Luis Linares Zapata
Los despojos del presupuesto
Antes fueron los gobernadores, inconformes con los recursos que les tocaban, quienes pedían mayor tajada del reparto presupuestal. Ahora también lo son y se unen, contrariados y furiosos (Conago), en pos de rescatar algo del naufragio hacendario, cada vez más evidente, sin que ninguno de ellos se decida a imponer o cobrar impuestos adicionales.
Antes fueron los burócratas federales, siempre ávidos para ensanchar sus cotos de mando, los que incluían crecientes demandas para apropiarse un cacho mayor del gasto corriente y, a veces, hasta del de inversión. Ahora lo siguen planteando y con irónica eficiencia lo han conseguido: el desembolso en nómina federal es bastante más grande que en el pasado.
En el pasado numerosas organizaciones sociales, grupos de presión, sindicatos, críticos, académicos y científicos protestaron por la exigua inversión en infraestructura social o en carreteras, en el combate a la miseria, por el abandono en que se tiene a la investigación, la paupérrima situación de las universidades o solicitando perentorios desembolsos en gasto público publicitario con que enfrentar la astringencia de los anunciantes.
Nada se diga de los que ayer denunciaban el caos y la postración de un campo incapaz de competir con modernos agricultores subsidiados, pero que rechazan pagar el mínimo impuesto. O de aquellos que se quejan de los bajos salarios de los policías -causa directa de su corrupción, alegaban. Pues son con pasmosa frecuencia los mismos que hoy levantan, airados, sus voces para apuntar las carencias, repetidas hasta el cansancio, en las que se debaten las corporaciones policiacas; los campesinos, exportadores o no, aterrados ante lo que les depara la inminente apertura, mal negociada aducen, del TLC; los miembros del Sistema Nacional de Investigadores que apuntan con precisión las consecuencias para la independencia de la nación, pero que no aceptan cargar con mayores, más justos, extendidos impuestos.
Casi nadie se salva de lo que muchos atisban, alarmados, como una tragedia singular de los mexicanos que no podrán evitar la debacle anunciada por los recortes presupuestales, salvo quizá las burocracias partidarias que harán su agosto en 2003. Once orondos partidos se distribuirán una bolsa de más de 5 mil millones de pesos y, si se descuida la ciudadanía, puede que un tanto adicional y aumentable para el futuro.
A toda hora, en todos los sectores productivos, sociales o culturales, y a cada paso, puede notarse la incapacidad del gobierno en sus tres ramas y niveles para reanimar la decaída fábrica nacional que no puede abandonar la senda de resultados económicos mediocres. Sin que, de acuerdo también con la otra cara de valores, mitos, paradigmas, métodos y apoyos a las economías de mercado, se enfrente la necesidad de vigorizar el erario con ingresos suficientes para acelerar y hacer justo el crecimiento, así como para sostenerlo en el tiempo.
El reciente diferendo, llevado hasta la descortesía de no asistir a una cena en Los Pinos, que tanto revuelo ha causado, es sólo una etapa, por demás peligrosa, en que se ha embarcado un grupo de mandones del país. No será el último, por desgracia, pues seguirán girando en torno a los recortes, las astringencias y las incapacidades para alentar el desarrollo con recursos adecuados. Pero el acto magnifica la tensión que ya contiene y no puede procesar adecuadamente el sistema político actual.
No bien salía el presidente Fox bien librado de la prueba de fuerza contra el viejo régimen, perseverando en el caso Pemex-STPRM-PRI, cuando se mete en camisa de sospechas, por cierto innecesarias y hasta torpes, cuando les rebaja, de sopetón y a escondidas, los impuestos (tiempos) a los medios electrónicos. Por ello lo cuestionan, y con razón, los opositores partidarios y amplios segmentos de la crítica y la ciudadanía interesados en el tema de la comunicación.
Sin embargo, todo indica que al recrudecerse la lucha por los despojos de un presupuesto cada vez más pequeño y a todas luces insuficiente se extiende la conciencia de la urgencia, elevada a imponderable político, de terminar la reforma fiscal que un México atribulado exige.
Ya no se puede retardar la autonomía (de operación y financiera) de la Comisión Federal de Electricidad para que resista los intentos que quieren descuartizarla y enseguida repartir su inmenso mercado entre las trasnacionales. Menos aún para dejar de manosearle a Pemex los recursos de inversión que desesperadamente requiere para reponer lo que ya se ha consumido de reservas y actualizar su tecnología para ponerla a competir, a nivel mundial, con las empresas de su género, tal como vocea la actual administración de Fox.
Por otra parte, es un crimen postergar el salvamento de los sistemas de salud y de seguridad social. Para ello se necesita reconocer pasivos enormes y corregir legislaciones omisas hasta los límites criminales que dejan sin cobertura a millones de mexicanos.
Como fácilmente se ve, el pleito actual no es por una cena en Los Pinos ni tampoco por la tardanza en el aprendizaje de ya no tan recién llegados al gobierno, sino por una realidad financiera que impide seguir adelante y que, por desgracia, ya no se modificará para el ejercicio 2003. Si bien va, hasta finales del año que entra se tendrá como tarea de una Cámara de Diputados, que ojalá se elija con esa medida en mente.