José Cueli
El duende...
Curro Romero fue un gran maestro de estética torera al despojar de toda significación sensualista, al toreo sevillano durante cuarenta años y dejar sobre el ruedo manzanilla de la plaza sevillana -la maestranza de caballería-, su verónica de terciopelo, en la que expresaba la emoción de su duende torero, que fue encantamiento puro, al sugestionar a quienes lo contemplaron, trasplantados a la vida espiritual.
Esa vida espiritual que los andaluces heredaron de los árabes y que en la feria sevillana al iniciar el domingo de resurrección se sentirá con más fuerza, en razón de la contienda bélica que se lleva a cabo en Bagdad. Ese espíritu que Curro Romero dejó como herencia, sin que aparezca alguien que tome la estafeta de ese toreo singular. Espíritu que es la gracia y la belleza matizadas por la muerte representada por los pitones de los toros, símbolo de las fuerzas brutas de la naturaleza, incontrolables. Eso que los andaluces llaman en los "colmaos": Gracia en gracia de Dios.
Sevilla y los sevillanos, fundamentalmente artistas, crean lo típico de sus costumbres, una de las cuales era el que Curro partiera plaza con todo su aroma a torero en la primera corrida de feria. A pesar de que este año estarán en el cartel Enrique Ponce y El Juli, ninguno de los dos tiene el duende que definió al torero sevillano.
Se dice que los sevillanos se suelen pasar la vida de la mejor manera posible. Algo que representó Curro Romero de quien se decía que sólo trabajaba seis días al año. Seis corridas, seis verónicas, y se pasó la vida siendo la leyenda torera viviente en los ruedos. El culto de este decoro estético, que tenían los sevillanos por Curro se expresaba a la sombra del buen humor, conservando las tradiciones, creándolas o recreándolas con su ansia inagotable de belleza, que hace del trabajo un juego sonriente y amable y lleno del misterio de la inmortalidad.