Horacio Labastida
Sergio Bagú y nuestro futuro
La muerte del distinguido sociólogo latinoamericano y maestro en la UNAM desde los años 70 nos une aún más a su cátedra sabia e inolvidable, porque sus doctrinas connotan la redención del hombre enajenado por la cada vez más peligrosa invasión del capitalismo multinacional, singularmente el representado por el gobierno de Estados Unidos. Cuando la editorial Siglo XXI difundió una obra central de Sergio Bagú: Tiempo, realidad social y conocimiento (la primera edición data de 1970) tuve ocasión de discutir con el autor algunos aspectos sustantivos del libro, cuya importancia puede apreciarse por las numerosas ediciones que lo han multiplicado sobre todo en nuestro continente y en Europa.
El propósito de Bagú fue evaluar críticamente la formación de la sociología occidental, sus concepciones de pretensión universal, los compromisos de esta sociología con el materialismo histórico de Marx y Engels, y la necesidad de integrar a tan brillante legado las aportaciones de Oriente y el tercer mundo para hacer posible la construcción de una "ciencia del hombre (que) pueda aplicarse con mayor eficacia a la obra que permitirá no continuar pagando el bienestar material de algunas minorías con un océano de mártires, ni tolerando la opresión política, social y cultural por incapacidad organizativa de los oprimidos", juicio definitivo y alentador que sintetiza y concluye los cuidadosos seis capítulos que lo preceden, a los cuales Bagú dedicó serias reflexiones esclarecedoras tanto de la naturaleza de la realidad social frente a las hipótesis que tratan de explicarla, cuanto a la fundamentación gnoseológica de tales esfuerzos doctrinales.
Hay en el libro, así lo dije al propio Bagú, una duda metódica semejante a la que preside las Meditaciones metafísicas (1641), de Renato Descartes, y la alta racionalidad de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1817), síntesis magistral del idealismo hegeliano, pero agregué aún más, sin dejar de observar los ojos sorprendidos de mi interlocutor, del aliento de los Manuscritos de filosofía y economía (1844) y la Crítica de la economía política (1859), de Karl Marx.
Al interrogarme Bagú por los motivos que tenía para señalar estas influencias en su pensamiento, contesté de inmediato que el fondo de esas obras en su conjunto esencial es el mismo que nutre sus análisis críticos, o sea, la liberación del hombre de su condición animal y de las circunstancias sociales que de mil formas la obstaculizan al esforzarse por convertir tal liberación en una mercancía que se agrega a las que, con precios altos, generan pingües ganancias a los inversionistas. Mercantilizar al hombre, aseveré, es una manera perversa de incrementar el "océano de mártires" que alimentan del mismo modo el bienestar material de las minorías y la organizada opresión de los oprimidos. Mi respuesta originó un breve ensimismamiento en el maestro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM) para enseguida invitarme a meditar sobre el futuro de México como nación sujeta al tremendo oleaje tormentoso de la posguerra en los años de Nixon y su agresión a Vietnam (1969-1974) y en los no menos borrascosos que sobrevendrían durante el Estado austero de Ronald Reagan (1981-1989) y de la guerra de George Bush contra Irak (cuatrienio 1989-1993).
El hondo dolor que llena mi corazón por la ausencia de Sergio Bagú y la de mi viejo amigo José Chávez Morado, a quien aún miro llenando de belleza nuestra Ciudad universitaria con sus inigualables e inmortales mosaicos, se enhebra ineludiblemente a los tenebrosos peligros que hoy rodean el destino de la patria, reactivados en los últimos tres lustros de medidas neoliberales opuestas a los intereses del pueblo. Igual que los zapatistas burlados por un gobierno que prometió falsamente otorgar legalidad a los acuerdos de San Andrés, el campo mexicano pronto se verá arrasado, a partir de enero entrante, por el ingreso a nuestros mercados de los productos agrícolas subsidiados del vecino del norte, a pesar de la generalizada protesta contra estos inminentes hechos y de la solicitud para que se impida la aplicación indiscriminada de los acuerdos que sobre materia agrícola fueron aprobados en el TLC. Hasta ahora las explicaciones oficiales son otra burla al afirmar que esas importaciones en nada dañarán a la sociedad rural, aunque es obvio que no puede taparse el sol con un dedo. A los titulares del actual poder gubernamental no preocupa que en breve tiempo el sector agrícola del país regrese a las épocas primarias en que las familias laboraban las tierras para abastecer sus angostas despensas y nada más, según las tempranas economías de autoconsumo. Si a esto se añade la insistente política de privatizaciones y apertura cabal de mercados industriales y financieros, que han dinamitado al capital nacional y al mercado interno, se contempla la desastrosa transformación del sector industrial en un agregado maquillador al servicio de negociaciones extranjeros, y al mercado interno en un mercado externo para el empresariado trasnacional estadunidense, estructuras de producción que nos llevarían sin duda a una colapsante neocolonialidad si el pueblo, su sociedad civil, no retoma para sí los derechos ciudadanos que le han otorgado sus grandes Constituciones políticas, desde la sancionada en Apatzingán (1814) hasta la promulgada en el Querétaro revolucionario de 1917.
ƑAcaso asumir totalmente esos derechos ciudadanos contra políticas antinacionales no significa, según Sergio Bagú, impedir la continuación del sostenimiento de minorías con cargo a millones de mártires, así como impedir igualmente la opresión de los más por los menos? Usted, lector ciudadano y no ciudadano, tiene la palabra.