León Bendesky
Autismo económico
La convención bancaria de la semana pasada en Mérida puso de nuevo en evidencia el estado lamentable de la economía mexicana y del pensamiento en torno a ella. Autoridades gubernamentales y banqueros por igual padecen de una especie de autismo económico. Se repiten desde hace ya demasiado tiempo las mismas frases que parecen hechas con un molde y se usan cada vez que hay que decir algo sobre lo que ocurre. De ello no sale nada que de modo efectivo empiece siquiera a provocar la salida del estancamiento. Esa es la condición imprescindible de la política económica y de cualquier declaración de principios como la que año tras año se hace en las reuniones de funcionarios y banqueros.
Ya se sabe que la economía mexicana padece un estancamiento de largo plazo que abarca más de dos décadas; esa es la principal enfermedad, para la que los doctores de la economía han aplicado remedios que sólo la han convertido en una condición crónica. La recuperación de la época zedillista se debió al severo ajuste cambiario derivado de la crisis de 1995, a la respiración artificial que le dio la expansión de la economía de Estados Unidos y al empuje inicial del tratado comercial. En cuanto estos efectos se agotaron se evidenció que el estancamiento mexicano es expresión de la larga crisis que vive este país: el crecimiento anual promedio del producto desde 1982 es de apenas 2.3 por ciento y del producto por habitante un mero 0.4 por ciento; en la primera mitad del actual gobierno el producto crecerá en promedio apenas uno por ciento. Esos son los números en los que debería basarse cualquier reflexión sobre la economía, la política económica y los discursos anuales pronunciados con blancas guayaberas en elegantes salones.
El discurso del gobernador Ortiz del Banco de México puede refutarse palmo a palmo si uno se desvía de las afirmaciones más obvias que ahí se hacen. En primer lugar se advierte una renuncia a la consideración explícita del problema del crecimiento, la atención se centra en la estabilidad y lo que llama "la resistencia relativa" de la economía mexicana. Pero la economía ha resistido precisamente por el estancamiento, puesto que sólo así se han logrado sostener los "fundamentos económicos". En un escenario de expansión sería muy difícil mantener el reducido déficit fiscal, el control de la inflación, evitar mayor depreciación del peso frente al dólar y acumular 50 mil millones de dólares en la reserva internacional.
Es obvio que el entorno externo no es favorable a la economía, lo que impone una crítica a la política de sacrificio del mercado interno y de reformas que no han contribuido a restituir las condiciones del crecimiento; hoy hay menos Estado y también menos sector privado participando en la inversión. De ahí parten las contradicciones del argumento del banco central que considera ésta como "recesión normal". No, el funcionamiento de la economía mexicana no tiene nada de normal más que el estancamiento de largo plazo. Y es ahí donde Ortiz, igual que Gil, parecen haber desaprendido lo que alguna vez debieron saber. La estabilidad macroeconómica que defienden a brazo partido se sustenta en la falta de crecimiento. Cuando hablan, por ejemplo, del bajo déficit fiscal no hacen mención de la parte sustancial que representan los requerimientos financieros del sector público, que ascienden a más de 3.5 por ciento del producto y sin que se contabilicen aún todos los pasivos.
Sobre las políticas económicas prudentes, que según Ortiz han afianzado la economía luego de 1995, habría que añadir al debate la situación del sistema bancario. Por noveno año consecutivo se sigue hablando de la falta de crédito de los bancos, lo que es, sin duda, una enorme anomalía en el funcionamiento de una economía capitalista moderna como la que se dice estar construyendo. Esto hace que haya que ocuparse de la posición de los banqueros, por el enorme costo que significan para el erario por la vía del Fobaproa y el IPAB.
El negocio bancario es hoy de rentas y comisiones, del cual derivan sus fuertes ganancias y no de la intermediación para el crédito productivo basado en el riesgo o de la prestación eficiente de servicios básicos. Esto queda muy claro en la actual disputa sobre el vencimiento de los pagarés del Fobaproa en 2005 por un monto de 208 mil millones de pesos, que deben intercambiarse por pagarés del IPAB. La Comisión Nacional Bancaria y de Valores ya debe estar preparando el camino para satisfacer las demandas de los bancos, a pesar de que la Auditoría Superior de la Federación ha dispuesto someter las cuentas a revisión.
La economía mexicana no puede afianzar las bases del crecimiento mientras prevalezca la fragilidad fiscal de la cual se deriva una política monetaria que sólo puede tener carácter de contención sin políticas de fomento productivo. Por ello se repite hasta el cansancio la necesidad de las reformas que propone la Presidencia y se sostiene una visión chata de lo que es la democracia. La visión que ofreció el gobernador Ortiz carece de coherencia y aparece como un coctel de políticas que derivan de modo forzado a plantear la necesidad de acrecentar el grado de competitividad de la economía. Pero lo que no existe son las condiciones estructurales ni de política económica para orientar la economía de modo obsesivo al crecimiento.