Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 17 de diciembre de 2002
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Cultura
PREMIOS NACIONALES /ELENA PONIATOWSKA, GALARDONADA EN LINGÜISTICA Y LITERATURA

Escribo todos los días; me siento de 17 años

LOS JOVENES ME ENSEÑAN SU FRESCURA Y SUS GUSTOS; ME PONEN AL DIA

La autora de La piel del cielo expresa que desearía hacer una pausa para regresar con más fuerza

MONICA MATEOS-VEGA

Elena Poniatowska no piensa en premios. La energía que la mueve es su inagotable pasión por escribir y por convertir al periodismo en una herramienta al servicio de la sociedad. Vive prácticamente acosada por decenas de invitaciones para presentar libros, escribir prólogos o participar en mesas redondas. Casi todo el año su agenda está repleta.

No obstante, tanta actividad no la agobia. Al contrario, su empeño es tenaz ante reportajes en torno a temas que develan injusticias o entrevistas a diversos personajes. Todo ello la hace sentirse "como de 16 años, bueno de 17", y muy extrañada cuando alguien le ofrece el brazo para ayudarla a caminar, "como si me fuera a desmoronar".

Con esa juventud a cuestas, Elena piensa que recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2002 en el campo de Lingüistica y Literatura es "algo muy raro", pues considera que ese tipo de reconocimientos "son como de consolación".

En una conversación con La Jornada, en la casa donde vive rodeada de libros, de flores, de fotografías de familia -un lugar especial ocupan las de sus nietos-, la autora de La piel del cielo (premio Alfaguara 2001) asegura que está decidida a poner un letrero en su puerta para que nadie la interrumpa e iniciar la escritura de una nueva novela sobre Demetrio Vallejo y el movimiento ferrocarrilero. Pero sabe que será una misión muy difícil, pues confiesa que padece el problema "gravísimo" de no saber decir "no".

Una princesa en el exilio

Hélène Elizabeth Louise Amelie Paula Dolores Poniatowska nació en París el 19 de mayo de 1932. Su madre, la escritora Paulette Amor, era hija de una familia porfiriana exiliada tras el triunfo de la Revolución Mexicana. Su padre, Jean Evremont Poniatowski Sperry, era heredero de la corona polaca.

La "princesa Poni" -como la llaman afectuosamente sus amigos- llegó a México en 1941, cuando su madre huyó de la Segunda Guerra Mundial acompañada por sus pequeñas hijas, mientras el jefe de familia se alistaba en el ejército francés.

A los 20 años de edad Elena decidió dedicarse al periodismo y empezó a trabajar en el diario Excelsior, escribiendo crónicas de sociales que firmaba simplemente como "Hélène".

En esa época, recuerda, una mujer reportera era "un bicho raro, alguien casi un poco loco. Porque las mujeres que hacían algo así era porque se querían exhibir, con un gran afán protagónico. Quizá porque cuando eres joven tienes muchas ganas de que te quieran o de buscarle una razón a tu vida.

"Pero yo no deseaba firmar mis notas con mi nombre, me quería llamar Dumbo, pues me hacían muchas bromas ya que Poniatowska, por 'towska', se presta a un montón de chistes y se oye muy fuerte. Es que los nombres polacos se oyen como trompadas. Además, siempre me preguntaban si era una espía rusa.

"Había injusticias en el trato que nos daban a las mujeres periodistas, como que nos amarraban y aprisionaban en la sección de sociales. No nos dejaban salir, estábamos confinadas, porque decían que las mujeres trabajaban ahí MMC, es decir, 'mientras me caso', para pescar a un periodista. Pero creo que lo peor que le puede suceder a una mujer en este mundo es casarse con un periodista: son borrachísimos y luego con el pretexto de la nota llegan a dormirse a su casa a las cuatro de la mañana, ¿verdad? ¿Todavía son así?"

Elena sonríe al comentar que ahora las redacciones están llenas de mujeres, incluso hay varias que son directoras, señala; y recuerda que fue con tenacidad como logró romper el cerco de la sección de sociales para iniciar la escritura de crónicas que cuestionaban los absurdos de la vida citadina.

Si ahora pudiera aconsejar a esa Elena que cambió un principado europeo por el periodismo mexicano, Poniatowska quisiera "insuflarle todo lo que sé ahora, decirle que no fuera tan crédula, tan babosota, tan bestia peluda, que creyera más en sí misma, que tuviera fe en sus propias posibilidades. Y no que se conociera mejor, porque eso es realmente deprimirse. Pero si me topara con ella le daría mucha fuerza, la que no tuve entonces".

-¿Cómo adquirió malicia?

-No creo que haya sido maliciosa. Al principio tuve, y todavía tengo, una espeluznante educación de convento de monjas, y antes no sabía absolutamente nada acerca de mi país. Conocí México por medio de mis entrevistados, fueron maestros insuperables que además se hacían mis amigos. Eso me nutrió mucho.

"No fui ingenua, pero babosa y crédula creo que todavía lo soy. Todavía meto muchísimo la pata. Me dicen cualquier cosa y todo lo creo.

"Pero escribo diario y demasiado. Incluso debería hacer una pausa, pues creo que cuando uno se obliga a descansar unos días regresa con más fuerza."

La autora de la "triste, muy triste" novela La noche de Tlatelolco (Era, 1970) confiesa su secreto de juventud: su cercanía con los muchachos, sus admiradores, sus lectores, que ella considera "mis maestros, porque me enseñan su frescura, sus gustos, me ponen al día, al igual que mis hijos, que me dicen: '¡aliviánate y enchúfate!'"

Elena también se encuentra preparando el tomo ocho de Todo México, colección que comenzó en 1988 y reúne las conversaciones que ha sostenido con personas como Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, Gunther Gerszo, Pedro Ramírez Vázquez, Julián Carrillo y María Conesa, entre muchos.

-¿Se ha quedado con ganas de entrevistar a alguien?

-Sí, cómo no. Por ejemplo a Nelson Mandela. Y recuerdo que quería entrevistar a Gerardo Murillo, el Dr. Atl, y él quería. Lo vi en un taxi, me dio una carta firmada por Diego Rivera y me dijo: 'Elena, se la regalo, hábleme mañana para concertar la entrevista'. Le dije: '¡claro!', pero no le hablé al día siguiente, y al otro se murió. ¡No sabes cómo me sentí!

-¿Y escribir sus memorias?

-No me dan nada de ganas porque uno se refleja en todo lo que escribe, y no hace falta más. Además, las memorias son aburridísimas. En mi caso haría una insistencia tremenda en todos mis errores. Y quizá en la locura de mi familia materna: la tía Pita Amor estaba loca, a la tía Adelaida Amor le ponían camisa de fuerza. Pero es una locura padrísima, que aunque destruye al que la tiene no le hace daño a los demás ese consumirse en el fuego.

Con mirada pícara concluye: "Prefiero mil veces pertenecer a una familia así que a una de banqueros".

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