León Bendesky
ƑMejorará la economía mexicana?
Dentro de poco el Congreso recibirá la iniciativa de presupuesto para 2003 que presentará la Secretaría de Hacienda. Cuando lo haga, y mientras resuelve convertirla en ley, deberá considerar varias cuestiones. Entre ellas, el balance de lo que ha ocurrido a la economía en este año y las perspectivas para el entrante.
El presupuesto está asociado con el desempeño económico anual para el que se diseña, pero también debe ir sentando las bases para el desenvolvimiento de más largo plazo, es decir, crear las condiciones para el crecimiento futuro. En este sentido la práctica fiscal en México padece una deficiencia crónica que se manifiesta en la disociación entre las medidas para generar la estabilidad y la capacidad de crecer de manera sostenida.
Uno de los aspectos que hay que advertir con respecto a los resultados de 2002 es que el crecimiento es muy bajo, menor a las expectativas originales del presupuesto de noviembre anterior, que será del orden de 1.3 por ciento. Pero, por otro lado, la inflación lleva un ritmo mayor al esperado y el Banco de México anunció ya que acabará por encima de lo estimado también originalmente, situándose en alrededor de 5 por ciento. Quiere decir que la economía mexicana está en uno de los peores escenarios: un estancamiento productivo (que se extiende por segundo año consecutivo) y una inflación muy alta todavía en el marco de las políticas de estabilidad que se persiguen con tanto ahínco.
Las metas del crecimiento para 2003 ya fueron reducidas por el gobierno a 3.5 por ciento y el Banco de México anunció cambios en los instrumentos para administrar la cantidad de dinero y el nivel de los precios con un control más directo sobre las tasas de interés y, seguramente, insistirá en el objetivo de acercar la inflación a la de Estados Unidos.
Se ha anunciado ya que el presupuesto va a ser austero el año entrante, como si eso fuera noticia. Un bajo déficit sigue siendo una de las convicciones más caras de quienes conducen la economía nacional (incluidos funcionarios del FMI), pero no proviene de la fortaleza de la economía. El presupuesto será austero porque el gobierno no tiene suficientes ingresos ni aun con el petróleo a precios altos, como ha sido el caso en el curso de este año, y es previsible que lo sea en los meses próximos. El tema de mayor relevancia para la conducción de esta economía es resolver la parálisis fiscal que se deriva de la falta de ingresos y la insuficiencia del gasto público en los rubros que pueden conformar un escenario más propicio para el crecimiento.
Dejemos de lado la disputa sobre los obvios efectos perniciosos del déficit fiscal para la estabilidad macroeconómica y fijemos la atención en la manera de ampliar el presupuesto para impulsar la inversión productiva y aumentar el nivel de la actividad económica sin seguir dependiendo de modo tan ostensible de la dinámica de la economía estadunidense. Esto necesita de una decisión administrativa y política, cuya viabilidad no existe hoy en el país, por ello la mancuerna entre la rigidez fiscal y la camisa de fuerza monetaria llevan al escenario de estancamiento con inflación.
Las pautas que sigue la gestión económica son las más cómodas para el gobierno y para los grandes empresarios e inversionistas nacionales y extranjeros, pero no habrá reforma efectiva del Estado conforme a la agenda que se ha fijado el gobierno si se mantiene la limitación financiera del sector público.
El presupuesto de 2003 estará otra vez atado a las restricciones de los ingresos del gobierno, sobre todo los tributarios, y a una visión extremadamente chata acerca del significado de la inversión pública en áreas como la infraestructura para servir de estímulo al crecimiento. En contrapartida, el banco central seguirá atado a un enfoque desde el cual se tiene que controlar la demanda para evitar una presión sobre los precios, mientras que los estímulos efectivos a la oferta son prácticamente inexistentes.
El acomodo automático de la oferta, es decir, el incremento de la producción no se da a partir del estricto control de la cantidad de dinero y del crédito y es en verdad notable que el Banco de México aspire a aplicar medidas como las de su modelo, que es la Reserva Federal, sin considerar de modo explícito el incremento de la capacidad productiva.
La inflación ha bajado en México, puesto que el banco ha aprovechado las condiciones favorables que crea la entrada de dólares que le permite ir acomodando el crecimiento de los precios y de la tasa de interés en función de los movimientos del tipo de cambio, aun con la depreciación de los meses recientes.
La inflación es un fenómeno monetario que se puede combatir con el control de la cantidad de dinero, pero no se puede tener una economía que opere a mediano plazo con baja inflación sin el sustento de una mayor producción en un entorno de eficiencia general que mantenga los costos bajos y con ello promueva la productividad. La política fiscal y la monetaria se amarran en el crecimiento y es cuando tienen sentido económico pleno las medidas de estabilización con un bajo déficit público y suficiente crédito para mover la economía.