Angel Guerra
Los nuevos socios de Cuba
La gran feria agropecuaria estadunidense recién clausurada en La Habana -la primera en 43 años- marca un hito en el creciente cuestionamiento de importantes sectores empresariales y políticos y de la opinión pública del país del norte a la conducta hostil de Washington hacia Cuba.
Los patrocinadores debieron resistir presiones de su gobierno hasta última hora, hacer caso omiso de la inclusión de la isla en la lista de países terroristas del Departamento de Estado, de las acusaciones de que exporta armas biológicas, de la montaña de calumnias, en fin, lanzadas contra ella por Bush junior y otros funcionarios de su administración. Dicho en las palabras del gobernador de Minnesota, Jesse Ventura, pronunciadas en un encuentro con estudiantes y profesores de la Universidad de La Habana: "Nunca pensé en todos mis sueños que de adulto sería criticado por el presidente de Estados Unidos por querer establecer una relación con el pueblo de Cuba. Pero aquí estoy". Ventura, quien encabezó la representación de su estado en la feria, donde conversó una hora con Fidel Castro, es el tercer gobernador estadunidense que visita la mayor de las Antillas desde los años 60, luego de que a partir de 1999 lo hicieran el influyente republicano de Illinois George Ryan (en dos oportunidades), y su correligionario de Dakota del Norte John Hoeven.
A la exposición concurrieron 288 empresas de 33 estados -entre ellas gigantes como Archer Daniels Midland y Cargill-, gran parte de las cuales firmaron contratos por un total de más de 90 millones de dólares, que sumados a las compras cubanas a Estados Unidos en los últimos 11 meses superan 230 millones de dólares, cifra que coloca a la isla caribeña en el lugar 27 entre los países importadores de alimentos de ese mercado.
Las transacciones han sido posibles gracias a que en el año final de la administración Clinton, los legisladores liberales que se oponen al bloqueo recibieron el refuerzo de un grupo numeroso de colegas republicanos conservadores de los estados agrícolas para conseguir que se abriera un pequeño boquete a las sanciones contra Cuba. Por consiguiente se autorizó la venta de alimentos y medicinas al contado, sin que medie crédito de instituciones públicas o privadas estadunidenses y sin permitir a la isla exportar a ese destino, fórmula palmariamente discriminatoria, como señaló en su momento La Habana. Aun así, fue el resultado de una dura batalla en que los legisladores contrarios al bloqueo debieron vencer una tozuda resistencia del lobby patrocinado por la mafia de Miami.
El devastador paso del ciclón Michelle en septiembre de 2001 proporcionó la oportunidad para que las autoridades cubanas devolvieran el gesto a las fuerzas antibloqueo. Entonces La Habana, cuyo gobierno había sido el primero en condenar días antes los atentados terroristas de Nueva York y Washington, declinó una oferta de ayuda condicionada de Estados Unidos y en cambio manifestó su disposición de adquirir alimentos allí para reponer en parte las reservas estatales empleadas en la atención a los damnificados del huracán, a lo que accedió la parte estadunidense. Así comenzaron las compras, modestas por su cuantía, comparadas con las enormes potencialidades de intercambio comercial y económico si existieran relaciones normales entre los dos vecinos, pero de trascendental significación política por haberse realizado pese a los reparos de un gobierno singularmente reaccionario y cavernícola como el de Bush II, asociado estrechamente, además, a la contrarrevolución cubana de Miami, cuyo concurso fue providencial para su ascensión a la Casa Blanca y que es un apoyo indispensable a las aspiraciones de su hermano Jeb para relegirse en la gubernatura de Florida.
Varios factores han debilitado irreparablemente el bloqueo, que en un plazo no lejano sólo podría ser mantenido mediante el veto de la Casa Blanca a las posturas del Congreso. Uno es la pérdida de mercados por los agricultores estadunidenses, ahora acentuada con la recesión de la economía internacional, que propició la consolidación de un importante lobby legislativo contrario a las sanciones. Pero, aunque no las entiendan y hasta los desconcierten, son las realizaciones socioculturales, la eficacia y estabilidad probadas del socialismo cubano, la seriedad de su liderazgo, las que están ganando definitivamente el respeto y la confianza de los capitalistas estadunidenses en su nuevo socio.
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