Adolfo Sánchez Rebolledo
ƑQuién les cree?
Hace unos días los partidos nacionales cumplieron con la obligación de presentar sus plataformas electorales ante el Instituto Federal Electoral (IFE). Algunos, los menos, hicieron la tarea con pulcritud, pero sin romperse la cabeza ni buscando sorprender al respetable con nuevas ideas, como si el horno estuviera para esos refinamientos. Y es que en este tiempo sin ley de las llamadas "precampañas" queda poco espacio para el ideal democrático de una competencia guiada por principios y programas: más bien lo que vemos cotidianamente es una encarnizada y desnuda lucha por el poder que no admite interferencias o regulaciones.
Nada nuevo. Los profesionales de la política están tan ensimismados en sus propios debates ante el espejo que no ven los riegos que amenazan no a un partido u otro, sino la convivencia pacífica de la sociedad en su conjunto. En general podría pensarse que hay un alejamiento de las elites respecto de ese mar profundo de urgencias y desigualdades donde se cocinan los grandes problemas nacionales. Asuntos como la muerte trágica de varias decenas de infantes recién nacidos en un pobre hospital de Comitán, por ejemplo, dicho sea sin malinchismo de ninguna especie, en otros países sería un verdadero escándalo nacional que pondría a temblar las instituciones y a sus responsables, pero en México, en cambio, el caso se instrumentaliza para ganar unos cuantos puntos en las encuestas. Se usa la gravedad del asunto, pero en los circuitos institucionales pocos se escandalizan. Los partidos aprovechan la situación, mas no reaccionan con prontitud ni diligencia, aunque en sus plataformas dediquen algunos párrafos a la salud público, a los derechos de la mujer o a la defensa de la familia o los niños.
Si al amparo de la noche una empresa televisora despoja a otra de su posibilidad de transmitir la señal que una concesión del Estado le ha otorgado, la sociedad reacciona airada, pero el gobierno (y también los partidos) se da la vuelta o cierra los ojos. Nada contra la gobernabilidad es la consigna, nada que atente contra el matrimonio del poder político con los (grandes) medios, sobre todo ahora que las campañas comienzan. Poco importa que las plataformas de los partidos, incluyendo al del Presidente, estén plagadas de buenas intenciones sobre la transparencia, el estado de derecho o, incluso, de observaciones acerca de la democratización de los medios. Puras palabras. Lo que cuenta es asegurar una relación privilegiada con los grandes señores de la televisión.
Un dirigente campesino que se precie de consecuente, por definirlo de algún modo, no teme lanzar a sus bases a una protesta terminal contra el gobierno, pero a la menor oportunidad escapa por la puerta lateral a competir por un puesto de gobierno en la ciudad de sus amores. Pero el campo seguirá ahí, a punto de incendiarse antes que extinguirse por la obra conjunta de la corrupción, la desidia oficial y el libre comercio subsidiado.
ƑY los partidos? Fotos, declaraciones genéricas en favor y en contra del TLC, mesas redondas, pero ninguno ha sido capaz de sostener una propuesta estratégica para el campo y los campesinos. En las plataformas electorales hay varios puntos dedicados al tema; sin embargo, no se ve vigor ni ánimo de desarrollar un esfuerzo sostenido y permanente contra la desigualdad y por el progreso de la gente.
Sólo son unos ejemplos. El hecho es que en lugar de un debate realmente democrático sobre las grandes cuestiones tenemos una reducción al absurdo de la competencia política. Todo se rebaja a la posibilidad de desacreditar al de enfrente, sin más norte que acceder a un pedazo de poder sin importar los costos.
No deja de ser paradójico que las primeras elecciones después de la alternancia sean tan pobres y, en cierto modo, tan dependientes de los viejos reflejos creados durante décadas de poder presidencialista. El mismo Presidente de la República es criticado no tanto por hacer campaña para su propio partido, lo cual es casi inevitable, sino por difundir que el voto por otro partido sería simple y llanamente una regresión, como si el país, las instituciones y la relación de fuerzas no hubieran cambiado.
En fin, ante una realidad terrible algunos adelantados cubren las calles de papel y pintura o nos avasallan con sus promesas de pena de muerte a los delincuentes y algunas otras vendettas innombrables. Caray, Ƒno va siendo hora de reflexionar sobre si la democracia que tenemos es la democracia que queremos?