Robert Fisk
Cansados de que nos mientan
Al final, creo que simplemente estamos cansados de que
nos mientan. Estamos cansados de que nos ha-blen como si fuéramos
tontos, de ser bombardeados con arengas dignas de la Segunda Guerra Mundial
y con historias de terror, información falsa y de ensayos estudiantiles
disfrazados de "información de inteligencia". Estamos hartos de
que nos insulten hombrecitos como Tony Blair y Jack Straw y -no perdamos
de vista lo más importante- estamos aún más asqueados
de tener que prestar atención a gente como George W. Bush y su pandilla
de lugartenientes neoconservadores y pro israelíes, quienes han
planeado durante años cambiar el mapa de Medio Oriente para servir
a sus propios intereses.
A los británicos no les gusta Saddam más
de lo que les gustaba Nasser. Pero muchos millones de británicos
sí recuerdan lo que el señor Blair y sus patéticos
chalanes olvidan: la Segunda Guerra Mundial. Por eso estos ciudadanos no
van a ser engañados por infantiles paralelismos con Hitler, Churchill,
Chamberlain, ni con que se les hable de la necesidad de aplacamiento.
Vivieron todo eso y saben que Hitler murió en su
búnker en 1945. No les gusta que los sermoneen ni que les lloriqueen
hombres cuya única experiencia de guerra es Hollywood y las series
de televisión. Aún menos, sospecho, desean embarcarse en
una guerra sin fin con un gobernador-verdugo de Texas que evadió
ser enviado a Vietnam y quien, junto con sus amigos petroleros, está
mandando a su pobre país a destruir a una nación musulmana
que no tiene nada -absolutamente nada- que ver con los crímenes
contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001.
Jack Straw, el trotskista de escuela pública convertido
en guerrero, aún ignora todo esto, al igual que Tony Blair. Nos
rebuzna sobre los peligros de las armas nucleares que Irak no posee, de
las torturas y agresiones perpetradas por una dictadura que tanto estadunidenses
como británicos nos esforzamos por sostener cuando Saddam era uno
de "nuestros" hombres. Pero ni él ni Blair mencionan, porque ciertamente
no pueden, la oscura agenda política detrás del gobierno
de Bush, ni a los "siniestros hombres" (en palabras de un muy veterano
funcionario de la ONU) que rodean al presidente estadunidense.
Los
que se oponen a la guerra no son cobardes. De hecho a los británicos
les gusta pelear. Han estado pegándole a árabes, afganos
y musulmanes en general, y también a los nazis alemanes, los fascistas
italianos y los imperialistas japoneses desde 1842. También se han
peleado con los iraquíes, pero nótese que se hace caso omiso
de que las reales fuerzas armadas usaron gas venenoso contra rebeldes kurdos
en 1930.
Sin embargo, hay algo singular en la naturaleza británica.
Cuando se les pide ir a la guerra, el patriotismo no es suficiente, tal
como lo dijo la enfermera Edith Cavell, he-roína británica.
Enfrentados con la escuela Blair-Bush de cuentos de terror, los británicos,
y muchos estadunidenses, resultan ser mucho más valientes que Blair
y Bush. No les gustan, como le dijo Tomás Moro a Cromwell en Un
hombre para todas las estaciones, las historias para espantar niños.
Tal vez la exasperación de Enrique VIII en esa
misma obra expresa mejor la visión individual británica de
Blair y Bush. "¿Acaso me toman por tonto?" Los británicos,
al igual que los otros europeos, son un pueblo educado. Irónicamente,
su oposición a esta guerra obscena los hace sentir más europeos
que todos los tibios gestos del nuevo laborismo hacia la adopción
del euro.
Palestina tiene mucho que ver en esto. Los británicos
no le tienen mucho amor a los árabes pero huelen de inmediato la
injusticia y están furiosos ante una guerra colonial que está
siendo usada para que los palestinos sean aplastados por una nación
que, de facto, controla la política estadunidense en Levante.
Por supuesto, se nos dice que la próxima invasión
a Irak no tiene nada que ver con el conflicto israelí-palestino,
quemante y temible herida a la que Bush dedicó sólo 18 palabras
en su rimbombante discurso sobre el estado de la unión. Pero ni
siquiera a Blair se le puede creer eso en vista de su patética "conferencia"
para una reforma del régimen palestino a la que los palestinos tuvieron
que asistir en video, porque el primer ministro israelí, Ariel Sharon,
en un gesto vejatorio, les prohibió viajar a Londres.
Y para demostrar la leve influencia que Blair ejerce en
el gobierno estadunidense, el secretario de Estado, Colin Powell, expresó
su "pena" porque no pudo convencer a Sharon de cambiar de opinión.
Al menos alguien reconoció que el primer ministro israelí
-quien podría ser un criminal de guerra por las matanzas en Sabra
y Chatila, en 1982- trató a Blair con el desprecio que se merece.
Los estadunidenses tampoco pueden ocultar el nexo que
existe entre Irak, Israel y Palestina. En su taimado discurso ante el Consejo
de Seguridad, Powell relacionó a los tres cuando se quejó
de que Hamas, cuyos bombarderos suicidas afectan cruelmente a los israelíes,
tiene una oficina en Bagdad. Inmediatamente después se refirió
a los misteriosos hombres de Al Qaeda que apoyan la violencia en Chechenia
y en el "cañón de Pankisi".
Sentado en la cámara del Consejo de Seguridad,
tardé unos segundos en darme cuenta de que esta era la forma en
que Estados Unidos estaba dándole a Vladimir Putin carta blanca
en su campaña de violaciones y asesinatos en Chechenia. De la misma
forma en que la extraña aseveración de Bush en la Asamblea
General de la ONU, el pasado 12 de septiembre, sobre la necesidad de proteger
a los turkomanos de Irak queda clara cuando uno recuerda que integran dos
tercios de la población en Kirkuk, uno de los más grandes
yacimientos petroleros al norte de Irak.
Pero volvamos a Palestina e Israel. Los hombres que están
llevando a Bush a la guerra son, en su mayoría, antiguos miembros
o miembros activos de los cabildos pro israe-líes. Durante años
han defendido la destrucción de la más poderosa nación
árabe. Ri-chard Perle, uno de los más influyentes asesores
de Bush; Douglas Feith, Paul Wolfowitz, John Bolton, Donald Rumsfeld y
todos los demás estaban haciendo campaña para derrocar al
régimen iraquí mucho antes de que George W. Bush fuera electo
-si es que fue electo- presidente de Estados Unidos. Y no lo estaban haciendo
para beneficiar a los estadunidenses ni a los británicos.
Los lectores podrían estar interesados en un reporte
fechado el 8 de junio de 1996 en el que se defiende la guerra contra Irak
y se titula Una ruptura limpia: nueva estrategia para asegurar el reino.
No fue escrito para Estados Unidos, sino para el entonces primer ministro
electo israelí Benjamin Netanyahu, y lo produjo un grupo encabezado
por Richard Perle. Quienes estén interesados en leer esta cosa la
pueden encontrar en http://www.israeleconomy.org/strat1.htm.
La destrucción de Irak implicará, desde
luego, que quedará protegido el monopolio de armas nucleares de
Israel y le permitirá derrotar a los palestinos e imponerles cualquier
arreglo colonial que Sharon tenga preparado. Aunque Bush y Blair no se
atreven a decirnos esto -porque ir a la guerra con Israel no va a hacer
que nuestros muchachos hagan fila ante las oficinas de reclutamiento- los
líderes judíos estadunidenses hablan con entusiasmo de las
ventajas de una guerra contra Irak.
De hecho, grupos judíos-estadunidenses que se oponen
valientemente a esta locura han sido los primeros en señalar que
las organizaciones pro israelíes ven a Irak no sólo como
una nueva fuente de petróleo, sino también de agua. ¿Por
qué no construir canales que unan al río Tigris con las secas
tierras de Levante?
No es de extrañar, entonces, que las discusiones
sobre estos temas sean censuradas de toda narrativa, según refleja
lo que escribióel profesor Elliot Cohen, de la Universidad Johns
Hopkins, en el diario The Wall Street Journal un día después
del discurso de Powell en la ONU. Elliot sugirió que la objeción
de las naciones europeas en la guerra podría atribuirse en parte
-y aquí vamos otra vez- "a un antisemitismo que creíamos
muerto en Occidente; un desprecio que adjudica a los judíos intenciones
malignas".
Debemos decir que a esta podredumbre se oponen numerosos
intelectuales israelíes quienes, como Uri Avneri, argumentan que
después de una guerra contra Irak, Israel tendrá aún
más enemigos árabes de los que ya tiene, especialmente si
Irak ataca Israel y si Sharon se une a la batalla estadunidense contra
los árabes.
La atroz difamación de "antisemitismo" respalda
también las observaciones majaderas de Rumsfeld sobre la "vieja
Europa". Hablaba, desde luego, de la "vieja" Alemania del nazismo y la
"vieja" Francia colaboracionista. Pero se equivoca. La Francia y la Alemania
que se oponen a esta guerra son la "nueva" Europa, el continente que se
niega a volver a matar, arrasar y masacrar a inocentes. Son Rumsfeld y
Bush quienes representan al "viejo" Estados Unidos, y no a la "nueva" nación
de libertad Estados Unidos que con frecuencia era representado por Woodrow
Wilson y Teddy Roosevelt.
Rumsfeld y Bush simbolizan al viejo Estados Unidos que
destruyó a sus indígenas nativos y se embarcó en aventuras
imperialistas bajo gobiernos como el de Teddy Roosevelt. Es por ese "viejo"
Estados Unidos que se nos está pidiendo que luchemos, en aras de
una nueva forma de colonialismo. Por un Estados Unidos que primero amenaza
con reducir a Naciones Unidas a la irrelevancia y luego hace lo mismo con
la OTAN. En realidad, sospecho que ésta no es la última oportunidad
que tiene la ONU en el escenario mundial, ni tampoco la última para
la OTAN. Pero bien podría ser la última oportunidad que tiene
Estados Unidos de ser tomado en serio tanto por sus amigos como por sus
enemigos.
En estos últimos días de paz -porque seguro
de eso es de lo que hablamos- los británicos harían bien
en no dejarse engañar por esa tan buscada segunda resolución
del Consejo de Seguridad. Que la ONU le dé permiso a Estados Unidos
no legitimará esa guerra; simplemente constatará que el consejo
sigue siendo una institución a la que se puede meter en cintura
mediante sobornos, amenazas y abstenciones. Después de todo, fue
la abstención de la Unión Soviética la que permitió
a Estados Unidos emprender la salvaje guerra de Corea bajo la bandera de
la ONU.
Tampoco debemos dudar de que tras una rápida conquista
militar en Irak, y partiendo de que entre "ellos" habrá más
muertos que en nuestro bando, muchos de los que hoy protestan contra la
guerra dirán que siempre la defendieron.
Las primeras imágenes de Bagdad "liberada" mostrará
a niños iraquíes haciendo la V de la victoria a las columnas
de tanques estadunidenses. Pero la verdadera crueldad y cinismo de este
conflicto se volverá evidente en el momento en que la "guerra" termine
y comencemos la ocupación colonial de una nación árabe
en nombre de Estados Unidos y, ¡ah, sí!, también en
nombre de Israel.
Y es ahí, creo, donde está el problema.
Bush dice que Sharon es un "hombre de paz". Pero en Bélgica se están
reforzando las leyes para juzgar a criminales de guerra internacionales
en Bruselas. Sharon teme que tenga que so-meterse a un tribunal por lo
ocurrido en Sabra y Chatila, que es la razón por la que Israel acaba
de retirar a su embajador en Bélgica. Personalmente, quisiera ver
a Saddam ante esa misma corte. Y también a Rifaat Assad por sus
matanzas de 1982 en la ciudad siria de Hama. Y a todos los torturadores
de las dictaduras israelíes y árabes.
Pero éste ni siquiera es el punto. Las ambiciones
israelíes y estadunidenses en Medio Oriente se encuentran ahora
inexorablemente unidas; de hecho, ya son sinónimos. Y esta guerra
es por el petróleo, la ambición regional y el dominio. Está
siendo encabezada alegremente por un evasor del ejército que nos
dice tramposamente que todo es parte de la guerra eterna contra el "terror".
Los británicos y la mayor parte de los europeos
-sin importar lo que digan sus líderes- simplemente no le creen.
No es que los británicos no estén dispuestos a pelear por
Estados Unidos. Sencillamente no quieren luchar por Bush y sus amigos.
Y si entre éstos se incluye al primer ministro británico,
tampoco van a luchar por Blair.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca