Carlos Bonfil
Woody Allen, premio Príncipe de Asturias
""La mayoría de las cintas hollywoodenses son banales, carecen de inspiración y originalidad, y su objetivo principal es ganar dinero. Cuando en mi país quieres ir al cine, y además piensas un poco, casi siempre quieres ver una película extranjera". Esta declaración de cinéfilo inconforme la hace Woody Allen en una rueda de prensa en España poco antes de recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y de las Artes. La posición no es nueva y el punto de vista apenas ha variado en los últimos diez años. Una ilustración contundente del filo irónico del cineasta es su cinta más reciente, Hollywood ending, que inauguró el pasado festival de Cannes, mostrando al creador en su mejor forma. Por razones incomprensibles (la cinta ya ha sido adquirida para su distribución en México), su estreno se posterga hasta posiblemente el año próximo. Adquisición oportuna, exhibición a destiempo --suerte invariable para las cintas de Woody Allen y Almodóvar, entre tantos otros, y todo ello para favorecer, precisamente, la banalidad fílmica a la que alude el realizador de Annie Hall.
Hollywood ending, no un final hollywoodense, tampoco el final de una industria, apenas, acaso, uno de los posibles desenlaces irónicos en la trayectoria del propio Woody Allen, comediante, figura de escándalo, cineasta controvertido y entrañable. Camaleón en primer plano, Allen es en esta cinta Val Waxman, un cineasta de "arte y ensayo" venido lamentablemente a menos, condenado a realizar publicidades para desodorantes, intransigente, sin embargo, en su decisión y empeño por realizar sólo cine de calidad, o absolutamente nada, de no ser comerciales para inodoros. Su ex mujer (Tena Leoni), casada ahora con un joven magnate hollywoodense, intenta procurarle una segunda oportunidad, y tal vez, sin admitirlo demasiado, buscar un nuevo despegue en su propia relación con él. Cuando casi todo está a punto, como en una comedia sentimental de bajos vuelos, sobreviene la desgracia: Waxman pierde progresivamente la vista y debe disimular su discapacidad durante el rodaje mismo de su nueva cinta.
El asunto es pretexto para una de las comedias más delirantes del cineasta: un cruce entre El ejecutivo, de Robert Altman y Los enredos de Harry (Deconstructing Harry), donde, se recordará, Woody Allen también manifiesta, en una rutina con Robin Williams, fallas en la visión que le obligan a ver toda la realidad fuera de foco. En Hollywood ending se trata de ceguera total, y las implicaciones bufas de un cineasta ciego, auxiliado por una ex esposa cómplice, temeroso a cada instante de ser descubierto y suspendido, se traducen en diálogos ingeniosos y, sobre todo, en una reflexión mordaz sobre el destino del cine de arte en tiempos de la globalización. Como es característico, Woody Allen entrecruza la trama sentimental, según el modelo de la comedia del reacomodo marital, a lo Lubitsch, a lo Preston Sturges, y el recuento de una frustración artística. De la impotencia sentimental al sabático de la inspiración.
La gran figura de sarcasmo es, sin embargo, la película misma que realiza el director ciego. Previsiblemente un fiasco. Narración caótica, encuadres mal hechos, actuaciones en naufragio, y humor involuntario a raudales. ƑCuántas películas comerciales no parecen haber sido filmadas así, en el estrabismo o en la ceguera? Lo inesperado e impensable es sin embargo que alguna de ellas pudiera ser elevada a objeto instantáneo de culto. Val Waxman parece no tener remedio. Aun recuperando providencialmente la vista, su caso está perdido. Vuelta de tuerca: la crítica francesa declara que su nueva cinta, el esperpento infumable, es en realidad una obra maestra. ƑExiste modo más sutil y elaborado de señalar la frivolidad y el snobismo en el ejercicio de la crítica? ƑDe apuntar los dardos de la ironía hacia el propio cineasta, desdeñado en su país, alabado sin reservas en Europa? ƑDe mostrar, finalmente, la vanidad de tantas empresas de creación y análisis? El aparente pesimismo de Woody Allen se convierte, a fin de cuentas, en un comentario inteligente sobre los riesgos y menguados goces de la creación independiente, entre los que figuran, por ejemplo, la recurrente acusación a los artistas veteranos de repetirse de un trabajo a otro, o de envejecer aceleradamente, o de incurrir en narcisismos y complacencias, cuando, en realidad, cineastas como Woody Allen o Clint Eastwood reiteran, en su trayectoria reciente, la madurez de su oficio y la saludable intransigencia de sus puntos de vista.