Presentaron en Bellas Artes la función
número cien de la obra de Sasha Waltz
Cuerpos, discurso multicultural que disecciona
carne, mente y espíritu
La profundidad de sus ideas dibuja la evolución
del conocimiento humano
Aleccionadora actualización de los nuevos derroteros
de la danza-teatro en Alemania
PABLO ESPINOSA
La coreógrafa alemana Sasha Waltz presentó
anoche en el Palacio de Bellas Artes la función número cien
de su obra Cuerpos, análisis brutal del ser con un discurso
multicultural en el que diseccionan carne humana y órganos y mente
y espíritu valiéndose de técnicas complementarias
como la danza-teatro, el butoh, las actions, el performance
y el storytelling, en un tono escénico que reúne a
unos metros del proscenio la poesía de Rilke, la filosofía
de Kant y la vulnerabilidad humana.
En escena, el planteamiento de las preguntas básicas
de la filosofía (¿quiénes somos, ¿de dónde
venimos?, ¿adónde vamos?) se traslada a cuestionamientos
dancístico-teatrales: ¿somos algo más que pedazos
de carne? Con despliegues virtuosos coreográficos.
Las respuestas, en cuanto en escena aparecen las técnicas
kathakali, butoh y noh, se dirigen hacia las filosofías antiguas:
somos una unidad de cuerpo, mente y espíritu.
Vocación ecléctica
La celebridad de Sasha Waltz había sido relegada
hasta el momento a esos reduccionismos facilones y esnobistas del tipo
''la sucesora de Pina Bausch". Tal comparación estilística
resulta improcedente en cuanto la contundencia de las ideas teatrales de
Waltz resulta tan brutalmente explícita en su orientación
posmoderna, aglutinadora de lo mejor del pensamiento contemporáneo.
Dada su vocación ecléctica, los referentes
icónicos, los ecos, las coincidencias estéticas y los reflejos
de Waltz se disparan como un géiser en escena: el anatomismo de
Da Vinci, cierto emparentamiento sincrónico con Peter Greenaway,
la irreductible referencia a Auschwitz, sobre todo en las primeras escenas
en las que la carne humana se amontona de manera semejante como en el video
que inspira al actor Harvey Keitel para sus fines de mercadotecnia política
gringa contra el director de orquesta Wi
lhelm Furtwaengler en la nueva obra maestra de Isztván
Szabó, Réquiem por un imperio (Taking sides).
El humor de Sasha Waltz lastima de tan filoso su bisturí
(aunque el público se reía para mostrar que estudió
inglés en alguna academia Vázquez, pero en realidad no entendía,
por ejemplo cuando en una escena de la obra un actor va al médico
y pregunta aterrorizado: ¿tengo cáncer?), la hondura de sus
ideas dibuja la evolución del
conocimiento humano. Más ecos aleatorios: la tragedia
de Sheffield, una multitud aplastada por sí misma en un estadio
de futbol, que ya Michael Nyman había hecho obra de arte también.
Gracias al Instituto Goethe, que trajo a México
a la compañía Schaubuhne am Lehniner Platz, que codirige
Sasha Waltz, tenemos aquí una actualización contundente,
aleccionadora, de los nuevos rumbos de la danza-teatro en Alemania
.
FOTOS FRANCISCO OLVERA