" en un delirante discurso -contra Creel y Fox, según los priístas, pero más bien contra el país, según la lógica- por el inadmisible agravio petrolero.
Tras las sandeces previas, el coordinador panista, Felipe Calderón, anunciaría sanciones extraordinarias para los faltistas -es de suponerse que habla de los panistas, aunque es posible que más bien se refiera a los perredistas o a los priístas-. Mientras tanto, en los pasillos corrió la versión de que también en el blanquiazul le ajustaron cuentas a Creel. Horas después, "por el bien de la nación", el secretario de Gobernación se reunió con los dirigentes del PRI para evitar la ruptura. Así las cosas, y, por supuesto, lo reitero, "por el bien de la nación", Creel, Madrazo y Gordillo fumaron la pipa de la paz mientras las bases priístas desoyen a sus líderes y los denuestan por atenuar el agravio contra su compañero petrolero Romero Deschamps. Todo un acto de civismo y dignidad.
Todo lo escrito es verídico. Falta espacio e ironía para juntar el resto de las piezas del teatro negro de San Lázaro. El hecho es que la comparecencia no fue comparecencia y lo innegable es que la mediocridad parlamentaria es infinita. La entropía de nuestros políticos rebasa toda lógica: lo irreal es real y el caos generado por nuestros políticos supera el imaginario de los premios Nobel de Física. Mientras que la ley de la termodinámica mexicana confirma que el caos se inventó en San Lázaro, lo único obvio es que a nuestros insignes jerarcas les importa su imagen y partido pero no el país.