Veinte años de la muerte de Glenn Gould
Pudo haber sido relojero o astrónomo, pero fue
pianista
Legó 97 trabajos discográficos y los textos
contenidos en una antología compilada por Tim Page
CESAR GÜEMES
Si Glenn Gould no hubiera sido pianista, habría
sido relojero o astrónomo o doctor en biología molecular:
cualquier profesión que lo alejara del contacto con grandes grupos
humanos. Pero fue pianista, necesariamente polémico, visto sobre
el hombro por los críticos afectados y seguido con legítimo
afán por los cientos de miles de escuchas que agotan sin descanso
los 97 trabajos que se encuentran reunidos hasta ahora en el catálogo
de Sony-Classical.
Cincuenta años y nueve días vivió
el canadiense Glenn Gould, de quien a lo largo de este mes se conmemora
el vigésimo aniversario de su muerte, ocurrida el día 4 de
octubre de 1982 en Toronto, ciudad que lo vio nacer en septiembre del 32.
Reservado, lacónico, gatuno, concedió muy
escasas entrevistas, pero dejó por escrito una enorme cantidad de
respuestas. De modo que a 20 años, así como puede escuchársele
tocar el piano, puede "entrevistársele" en virtud a textos como
los contenidos en The Glenn Gould reader, antología compilada
por Tim Page, de la que aquí ocupamos la magnífica traducción
de Armando Roa, y de su ensayo Imitación y falsificación
en el proceso creativo, traducido con enorme cuidado por Elvio Gandolfo
para Grand Street.
Solitario vocacional, su oficio de músico lo llevó
por necesidad al contacto con el público. Así explica la
forma de solventar esta aparente contradicción: "Tengo la oportunidad
de meditar sobre la relación del aplauso con la cultura musical
y he llegado a la conclusión, con la mayor de las seriedades, de
que una de las medidas más salutíferas de nuestra cultura
contemporánea sería la eliminación gradual, aunque
completa, de la respuesta del público. Mi opción por este
camino radica en la creencia de que la justificación del arte es
la combustión interna que suscita en el corazón de los hombres
y no en sus manifestaciones públicas, huecas y exteriorizadas. La
finalidad del arte no es incitar momentáneas expulsiones de adrenalina
sino, al revés, servir de plataforma progresiva, a lo largo de toda
una vida, para levantar estados de admiración y serenidad.
"Los efectos de esta introversión han sido beneficiosos
para el conjunto de nuestra cultura. Nunca antes han invadido nuestros
cuartos Ockeghem y Costeley en compañía de un Chopin o un
Liszt. Nunca, con anterioridad, Gesualdo ha debido competir con Schubert
para ganar nuestra atención. Tampoco un compositor de música
electrónica deberá ahora, para enseñarnos la descripción
pormenorizada y exacta de sus intenciones, recurrir a la afectación
narcisista de un intermediario. Así, entonces, si se ha conseguido
en una generación este grado de audición condicionada, en
la próxima generación se dará un paso adelante, llevando
la introspección al interior de las salas de conciertos y del teatro.
Hay quienes, por cierto, defienden la idea de que sólo en la sala
de conciertos, sólo con la comunión directa de artista y
auditor, podemos experimentar el drama superior de la comunión humana.
La respuesta a esto, en mi opinión, es que el arte, en su más
elevada misión, es apenas algo humano".
¿El James Dean de la música clásica?
En su momento y de forma posterior a su muerte ha sido
considerado, quizá en un exceso, el James Dean de la música
clásica. Gould afirma, en cuanto a las relaciones entre creatividad,
asimilación y rebeldía lo siguiente: "La invención
es el otro factor del proceso creativo de ornamentación, de suministrar
a un artículo ya existente cierto pequeño realce del que
antes había carecido o que, tal vez con más precisión,
no había tomado como necesario. La relación entre la imitación
y la invención es, en términos generales, de estrecha armonía.
Sin imitación, sin la asimilación consciente de los puntos
de vista anteriores, la invención no tendría base. Sin el
impulso de la invención, el deseo de complementar, de realzar, la
imitación, el impulso de redistribuir, carecería de fuerza
motivadora. Es obvio que el rebelde, el anarquista, el beatnik esperará
lograr una relación invención-por-sobre-la-imitación
más alto que el conservador, que se contentará con reordenar
las facetas del caleidoscopio cultural que ya admira con apenas un atisbo
de ornamentación inventiva aquí y allá. Pero incluso
la disposición anárquica del temperamento beatnik groseramente
rebelde sostendrá una preponderancia de la imitación en el
diseño creativo. Sólo tenemos que examinar los textos fláccidos
del señor Jack Kerouac o las pesadas meditaciones del señor
Henry Miller para advertir qué poco tiempo es necesario para que
el rebelde de ayer se retire a la senilidad del ateo de aldea de hoy. No
es accidental que aquellas obras de arte que recurren con deliberación
a los gustos y problemas especializados de su propia época sean
las que quedan anticuadas con mayor rapidez. Carreras enteras, la de George
Bernard Shaw es una, pueden quedar en peligro debido al impulso del artista
de dirigirse a su público en términos conscientemente contemporáneos".
Respecto del proceso creativo y la forma en que los artistas
lo describen, Gould fustiga con severidad: "Ocurre con frecuencia que por
cierto milagro de la creación que está más allá
de todo cálculo, un artista es poseído por enormes dones
creativos, pero estos no son acompañados por la menor capacidad
de articularlos. De allí el tipo de artista que habla sobre 'rupturas',
'momentos de revelación de la verdad' y 'locos cielos azules'. Estas
expresiones violentan las explicaciones más meditadas del proceso
creativo y harían mal salvo por el hecho de que como provienen de
artistas, nadie les presta mucha atención de todos modos".
Luego de semejantes reflexiones, es perfectamente lógico
que Glenn Gould, quien gustaba de tararear a Bach mientras lo interpretaba
al piano, diga por último, con todo el derecho que le da el trabajo
que dejó grabado: "En lo que se resume esto no es en que tenemos
una consideración especial por la antigüedad, ni en que estamos
convencidos de que los buenos viejos días eran mejores y no volverán,
sino más bien en que hemos llevado a nuestra toma de decisión
crítica las ideas del perfeccionismo científico. Hemos pedido
prestada al mundo científico la idea de que las cosas mejorarán
a medida que el mundo envejezca y toda nuestra cháchara sobre la
moda y la puesta al día en arte no es más que una sublimación
bastante obvia de esta idea".