Armando Bartra
En el décimo año: un balance
El 2003 comenzó en tono mayor: en San Cristóbal
de las Casas 20 mil zapatistas ratificaban la vigencia de su causa, mientras
en el puente internacional de Ciudad Juárez El campo no aguanta
más repudiaba de nuevo el capítulo agropecuario del tratado
comercial de América del Norte. El vos y el comiteco hermanados
con el usted y el sotol en una añeja rebeldía que
se extiende de Chiapas a Chihuahua, del trópico al desierto, de
Mesoamérica a Aridoamérica.
1) Vamos para una década tanto del EZLN como del
TLCAN y los pendientes del país parecen los mismos, pero en verdad
somos otros. En este lapso la terquedad ciudadana sacó al PRI del
gobierno haciendo presidente a un Vicente Fox mimetizado con el cambio.
Y esta misma ciudadanía, que estaba con él cuando asumió
el cargo, hoy lo deserta paulatinamente. Quizá porque con el PAN
vivimos peor, pero también por el contraste entre las seductoras
promesas de campaña y la real agenda del Presidente.
Paradójicamente, desde hace dos años estamos
luchando contra los cambios del gobierno del cambio. Las buenas
leyes de Desarrollo Rural Sostenible y de Información vienen de
lejos y fueron impulsadas desde la sociedad, pero las que promueven Fox
y su partido son contrarreformas. La apertura de Pemex y la Comisión
Federal de Electricidad (CFE) a la inversión privada, que dejaría
al mercado y sus tiburones el control energético hoy estatal,
ha sido frenada por el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y el Frente
Nacional Contra las Privatizaciones; la reforma fiscal centrada en cargar
el IVA a los básicos fue abucheada por los ciudadanos y detenida
por los diputados de oposición; la nueva Ley Federal del Trabajo,
impulsada por el secretario Abascal, el charrismo y los patrones,
está siendo resistida con diferentes estrategias por el sindicalismo
tradicionalmente independiente y por la Unión Nacional de Trabajadores;
la política de desnacionalización económica y sumisión
acrítica al TLCAN salinista es repudiada por algunos empresarios
grandes, todos los pequeños y lo que queda del campesinado; la alianza
estratégica con el gobierno estadunidense, sintetizada en el
apotegma del canciller Castañeda: no se puede mamar y dar de
topes, choca con la proverbial y fundada desconfianza de los mexicanos
en un gobierno que ambiciona nuestros energéticos, maltrata a los
mojados y quiere embarcarnos en sus guerras.
Y
con la resistencia se va delineando la propuesta: reformas al sistema energético
en la línea de ponerlo al servicio de las prioridades nacionales,
cambios fiscales progresivos que incrementen la captación y disminuyan
la dependencia respecto de la renta petrolera, una ley del trabajo que
tutele los derechos laborales propiciando la democracia e independencia
de los sindicatos, estrategias de desarrollo nacional e integración
regional socialmente comprometidas y atentas a nuestras prioridades, políticas
agrarias filocampesinas que restablezcan la seguridad alimentaria y laboral
perdidas. El conjunto de estos planteamientos alternos conforma el borrador
de un proyecto de país en el que la justicia económica y
social sea soporte de la democracia política.
2) Al irse haciendo efectivo el sufragio se comenzó
también a desmontar el sistema autoritario. Pero que el PRI haya
perdido la Presidencia y se haya moderado el uso de la represión
política no son los únicos avances libertarios. Otro gran
paso es que los chilangos conquistamos por fin nuestros derechos autonómicos.
Y los inauguramos eligiendo como primer jefe de Gobierno a Cuauhtémoc
Cárdenas, emblema de las nuevas luchas por democratizar el orden
político mexicano. Por si fuera poco tuvimos una breve gobernadora,
que hizo honor a su género impulsando en la ley los derechos de
la mujer. Y en 2000 refrendamos nuestra vocación de izquierda eligiendo
de nuevo a un perredista: López Obrador. Pero, entre que los defeños
somos escépticos y que en provincia no nos quieren, este notable
avance democrático no se acaba de ponderar. Ni siquiera entre la
izquierda.
En cambio, otros 10 o 15 millones de mexicanos siguen
con sus libertades disminuidas. Pese a que desde hace más de 10
años la lucha indígena tiene al país en vilo, aún
no se han reconocido constitucionalmente los derechos autonómicos
de los pueblos originarios. Ascendentes desde los preparativos del 500
aniversario del proverbial encontronazo, las reivindicaciones étnicas
son emblema del EZLN desde 1996, cuando encabezan la agenda de los diálogos
de San Andrés, y en 2000 le dan contenido a la Caravana por la dignidad
indígena, la más extensa e intensa campaña social
por reformar el Estado en la historia moderna de México, un inaudito
esfuerzo ciudadano por la justicia y la paz frustrado por un puño
de torpes legisladores. No ha sido en vano: las comunidades indígenas
recuperaron autoestima, con frecuencia ejercen de facto la autonomía,
y con ellas los mexicanos nos reconciliamos con la mitad más profunda
y lacerada de nuestra herencia. Pero los derechos aún no son constitucionales
y en Chiapas la guerra, pasmada pero cruenta, continúa.
3) Durante los pasados nueve años la política
mexicana está marcada por la presencia, estentórea o silenciosa,
del EZLN: la última insurrección indígena del ciclo
que arranca en el XIX y la primera revuelta anticapitalista de nuevo
milenio. Pero los alzados de Las Cañadas son también una
incómoda paradoja: un ejército que eligió la paz,
una fuerza política que rechaza la política, luchadores contra
el mal gobierno que no quieren el gobierno, revolucionarios radicales impulsores
de reformas, un persistente oximoron.
A mi entender el EZLN ha convocado tres campañas
nacionales mayores, con apuestas fuertes que contenían una vía
de pacificación: en 1994, con la Convención Nacional Democrática
(CND) buscó comprometer al candidato Cuauhtémoc Cárdenas
y su corriente con una vía mexicana a la democracia y la justicia
que pasaría por un gobierno de transición, un nuevo
constituyente y una nueva Constitución. Pero perdimos
las elecciones, sebó el plan y reventó la CND. En
1995 y 96 invitó a una incluyente convergencia social que, con base
en la agenda del diálogo de San Andrés, debía diseñar
un proyecto libertario de país y paralelamente negociar las reformas
con el Poder Ejecutivo federal en presencia coadyuvante del Legislativo
representado por la Comisión de Concordia y Pacificación
(Cocopa). El proyecto de ley indígena fue un enorme primer paso,
pero saboteado por Zedillo, quien no conforme con incumplir lo acordado
pateó la mesa y a punto estuvo de reanudar la guerra. Finalmente,
en 2000, llamó al Congreso Nacional Indígena (CNI) y a todas
las fuerzas progresistas del país a una gran movilización
por el reconocimiento constitucional de los derechos autonómicos
de los pueblos originarios. La caravana logró una enorme convocatoria,
tanto social como mediática, y la voz de los indios se escuchó
en San Lázaro. Pero la mezquindad legislativa dio al traste con
el intento.
Tres poderosas y brillantes campañas por las causas
más legítimas del pueblo mexicano. Despliegues de imaginación,
de ideas y de personas que conmovieron al país y lograron mucho,
pero no sus propósitos expresos. Y al no alcanzarlos tampoco le
permitieron al EZLN bajarse del caballo trasformándose, por vía
negociada, en fuerza social y política de pleno derecho. Tres intentos
tres. Tres asaltos al cielo, tan generosos y estimulantes como frustrados
en lo tocante a sus objetivos.
Para mí, el saldo más infausto de los tres
tropiezos es el sufrimiento prolongado de las bases de apoyo zapatistas;
comunidades laceradas de siempre que desde hace casi 10 años resisten
tanto el cerco militar, policiaco y paramilitar como el desarrollismo contrainsurgente;
comuneros indoblegables que se rascan con sus propias uñas, entreverados
con indígenas tan pobres como ellos, pero que no han decidido rechazar
los programas del gobierno. Y si la colindancia de territorios zapatistas
y no zapatistas se antoja difícil, el entrecruzamiento, la íntima
convivencia de credos y militancias diversos, a veces enconados, genera
dolorosos conflictos que cruzan la milpa, la huerta, el potrero, la hamaca.
Hay que hacer que se cumplan las tres condiciones del
EZLN y se abra el camino de la paz. Es por las comunidades en resistencia,
es por los pueblos indios, es por los mexicanos todos. Es por su dignidad
y la nuestra. Pero, ¿cuál es la vía? Cuál el
talante político de nuestra cuarta -¿y definitiva?- campaña.
4) El mismo primero de enero que inspira este balance,
Luiz Inacio Lula da Silva tomaba posesión como presidente de Brasil,
habiendo ganado con 61 por ciento de los votos gracias a una convergencia
de gremios combativos, como la Central Unitaria de Trabajadores y el Movimiento
de los Sin Tierra, con empresarios progresistas como el propio vicepresidente;
de partidos populares, como el Partido de los Trabajadores, con institutos
políticos centristas; de ONG, intelectuales y artistas, con la Iglesia
católica libertaria. Ya lo dijo Lula en su toma de posesión:
esto no es producto de las elecciones, sino de una larga lucha.
Sería estúpido empezar a buscarles cara
de Lula a nuestros políticos progresistas. No lo es, en cambio,
mirarnos en el espejo de una izquierda con identidad, pero incluyente,
que a partir de sus propias bases y su propia definición política
ha sabido sumar fuerzas y combinar métodos de lucha. Porque en México
no le abriremos paso a la paz en Chiapas mediante el reconocimiento constitucional
de los derechos indios, si no es con un gran movimiento que englobe lo
sustancial de los actores y demandas populares. Como tampoco los campesinos,
si se quedan solos, lograrán la revisión fructífera
del capítulo agropecuario del TLCAN y de la política rural.
Para rescatar de la derecha la mayoritaria voluntad de
cambio, seguir frenando las contrarreformas e impulsar la transformación
democrática y justiciera del país, es necesario trabajar
desde abajo, pero también desde arriba. Actuar por medio de movimientos
sociales y de partidos políticos, cuestionando al poder y ejerciéndolo
dentro y fuera del gobierno, demandando reformas legales y legislando,
resistiendo y proponiendo.
No podemos exigirle a las cámaras que aprueben
nuestras iniciativas de ley, que orienten el gasto público a los
intereses nacionales, o que preserven la soberanía de nuestra política
exterior, sin preocuparnos también por llevar a ellas diputados
y senadores expresamente comprometidos con la agenda democrática
y justiciera. Lo que viene mucho a cuento porque este año se renueva
la fauna de San Lázaro y el destino inmediato del país depende
en gran medida de la composición y talante de los nuevos diputados.
Y no es asunto exclusivo de los partidos, si no de todos los mexicanos.
Lo otro es retomar la consigna de los argentinos más desilusionados:
¡Que se vayan todos!
En 1994 el EZLN buscó la transición del
país a la democracia y la justicia apoyándose en la campaña
electoral cardenista y la izquierda plural, pero inorgánica de la
CND, el sistema hizo trampa, pero también es verdad que el pueblo
siguió votando por el PRI; en 1995 y 96 el EZLN convocó a
todos los actores democráticos a debatir la agenda nacional en unos
diálogos de San Andrés que a la postre fueron saboteados
por la contraparte gubernamental; por último, en 2000 llamó
a impulsar la reforma del Estado en lo tocante a los derechos indios, mediante
el debate, la movilización popular y el llamado a la conciencia
de unos legisladores que resultaron torpes y mezquinos. ¿Se cerraron
para siempre esas puertas? No lo creo. Me parece que los luchadores sociales
debemos ser persistentes. Pienso que la reforma democrática del
Estado debe empujarse desde abajo y desde afuera, pero igualmente con presencia
y acuerdos en el Legislativo; considero que el programa del Otro México
posible demanda un incluyente debate con todos los actores sociales, pero
debe ser retomado e impulsado también por los partidos políticos;
y creo que la transición a un país más justo -que
no la simple alternancia- es tarea pendiente que no empieza ni termina
en las elecciones federales, pero sin duda pasa por ellas. Y para sacar
adelante todo esto no hace falta encontrar culpables en nuestras propias
filas o satanizar presuntos traidores, hace falta sumar; porque en asuntos
de correlación de fuerzas se invierte el refrán: cuanto
más burros más olotes.