POWELL: DATOS NO CONVINCENTES
En
su comparecencia ante el Consejo de Seguridad de la Organización
de Naciones Unidas (ONU), en la que presuntamente habría de ofrecer
"una demostración directa, sobria y precisa" de que Irak estaría
ocultando armas de destrucción masiva a la mirada de los inspectores
internacionales enviados por el organismo a ese país árabe,
el secretario de Estado estadunidense, Colin Powell, presentó una
colección de fotos borrosas de lo que podrían ser almacenes
de armas químicas o fábricas de calzado; hizo escuchar una
supuesta conversación telefónica entre funcionarios iraquíes
empeñados en esconder tales armas, conversación que habría
podido ser grabada en cualquier oficina de Estados Unidos; difundió,
asimismo, diagramas sobre un presunto trasiego de venenos por medio de
camiones, y fotos fuera de foco de aviones despegando.
Tales fueron, en suma, las "evidencias contundentes" que
no convencieron a ninguno de los gobiernos integrantes del Consejo de Seguridad,
salvo a los que ya estaban previamente entusiasmados con la idea de secundar
una aventura bélica estadunidense contra Irak: el británico
y el español. Los representantes de China, Francia y Rusia ?que
son, junto con Estados Unidos e Inglaterra, los miembros permanentes y
con derecho de veto del consejo? refrendaron su posición previa
de dar más tiempo al equipo de inspección, de realizar esfuerzos
diplomáticos adicionales para evitar la guerra, y señalaron,
a lo sumo, la pertinencia de enviar los materiales presentados por Powell,
para su examen y análisis, a los propios inspectores que dirige
Hans Blix, o a la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Antes de que el jefe de la diplomacia estadunidense llevara
su paquete de "pruebas" a la ONU era ya evidente que Washington está
aislado, en el ámbito internacional, en sus empeños por convocar
una coalición para destruir Irak. Sus únicos aliados incondicionales,
entre las naciones europeas con alguna relevancia, Tony Blair y José
María Aznar, enfrentan, dentro de sus respectivos países,
una férrea y abrumadora oposición civil a la guerra.
En tales circunstancias, el discurso pronunciado ayer
por Powell parece orientado, más bien, a impresionar a la opinión
pública estadunidense, aún pasmada por los atentados del
11 de septiembre del año antepasado y siempre dispuesta a creer
en conspiraciones hollywoodescas contra su seguridad y su bienestar. Es
probable que el funcionario logre causar ese efecto, si se considera que
el grueso de la sociedad en la nación vecina ha pasado por alto
que el gobierno de George W. Bush arrasó Afganistán sin jamás
demostrar la responsabilidad de Al Qaeda en los atentados del 11 de septiembre;
que los supuestos vínculos entre ese grupo fundamentalista y el
régimen de Bagdad son -como lo señala un informe confidencial
del ejército británico filtrado por la BBC- un embuste, y
que, hasta ahora, el equipo de inspección de la ONU que trabaja
en Irak no ha encontrado ninguna clase de armamento de destrucción
masiva.
De cualquier forma, el grupo que gobierna Estados Unidos
se enfrenta en el momento presente a una difícil encrucijada: si
quiere lanzar una agresión bélica contra Irak, probablemente
tendrá que hacerlo en solitario, y ello convierte la aventura de
la guerra en un juego política, diplomática y militarmente
peligroso que podría desembocar en un colapso anticipado de la actual
presidencia. Muy fuertes tienen que ser los intereses geoeconómicos
que se juega la familia Bush en el golfo Pérsico como para emprender,
aun en esas circunstancias riesgosas, una incursión armada contra
Irak.