Jorge Camil
La tentación totalitaria
La tentation totalitaire es el título de un libro publicado por Jean François Revel en 1976, en el cual el conocido periodista y best seller francés exponía la tesis, antes de la caída de la Unión Soviética por supuesto, de que el mundo moderno evolucionaba inexorablemente hacia el socialismo; hacia una sociedad planetaria en la que los modernos estados nacionales estaban destinados a desaparecer o, por lo menos, a subordinarse a los dictados de un orden político mundial.
La cuestión, se preguntaba Revel, era saber si los socialistas estaban dispuestos a eliminar al Estado y al comunismo (los dos obstáculos que impedían la consumación de un orden socialista mundial) o si, por el contrario, continuarían negándose a sí mismos, cayendo así en la tentación de crear nuevos estados totalitarios.
Hoy en día los estados totalitarios, con excepción de algunos mencionados por George W. Bush como eje de la maldad, han sido sustituidos por democracias más o menos operantes, que en el caso de América Latina, ante el fracaso de los modelos económicos, están regresando al populismo y podrían caer nuevamente en el esquema de las dictaduras del siglo pasado. A 25 años de la tentación totalitaria las fronteras de los modernos estados nacionales no fueron finalmente derribadas por la sociedad planetaria anunciada por Revel, sino por la revolución tecnológica, y el orden político mundial esperado se convirtió en la globalización económica. Sin embargo, el triunfo del American way of life no debería interpretarse como una victoria de los valores estadunidenses, sino como consecuencia natural del poderío militar y la supremacía tecnológica. Hoy en día la tentación totalitaria ha cambiado de bando: se encuentra firmemente enraizada en los corredores de la Casa Blanca, alentada por quienes se sienten justificados para ejercer el uso irrestricto del poder a fin de imponer la nueva política exterior de Estados Unidos. La elusiva guerra contra el terrorismo, la obsesión por descubrir armas de destrucción masiva, supuestamente escondidas en los más recónditos armarios de los palacios presidenciales de Saddam Hussein, así como el reciente comunicado de la Casa Blanca titulado Estrategia nacional para combatir armas de destrucción masiva (en el que la administración Bush amenaza con utilizar armas nucleares contra quienes destruyan la paz y la seguridad de Estados Unidos) demuestran que la superpotencia ha caído irremisiblemente en la tentación totalitaria. No se trata ya de contener al comunismo ni de combatir a los enemigos de la democracia. La estrategia actual es crear un "ambiente internacional estable" que permita el desarrollo de la hegemonía estadunidense.
La euforia de ser la única superpotencia es un virus peligroso: contagió a políticos tan razonables como Bill Clinton, quien, no obstante estar convencido de las ventajas del mundo multipolar, declaró al inicio de su administración: "somos, después de todo, la única superpotencia, y por lo tanto tenemos la obligación de conducir al mundo". (ƑY qué decir de Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Clinton, para quien Estados Unidos se había convertido en la "nación indispensable"?) Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas: algunos artistas, académicos y políticos estadunidenses comienzan a distanciarse de los excesos de la administración Bush. Y en días pasados, alegando "conflictos de interés", Henry Kissinger y el prestigiado ex senador George Mitchell renunciaron, antes de tomar posesión de sus cargos, a la presidencia y vicepresidencia, respectivamente, de la comisión para investigar las causas de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Un cartón publicado la semana pasada describió con asombrosa precisión la nueva política del "dedo en el gatillo" promovida por la Casa Blanca: frente al enorme ventanal de un restaurante iraquí se encontraba sentado un hombre que portaba un listón con la leyenda: "inspector de armas de Naciones Unidas". El arrogante comensal, con un sándwich en la mano derecha y un celular en la izquierda, reportaba a sus superiores frente al aterrorizado mesero: "šolvidaron la mayonesa!", y al instante aparecieron en la ventana decenas de bombarderos estadunidenses en formación de combate. Aunque en forma más devastadora, desde la torre de marfil del mundo de la academia, Ronald Steele, autor de Temptations of a superpower (tentaciones de una superpotencia), lanza una crítica mucho más incisiva al nuevo imperialismo estadunidense: Ƒqué lección democrática puede impartirle al mundo una nación presa de las drogas, las armas y la violencia urbana, separada en clases sociales cada vez más pronunciadas, dividida por tensiones raciales y amenazada por la inseguridad; un país obsesionado por los demagogos y evangelistas de la televisión?