Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 28 de octubre de 2002
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Política

León Bendesky

Error

Hoy el país está plagado de buenas intenciones. Pero no son suficientes en una sociedad que se encuentra esencialmente estática. Y mientras no se mueve, están siendo erosionadas las diversas formas de articulación que hacen que se sostenga de modo cada vez más precario. La inmovilidad es una situación muy dañina para un país en el que se acumulan rezagos de todo tipo y que está marcado por la condición general de estancamiento que prevalece desde las dos últimas décadas. Estas buenas intenciones están limitadas por el hecho de que sólo se confía en éstas, así como en una serie de ideas y preconcepciones que podrían verse como resultado de una ideología, pero que muestran crecientemente que son engañosas y que acaban justificando los medios que se plantean sin alcanzar los fines que supuestamente se persiguen.

La política es esencialmente compleja porque representa las formas de entrelazamiento de los individuos, los grupos y las clases que conforman la colectividad con sus diversos intereses y necesidades y con muy distinta posibilidad de expresarlos de modo efectivo. Por eso existen los conflictos, más allá de los acuerdos a los que se llega y de las reglas, aún precarias, que se crean para la convivencia.

Conflicto y cooperación son pautas esenciales para organizar una sociedad, pero no hay garantía alguna de que el balance genere resultados virtuosos, es decir, que permitan crear las condiciones de crecimiento económico, bienestar social, equidad y justicia. México está, en este sentido, muy retrasado con respecto no sólo a lo que ocurre en otros países que usualmente se toman como ejemplo, sino en relación con la imagen que se ha hecho de sí mismo como nación, mediante un discurso de modernidad y progreso que se vacía de contenido a cada paso.

Si cambiamos la perspectiva de lo que pasa en nuestro país, de la noción predominante acerca de lo que constituye la verdad y aceptamos abiertamente que enfrentamos el problema del error como expresión esencial de la política (y también de la historia e incluso de la vida misma), sabremos que no hay manera de forjar un método de protección confiable contra el error. Pero entonces habremos de aceptar que se deben crear modos eficaces de identificar ese error, de resguardarse contra él y de enfrentarlo.

Esto sería una base que establecería una estrategia para orientar el curso de la sociedad, para fijar las bases de lo que se suele llamar el desarrollo en sus muy variadas facetas y expresiones, es decir, no como proceso lineal, sino de entrecruzamientos múltiples. De esto se trata finalmente la capacidad de acción que tienen los hombres y en ello consiste la posibilidad de ejercer la libertad, lo cual es contrario al fatalismo que impera y que se expresa en la serie de restricciones internas y externas que se toman como límites estrechos de lo que se puede o no se puede hacer.

Ese fatalismo está hoy fuertemente incrustado en la visión que domina en la sociedad mexicana, alentada desde la esfera del gobierno y del poder que representan los medios de comunicación y que abarca todo lo que tiene que ver con las cosas eminentemente públicas.

La referencia del error, en este caso político, no puede ser más que el constante vínculo con lo real, lo que ocurre en la sociedad. Esto significa ordenar y jerarquizar los hechos y los procesos, ensamblar de modo que pueda distinguirse lo que es importante de lo que es más importante, lo cual quiere decir, entonces, que el conocimiento de lo que ocurre y cómo ocurre es igualmente complejo y, por lo tanto, no se sujeta a las formas más convencionales de la práctica gerencial. Además, y no sólo dicho de paso, de que en verdad la sociedad no se conduce desde la dimensión política conforme a las prácticas de gerencia, por más ilustradas que crean ser.

Aunque se sostiene la idea de que se hace política, que se administra la economía o que se conduce la sociedad a partir de cierta racionalidad, que por cierto no admite desviaciones y que se confunde con la verdad, lo que subsiste es la incertidumbre, que se acrecienta en las condiciones que hoy caracterizan a esta sociedad.

La incertidumbre es inherente a la acción política y una vez que se echa a andar no se ciñe a las intenciones originales, menos aún a la voluntad de quienes la diseñan y aplican. Hay muchas muestras de esta condición en los mismos 20 años a los que aludimos al inicio de este artículo.

Si los riesgos son inevitables por la naturaleza incierta de las acciones políticas, entonces una alternativa es seguir haciendo lo mismo con las consecuencias previsibles que ya están mostrando de manera clara los hechos.

Otra alternativa es la apuesta que entraña sus propias oportunidades y conflictos. Una estrategia que se defina de este modo tiene que volver constantemente sobre sí misma y revisarse para modificarse, sin que esto signifique perder de vista el objetivo de largo plazo que la define, puesto que tampoco representa la única verdad.

Sin una apuesta políticamente consciente y responsable ciertamente será muy difícil dar a la sociedad mexicana las opciones que requiere y la oportunidad de salir del inmovilismo y el estancamiento.

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