Tras ser tocado por un rayo, a los 10 años,
adquirió el don de ''encaminar las nubes''
''Eso de ser ahuizote es trabajosito... y triste a
veces'', afirma don Goyo
''Con los aires y el arcolliris hay que
andarse con tiento, porque son de cuidado'', advierte
En la comunidad de Xalatlaco, los chamanes defienden
las cosechas de la furia de la naturaleza
MARIA RIVERA ENVIADA
Xalatlaco, Estado de México. Desde aquella
mañana de mayo en que lo chicoteó un rayo, otorgándole
el don de encaminar las nubes, el destino de Gregorio Díaz quedó
trazado. Como apenas tenía diez años, y no comprendía
las repercusiones de sus actos, no aceptó el designio divino. La
pertinaz centella regresó en dos ocasiones a recordárselo,
pero siguió renuente. No fue sino hasta que le envió un intenso
dolor de estómago que lo convenció. Arrepentido de su imprudencia,
se encaminó al santuario de Chalma junto a los demás ahuizotes
de Xalatlaco para ser iniciado.
A partir de entonces -relata el hombre- no sólo
se curó del golpe del rayo, sino que adquirió la capacidad
de invocar, mediante plegarias, la lluvia finita que engorda el elote,
hacer limpias, o remediar los males que producen el arcoiris macho y el
arcoiris hembra, que van desde la locura de amor hasta el embarazo.
A los 90 años, dueño de una singular memoria,
don Goyito, como lo conocen en la región, pide que le prendan el
último Alas de la tarde -ya que desde hace tres años perdió
la vista- y entre caladas, narra su historia.
"Cuando me cayó el rayo estaba de mocito en casa
de mi tío Paulino Ramírez. Fue un martes.
- Tío, le dije, voy a emparejar los burros y me
voy al monte por leña.
-Nomás dale de comer a las vacas y acarréales
agua -me contestó.
"Pero yo puse capricho y me fui al monte. En el camino
había un oyamel pachunudito, con muchas ramas, y ahí
me senté. Cuando me puse a leñar empezaron a salir las nubes.
Ajusté las dos cargas y las amarré a los burros. De pronto,
no supe qué me pasó. No oí si tronó, ni nada,
pero sentí un golpe."
Después soñó que dos hombres -"como
los fariseos que salen en Semana Santa"- lo llevaban en andas a un templo
iluminado por una veladora. Apenas se había persignado cuando lo
volvieron a sacar, dejándolo en un llano donde se vio rodeado de
animales fabulosos que pretendían devorarlo.
Con el sol recién salido, todavía seminconsciente,
despertó. "Entonces llegó una señora con una niña.
No sé si sería alguna virgencita, pero llevaba una botella
y un vasito, y me dio agua. 'Ahora vete', me ordenó. Yo no podía
contestar. No sé ni cómo pero desaté los burros y
me vine para el pueblo."
A su regreso la gente le empezó a preguntar dónde
había estado, pero no respondió porque seguía sin
habla. Su tío lo regañó por la tardanza, pero un vecino
lo defendió. "No lo caliente don Paulino, ¿qué no
ve que le pegó el rayo?", le dijo. Tras descubrirle la cabeza, observaron
que el sombrero "estaba humeado y olía a tizón".
Durante dos años el niño se resistió
a cumplir su misión, por lo que fue castigado. "Ya no comía
-recuerda-, se me fue el hambre. Estaba re flaco. ¡Nada más
para cerrar los ojos y ya me moría! Y cada año me chicoteaba
el rayo y me aventaba de aquí al camino. Me perseguía. Yo
le preguntaba a todos qué pasaba y me respondían: 'es porque
no quieres obedecer'."
Al tercero, cedió. El último día
de abril acompañó a los ahuizotes del pueblo a Chalma, a
pedir a san Miguelito "el arma" que les permite luchar contra las tempestades
en la temporada de aguas. Ahí don Fernando Cedillo, principal chamán
de entonces, lo "curó" del golpe del rayo y le informó que
ya podía ayudarlos a trabajar.
Tras la iniciación, rememora don Goyito, recibió
las enseñanzas de don Fernando Cedillo. Este no sólo les
transmitió los rituales propiciatorios sino "las movidas" para contrarrestar
las maldades. Por ejemplo, hubo un año, hace mucho tiempo, en que
los coatepecos, sus vecinos, les llenaron los campos de granizo. La pérdida
de la cosecha parecía inminente. "Si los dejamos no vamos a tener
maíz el año que entra -explicó Cedillo a sus huestes-
así que tenemos que empezar a aventarles el agua con granizo para
allá".
Organizó a los elegidos para que fueran a tronchar
hojas de sus milpas a manera de conjuro, y al regresar al pueblo se encomendaron
al machete de san Miguelito. "¡Y viera usted qué buena cosecha
alzamos ese año!"
La labor de curandero -continúa el chamán-
también la aprendió de don Fernando. "Con los aires y el
arcolliris hay que andarse con tiento porque son de cuidado. Si
es arcolliris macho se burla de la mujer, si es hembra, del hombre".
En el mejor de los casos se aparecen en forma de hombres o mujeres de buen
ver, dejando a sus víctimas encandilados. En el peor, pasan del
dicho al hecho.
En una ocasión -recuerda- un enorme arcoiris macho
se hizo el encontradizo con una señora del pueblo. "Además
de preñarla, la enfermó tanto que ya no podía asistir
a su marido". Don Fernando Cedillo fue el encargado de resolver el caso.
Tras el diagnóstico, sobó todo el cuerpo de la mujer, desde
los pechos hasta el vientre, soplándole de vez en cuando en sitios
estratégicos. ¡Santo remedio! Tan satisfecha quedó
la paciente, que la siguiente vez que pasaron los curanderos por su casa
hasta con mole los recibió.
"Lluvia finita que engorda el elote"
Los ahuizotes -palabra náhuatl que designa a los
animales que habitan en los manantiales profundos- son los últimos
sobrevivientes de una creencia que se remonta a la época prehispánica.
El rayo era el símbolo de Tláloc, quien señalaba de
esa manera a sus servidores.
Se piensa que quien sobrevive a una descarga eléctrica
absorbe su poder, y eso le permite enfrentar a los elementos dañinos
de la naturaleza y propiciar la lluvia.
Desde mayo en que comienza el temporal, los chamanes escudriñan
el horizonte en busca de signos de riesgo para las cosechas. Detectado
el peligro, con plegarias en mexicano hablan con la nube tratando de hacerla
entender del mal que puede ocasionar. Pero si con argumentos no cambia
de rumbo, invocan a San Miguelito y al señor Santiago, y con el
arma más poderosa que poseen, la palma bendita, la alejan.
Otra de sus labores consiste en proteger su territorio
con reliquias (botellitas con agua del sábado de Gloria) que, acompañadas
de los 12 misterios (cruces de palma, laurel y copal) y oraciones, colocan
en el corazón de los cerros que rodean el pueblo, a manera de talismán.
Cuando se ponen a trabajar, estos amuletos bullen y pueden secarse, dejando
el lugar a la buena de Dios.
Pero de nada serviría detener tempestades o granizadas
si en agosto no cayera el agua que permite madurar las mazorcas, y que
por el rumbo llaman tomiquiáhuitl -"lluvia finita que engorda
el elote"-. De ahí que la invocación del agua sea uno de
los elementos centrales de este culto.
Vida de sacrificios
Tras los poderes hay una vida de sacrificios, de ahí
que muchos se hagan los disimulados cuando los toca una centella. Durante
los cinco meses que dura el temporal deberán abstenerse de tener
relaciones sexuales o comer alimentos verdes o frescos, como elotes, habas
verdes o quelites. Además se comprometen a combatir el egoísmo,
cuidando lo mismo las plantaciones propias que las ajenas, y a no ser déspotas
o ambicionar lo ajeno.
A cambio sólo obtendrán el reconocimiento
de su gente y la satisfacción de poner las siembras a salvo, como
hicieron desde tiempos inmemoriales sus antepasados."¡No, si eso
de ser ahuizote es trabajosito...y triste a veces!", concluye don Goyito.
En el libro Graniceros, cosmovisión y meteorología
indígena de Mesoamérica, Carlos Bravo Marentes explica
que Chalma es el lugar más importante para estas prácticas,
por ser el centro de poder místico y la morada de las entidades
sagradas de la región, por lo que es el sitio donde los ahuizotes
refrendan su poder, vocación y devoción al servicio de Dios.
"En Chalma -destaca el investigador- el neófito
es presentado ante la imagen de San Miguel como un nuevo soldado, ocupando
un lugar dentro de la jerarquía de tipo militar de los ahuizotes
de Xalatlaco. Este santo es el segundo patrón del santuario, y su
imagen se venera en la gruta donde se rendía culto a Oztoltéotl,
deidad de las cuevas que tenía entre otros atributos la curación
por medio de las aguas."
A fines de septiembre concluye el ciclo agrícola
y con ello la labor de los chamanes. El 28, cuando el demonio anda suelto,
hacen su último trabajo, y el 29 -"día en que empiezan a
descansar los ángeles que traen el agua de los montes y las peñas"-
vuelven a Chalma a regresarle simbólicamente a San Miguel el arma
que les prestó para que lucharan contra el granizo y los malos vientos.
Concluida la abstinencia, festejan con abundante comida y pulque.
La realidad de Xalatlaco
A través de los tiempos los pueblos mesoamericanos
dependientes de las actividades agrícolas consideraron importante
controlar los avatares del clima mediante rituales mágicos. Sin
embargo, progresivamente el entramado que soporta estas creencias ha ido
desapareciendo, a la par surgen nuevos peligros.
Soledad González Montes, investigadora de El Colegio
de México, señala en su artículo Pensamiento y
ritual de los ahuizotes de Xalatlaco, en el valle de Toluca, que en
1940 tres cuartas partes de esta comunidad hablaba náhuatl, pero
para 1990 sólo 2.3 por ciento lo hacía. Desde su perspectiva,
la década de los 60 marca un punto de inflexión, ya que además
de acelerarse la pérdida de la lengua, comenzó a transformarse
la economía del municipio. Si hasta entonces 90 por ciento de la
población económicamente activa se dedicaba a las actividades
agropecuarias, en los años 90 representaba menos de la mitad.
Las tierras de Xalatlaco han dejado de ser la principal
fuente de sustento para sus pobladores. Los jóvenes ya no buscan
las respuestas a su futuro entre los surcos, sino que migran al DF o Toluca:
las mujeres se emplean como trabajadoras domésticas y los hombres
como albañiles.
Para completar el oscuro panorama la vecina comunidad
de San Miguel Ajusco -perteneciente a la delegación Tlalpan- les
disputa una franja de mil 500 hectáreas de bosques. Recientemente
el Tribunal Agrario falló a favor de los capitalinos. Por el sólo
hecho de incorporarse al Distrito Federal, las tierras incrementarán
considerablemente su valor y, más aún, en manos de fraccionadoras
de lujo, donde se prevé que terminarán.
El mundo de los señores de la lluvia y el trueno,
pleno de sabiduría y magia, poco puede hacer ante las leyes del
mercado. Los meteoros son más fáciles de controlar que la
especulación inmobiliaria.