EL MUNDO, BAJO LA AMENAZA DE BUSH
Finalmente,
el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, manifestó ayer
con descaro la pretensión de su administración -que no del
pueblo al que dice representar- de regir como el poder supremo del mundo.
El documento "La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos", eje
de la peligrosa política internacional de Washington, entierra definitivamente
las premisas en las que se ha fundado el equilibrio mundial de fuerzas
en los últimos 50 años, reemplaza la disuasión y la
no proliferación armamentista con la "acción preventiva"
-que no es otra cosa que la destrucción de todo Estado, grupo o
persona que obstaculice los designios del aparato político-económico-militar
de la única superpotencia- y afirma que la Unión Americana
no tolerará que ningún adversario intente igualar o superar
su poderío bélico.
Bajo el falaz argumento de defender la libertad, el libre
mercado y la propiedad privada, Bush se apresta a imponer al mundo una
visión única e imperial que no tolera la pluralidad y que
pasa por alto el acosado, pero aún vigente, orden multilateral con
el que la comunidad internacional ha intentado apartarse de la barbarie
y resolver pacífica y justamente los diferendos entre las naciones.
La nueva doctrina estadunidense es, bajo todas las ópticas,
totalitaria: pretende someter al mundo a cualquier costo, incluida la intervención
militar; se ostenta como defensor de una serie de valores -libre mercado,
propiedad privada- que, en las circunstancias actuales del orbe y, en gran
medida, por causa directa de la acción de Washington y de sus personeros
ubicados en los organismos financieros y en incontables gobiernos serviles,
no son sino la depredación del capitalismo salvaje y de sus grandes
corporaciones trasnacionales; pretende homogeneizar culturas y economías
bajo el molde estadunidense y utilizará para ello las "ayudas" del
Fondo Monetario Internacional como arma de presión y chantaje para
avasallar aún más a las naciones en desarrollo. Pasa por
alto la legalidad internacional en los casos que le resulte conveniente
y no reconoce -incluso, cabe suponer, intentará minar- algunos de
los esfuerzos civilizatorios, como la Corte Penal Internacional, en aras
de asegurarse un amplio margen de impunidad. Por añadidura, oficializa
la hipocresía y el doble rasero en materia política, pues
a la par que pregona la defensa de los valores democráticos, respalda
incondicionalmente la represión criminal a la que el gobierno de
Ariel Sharon somete diariamente al pueblo palestino y se cruza de brazos
ante las continuas violaciones de los derechos humanos que se registran
en su mismo territorio.
Para su propia ciudadanía, la estrategia de Washington
representa también un grave peligro, circunstancia denunciada por
muchas de las mejores inteligencias estadunidenses. Con una "hueca oferta
de seguridad" como pretexto, según señala el comunicado difundido
hace dos días por más de cuatro mil intelectuales de ese
país, el gobierno de Bush distorsiona el dolor por las víctimas
inocentes del 11 de septiembre -apoyado en medios de comunicación
"sometidos y acobardados", como afirma el manifiesto antes aludido-, la
conciencia de sus propios compatriotas para que cierren los ojos ante las
futuras atrocidades cometidas en nombre de la libertad y la democracia.
En un valeroso llamado, los intelectuales firmantes de esa declaración
convocan a sus conciudadanos a detener la "injusta, inmoral e ilegítima"
estrategia de Bush para someter a los pueblos del mundo. Sus voces ponen
de manifiesto que el gobierno de Washington no representa el sentir de
la sociedad estadunidense y reiteran su convicción de que las naciones
"tienen derecho a determinar su propio destino, libres de la coerción
militar de las grandes potencias".
La política presentada por Bush constituye una
grave amenaza para el mundo y devuelve a la humanidad a las oscuras épocas
de los totalitarismos y del exterminio del adversario en nombre de nociones
perversas y deformados ideales. Corresponde, en primer lugar, a los estadunidenses
detener las ominosas pretensiones de su gobierno. De ello depende, en gran
medida, la preservación de los mejores valores de la democracia
de ese país. A escala mundial, toca a los gobiernos y las sociedades
manifestar firmemente su rechazo al afán imperial y maniqueo de
los actuales ocupantes de los centros de poder en Estados Unidos, pues
están en juego su propia soberanía, su libertad, su libre
determinación y la permanencia de sus culturas particulares.