Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 13 de abril de 2003
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Cultura
Quedaron destruidos tesoros con hasta 7 mil años de antigüedad

Saquean el Museo Nacional de Irak; indiferencia de invasores

Soberbia ignorancia: el Pentágono considera importantes 150 de 10 mil sitios arqueológicos

DPA Y REUTERS

Bagdad, 12 de abril. El Museo Nacional de Irak, con invaluables colecciones de las culturas sumeria, acadia, babilónica y asiria, además de textos islámicos únicos, quedó completamente desvalijado este sábado por una turba de saqueadores que se aprovecha desde el jueves del caos que impera en la capital iraquí, cuando ingresaron las fuerzas angloestadunidenses.

Los vándalos se llevaron tesoros irremplazables de las primeras civilizaciones: recipientes de oro, máscaras rituales, tocados reales, liras incrustadas de joyas y artefactos de la antigua Mesopotamia. ''Fueron saqueados 7 mil años de civilización", lamentó un empleado del recinto.

La subdirectora del museo, Midal Amin, culpó del saqueo a las fuerzas invasoras, así como de la destrucción de diversas obras de arte de las primeras culturas.

"Los estadunidenses son los culpables. Saben exactamente que esto es un museo. Después de entrar en Bagdad protegieron el Ministerio del Petróleo, pero no se preocuparon un ápice por el museo".

En París, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) demandó medidas urgentes para proteger los bienes culturales iraquíes. En una carta enviada por el titular de ese organismo, Koichi Matsura, al gobierno estadunidense, se subraya que las colecciones de ese museo se encuentran ''entre las más exquisitas del mundo y tienen que ser protegidas''.

El jueves la Unesco convocó a una reunión de expertos para apremiar a que sea protegida de la herencia cultural iraquí. El encuentro se realizará esta semana.

Ekmeleddin Ihsanoglu, jefe del Centro de Investigaciones para la Historia, el Arte y la Cultura Islámicos, dependiente de la Organización de la Conferencia Islámica, con sede en Estambul, también exigió la protección inmediata de los museos y sitios arqueológicos de la nación árabe.

El museo, cerrado después de la guerra del golfo Pérsico, en 1991, reabrió sus puertas hace un año y en su colección podían observarse antigüedades mesopotámicas como toros alados asirios, tablas con caracteres cuneiformes, animales de bronce, y collares, anillos y adornos que datan del año 5 mil antes de nuestra era.

Tras el saqueo se mantienen intactos los relieves de la época asiria, aunque los empleados del museo advirtieron sobre la posibilidad de que se produzcan nuevos saqueos y que los vándalos, al no encontrar ya piezas valiosas, destruyan esas obras de arte.

Los expertos estiman que en Irak existen al menos 10 mil ciudades y sitios arqueológicos. La mayoría no han sido investigados.

Antes de que se iniciara el ataque angloestadunidense, un grupo de arqueólogos ya había advertido al Pentágono sobre la riqueza de los monumentos y sitios históricos con que cuenta el país.

''Irak no es sólo un desierto, sino el lugar donde afloró la primera civilización'', indicaron los expertos a funcionarios del Pentágono y del Departamento de Defensa. Antes de ese encuentro, la inteligencia militar sólo consideraba ''importantes'' 150 sitios.



Objetos conservados pese a siglos de ocupaciones no resistieron la euforia del pillaje

ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT

Bagdad, 12 de abril. Desparramadas por el piso en decenas de miles de piezas quedaron las invaluables reliquias de la historia de Irak. Los saqueadores fueron de estante en estante para sacar sistemáticamente estatuas, vasijas y ánforas de los asirios y los babilonios, los sumerios, los medos, los persas y los griegos, y las arrojaron al piso de concreto.

Nuestros pies crujían sobre los destrozos de las figuras de mármol, las estatuas de piedra y las vasijas que habían sobrevivido a todos los sitios a los que Bagdad se ha visto sometida, todas las invasiones de Irak a lo largo de la historia, sólo para ser destruidas cuando Estados Unidos llegó a "liberar" la ciudad.

Los iraquíes lo hicieron. Se lo hicieron a su propia historia, destruyeron físicamente la evidencia de los miles de años de cultura de su nación.

Desde que los talibanes se embarcaron en su orgía de destrucción contra los Budas de Bamián y las estatuas del museo de Kabul -más aún, quizá desde la Segunda Guerra Mundial o antes-, jamás habían sido tantos tesoros arqueológicos reducidos a pedazos en forma tan gratuita y sistemática.

"Esto es lo que nuestra propia gente hizo a su historia", dijo el hombre de larga vestimenta cuando iluminamos con nuestras antorchas los montones de las una vez perfectas vasijas sumerias y estatuas griegas, ahora decapitadas y sin brazos, en el almacén del Museo Nacional de Arqueología de Irak. "Necesitamos que los soldados estadunidenses protejan lo que quedó. Necesitamos a los estadunidenses aquí. Necesitamos policías."

Pero todo lo que el guardia del museo, Abdul-Setar Abdul-Jaber, experimentó este sábado fueron tiroteos entre los saqueadores y los residentes locales; las balas silbaban sobre nuestras cabezas afuera del museo y se incrustaban en las paredes de los edificios de departamentos de la zona.

"Mire esto", decía, recogiendo un gran trozo de alfarería cuyos delicados dibujos y labios bellamente decorados encontraron un fin violento cuando el jarrón, quizá de 60 centímetros de alto en su forma original, fue roto en cuatro. "Era asirio". Los asirios dominaron la región casi 2 mil años antes de Cristo.

¿Y qué hacían los estadunidenses, como nuevos dominadores de Bagdad? Bueno, esta mañana estaban reclutando a los odiados ex policías de Saddam para que restauraran la ley y el orden por cuenta de ellos. El último ejército que hizo algo parecido fue el de Mountbatten en el sureste de Asia, que empleó al derrotado ejército japonés para controlar las calles de Saigón -con bayoneta calada- tras la recaptura de Indochina en 1945.

Ex policías de Bagdad, de respetable apariencia, hacían fila afuera del hotel Palestina después de escuchar que por la radio se les llamaba a reanudar sus "funciones" en las calles. Por la tarde, por lo menos ocho altos oficiales de la policía, todos muy formales en sus uniformes verdes -el mismo color de los del partido Baaz-, se presentaron a ofrecer sus servicios a los estadunidenses, acompañados de un infante de marina. Pero no había indicios de que ninguno fuera enviado al Museo de la Antigüedad.

Entre tanto, la "liberación" se ha transformado en ocupación. Enfrentados por una multitud de enfurecidos iraquíes en la plaza Firdos, que demandaban un nuevo gobierno "para nuestra protección, paz y seguridad", los marines, que deberían brindar esa protección, se limitaron a mirarlos, hombro con hombro y con las armas listas. La realidad que los estadunidenses -y, por supuesto, Donald Rumsfeld- no logran ver es que en el régimen de Saddam los pobres y desposeídos fueron siempre los musulmanes chiítas; las clases medias siempre fueron los sunitas, como Saddam mismo. Y son los sunitas quienes están padeciendo el pillaje de los chiítas.

Así pues, los tiroteos que se desataron hoy entre propietarios y saqueadores fue, de hecho, un conflicto entre musulmanes sunitas y chiítas. Al no poner fin a esta violencia -al atizar con su inactividad la violencia étnica- los estadunidenses están provocando una nueva guerra civil en Bagdad.

Al anochecer recorrí en auto la ciudad por más de una hora. Cientos de calles tienen ahora barricadas hechas de tabiques, automóviles quemados y troncos de árbol, vigiladas por hombres armados que están dispuestos a matar a cualquier extraño que amenace sus casas o negocios. Así es como empezó la guerra civil en Beirut, en 1975.

Unas cuantas patrullas de marines se aventuraron hoy en los suburbios -apostándose junto a hospitales que ya habían sido saqueados-, pero por tercer día consecutivo ardieron hogueras en la ciudad al anochecer. Las llamas consumían el edificio del ayuntamiento y en el horizonte otras enormes hogueras lanzaban altísimas columnas de humo al aire.

Muy pocos marines, demasiado tarde. Un grupo de ingenieros y trabajadores de plantas purificadoras de agua se presentó hoy al cuartel de los marines para implorar protección de modo que pudieran volver a su trabajo. También llegaron trabajadores de la industria eléctrica. Pero Bagdad es ya una ciudad en guerra consigo misma, a merced de pistoleros y ladrones.

No hay electricidad, como tampoco agua ni ley y orden, así que avanzamos a tientas en la oscuridad del sótano del museo, tropezando con estatuas derribadas y toros alados destrozados. Cuando alumbré con mi antorcha un estante lejano, contuve el aliento. Todas las vasijas y jarrones -"3,500 a.C.", decía un letrero en la esquina- yacían en pedazos en el suelo.

¿Por qué? ¿Cómo pudieron hacer esto? ¿Por qué, cuando la ciudad estaba ya en llamas y la anarquía había sentado sus reales -y menos de tres meses después de que arqueólogos estadunidenses y funcionarios del Pentágono se reunieron para hablar sobre los tesoros del país y se colocó el Museo Arqueológico de Bagdad en una base militar de datos-, permitieron los estadunidenses que la turba destruyera la invaluable herencia de la antigua Mesopotamia?

Y todo esto ocurrió mientras el secretario de la Defensa de EU, Donald Rumsfeld, se mofaba de la prensa por decir que la anarquía se había adueñado de Bagdad.

Por mucho más de 200 años, arqueólogos occidentales y locales han estado reuniendo los vestigios de este centro de la primera civilización en palacios, zigurats y tumbas de tres mil años de antigüedad. Sus cientos de miles de fichas manuscritas -a menudo en inglés y en la graciosa caligrafía del siglo XIX- están ahora desparramadas en el arrasado santuario. Levanté una tarjetita. "Finales del siglo II, no. 1680", decía con lápiz.

Para abrirse paso hacia el almacén, la turba había derribado las macizas puertas de acero, entrando desde un patio posterior, para subir esculturas y otros tesoros a automóviles y camionetas.

Cuando llegué los saqueadores tenían unas horas de haberse marchado y nadie, ni siquiera el guardia del museo ataviado con la larga vestimenta gris, tenía idea de cuánto se habían llevado. Una vitrina que alguna vez contuvo objetos de piedra y pedernal de 40 mil años de antigüedad estaba destrozada y vacía. Nadie sabe qué ocurrió con los relieves asirios del palacio real de Jorsabad, ni los sellos de hace 5 mil años ni los aretes de hoja de oro de hace 4 mil 500 años con los que enterraban a las princesas sumerias. Llevará décadas clasificar lo que dejaron, los torsos de piedra destrozados, los tesoros funerarios, las piezas de joyería que refulgen entre los jarrones rotos.

Las turbas que vinieron -musulmanes chiítas en su mayoría, de las casuchas de Ciudad Saddam- probablemente no tenían idea del valor de las vasijas y estatuas. Su destrucción parece haber sido producto tanto de la ignorancia como de la furia. En la vasta biblioteca del museo, sólo unos cuantos libros -en su mayoría obras arqueológicas de mediados del siglo XIX- parecían haber sido robados o destruidos. Carecían de valor para los saqueadores.

Encontré intacta una colección completa del Geographical Journal, de 1893 a 1936; junto a ella estaba un libro a la rústica llamado Bagdad, la ciudad de la paz, pero cientos de hojas de índices habían sido sacadas de sus cajas y arrojadas sobre escaleras y pasamanos.

Arqueólogos británicos, franceses y alemanes tuvieron un papel preponderante en el descubrimiento de algunos de los más esplendorosos tesoros de Irak. Gertrude Bell, la gran arabista, intrigante diplomática y espía británica, llamada la reina sin corona de Irak, cuya tumba yace no lejos del museo, fue una entusiasta favorecedora de sus trabajos. Los alemanes construyeron la moderna sede del museo, junto al río Tigris, reabierto apenas en 2000, después de nueve años de estar cerrado tras la primera guerra del golfo Pérsico.

Mientras los estadunidenses cercaban Bagdad, los soldados de Saddam mostraron casi el mismo desprecio por sus tesoros que los saqueadores. En los jardines del museo se ven claramente aún sus trincheras y puestos de artillería, uno de ellos cavado junto a la enorme efigie en piedra de un toro alado.

Apenas hace unas semanas, Jabir Jalil Ibrahim, director de la Oficina Estatal de Antigüedades de Irak, se refirió al contenido del museo como "la herencia de una nación". Eran, decía, "no sólo objetos para admirar y disfrutar: de ellos tomamos fuerza para mirar hacia el futuro. Representan la gloria de Irak".

Ibrahim ha desaparecido, como tantos empleados del gobierno en Bagdad, y el señor Abdul-Jaber y sus colegas tratan ahora de defender lo que queda de la historia de la nación con una colección de rifles Kalashnikov. "No queremos tener armas, pero ahora todos debemos tenerlas", me dijo. "Tenemos que defendernos porque los estadunidenses dejaron que esto ocurriera. Hicieron una guerra contra un hombre, entonces, ¿por qué nos abandonan a esta guerra y a estos criminales?"

Media hora después me puse en contacto con la unidad de asuntos civiles de la infantería de marina estadunidense y le di la localización exacta del museo y la condición en que se encontraba su acervo. Un capitán me dijo: "probablemente vamos a ir allá".

Demasiado tarde. La historia de Irak había sido saqueada ya por los ladrones que los estadunidenses soltaron sobre la ciudad con su "liberación".

"¡Usted es estadunidense!", me gritó una mujer en inglés esta mañana, confundiendo mi nacionalidad. "Váyase a su país. Aquí no los queremos. Odiábamos a Saddam y ahora odiamos a Bush porque está destruyendo nuestra ciudad."

Fue una fortuna que no visitara el Museo de la Antigüedad y viera por sí misma que la herencia misma de su nación, así como de su ciudad, había sido destruida.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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