¿DERECHOS HUMANOS A LA CARTE?
Cuando
el ombudsman nacional, al rendir su tercer informe, dijo ante el Presidente
de la República y el gabinete en pleno que la comisión emite
recomendaciones "que se aceptan pero no se cumplen", recibió del
mandatario una sorprendente respuesta: "mi administración valora
las recomendaciones y cuando son procedentes, se cumplen". O sea, que el
juicio final sobre dichas recomendaciones pertenecería al presunto
culpable oficial de las violaciones a los derechos humanos, el cual se
arroga el derecho de aceptar o rechazar las denuncias que un organismo
independiente formula para controlar las arbitrariedades de los sectores
gubernamentales.
Por supuesto, esta opinión presidencial anula de
un solo plumazo la validez de las recomendaciones de la comisión
defensora de los derechos humanos y la misma independencia de ésta,
ya que la reduce a simple asesora o consejera, y le quita sus funciones
de control. El espíritu republicano requiere el equilibrio entre
los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que se controlan y
estimulan mutuamente, a esto se agrega la figura del ombudsman, de creación
escandinava, que defiende permanentemente los derechos del ciudadano común
ante el aparato estatal, que podría extralimitarse en el ejercicio
de la "violencia legítima" que le atribuía Max Weber. Precisamente
para que esa violencia sea "legítima" -o sea, para que cuente con
un consenso mayoritario- es necesario un organismo que actúe como
última instancia para defender los derechos ciudadanos conculcados.
Sus recomendaciones, por tanto, no pueden ser desechadas o aceptadas según
el gusto y la conveniencia de quien, según la comisión, ha
violado dichos derechos. El ser a la vez juez y parte y, además,
policía, es propio de las dictaduras o de las monarquías
por derecho divino, no de las repúblicas, donde la soberanía
está en manos del pueblo, en este caso representado por la comisión
para la defensa de las garantías fundamentales. Urge, por tanto,
una rectificación de estas palabras, que confirmarían que
en México no tienen plena vigencia los derechos humanos y sigue
imperando el arbitrio de los poderosos.