Orlando Delgado
La economía mundial
Al inicio de 2002 se pensaba que la recuperación se consolidaría y que el ritmo de crecimiento de las grandes economías impulsaría a los países en vías de desarrollo. A punto de que concluya se ha visto que ha resultado mucho menos dinámico de lo previsto y se aprecian enormes riesgos en los meses próximos. El Banco Mundial ha advertido que pudiera darse una situación de recesión, lo que afectaría drásticamente los programas de lucha contra la pobreza. Aunque la probabilidad de que esto ocurra puede estar lejana, lo cierto es que hay consenso generalizado en que la economía mundial apenas crecerá debido al comportamiento esperado de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón.
En los tres casos se piensa que habrá un crecimiento ligeramente mayor en 2003. Estados Unidos cerrará 2002 con un incremento en su economía de 2.3 por ciento y se piensa que llegará a 2.6 en el siguiente. La Unión Europea, por su parte, concluye este año con un magro 0.8 por ciento y pudiera concluir el venidero con 1.8. Japón ya no crecerá en este año y en el próximo alcanzará menos de un punto porcentual. En conjunto, la economía mundial en 2002 incrementará la producción apenas en 1.7 por ciento, y aunque en el año que está por entrar logre 2.5, se estará muy lejos de lo requerido para avanzar en la reducción de los abrumadores índices de pobreza.
Para los países emergentes las expectativas son poco halagüeñas. El comercio mundial no se expandirá como sería necesario, pero lo realmente trascendente es que los países desarrollados seguirán aplicando políticas proteccionistas en sus fronteras que lastimarán a millones de productores. Según datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos, en los países miembros de esa organización los subsidios al sector agrícola son superiores a 300 mil millones de dólares, que junto con las barreras al comercio de textiles y prendas de vestir bloquean las posibilidades de exportación de los países en desarrollo.
Los mercados libres impulsados por los grandes países no son una ley del desarrollo histórico, como han intentado hacernos pensar. El libre mercado global es un proyecto político que se ha propuesto establecer una economía global basada en un modelo teórico que no existe ni en los países anglosajones. Modelo que ha servido para facilitar la expansión del proyecto globalizador, que se ha acompañado de un conjunto de propuestas de política. Estas han sido seguidas escrupulosamente por muchos países, entre los que se cuenta el nuestro, con resultados que están provocando consecuencias sociales graves. Rápidamente los productores nacionales han sido arrasados del mercado, lo que ha impactado la generación de empleo. Las llamadas "políticas socioeconómicas acertadas", según las denomina el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) -ver Horst Köhler, "Es necesario restablecer la confianza en la economía mundial", en: Reforma, Negocios 4Ű, 16/12/02-, no han sido suficientes para evitar la recurrencia de situaciones críticas.
La situación actual y las perspectivas desalentadoras que se aprecian hacen necesario replantear el proyecto globalizador. No se trata, como sostiene Köhler, de restablecer la confianza en el proyecto, sino de acotar las políticas que impactan a la población. Ni el fortalecimiento de la capacidad para prevenir las crisis, ni un acceso más sencillo a los recursos del FMI, resuelven el desafío esencial. En México la apertura comercial de los productos del sector agropecuario, por ejemplo, impacta a miles de productores nacionales y beneficia a los productores estadunidenses protegidos por subsidios conocidos. No se imponen los mercados libres, sino los protegidos. Los gobiernos nacionales tienen que cumplir con su compromiso central con la población. La transparencia, la rendición de cuentas y la buena gestión son, sin duda, necesarias, pero lo verdaderamente fundamental es respetar los requerimientos de la gente. Sólo así puede avanzarse.
Construir una globalización participativa, que reparta adecuadamente los riesgos y las oportunidades, permita un rápido desarrollo de las fuerzas productivas acompañados de una perceptible mejoría en la distribución de los ingresos, exige poner, en primer lugar, a quienes más lo necesitan, éste tiene que ser el objetivo número uno, como ha planteado Lula: resolver el problema del hambre en Brasil es la máxima prioridad. Si lo logra, el aporte a la economía mundial será crucial.
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