Quedaron destruidos tesoros con hasta 7 mil
años de antigüedad
Saquean el Museo Nacional de Irak; indiferencia de
invasores
Soberbia ignorancia: el Pentágono considera importantes
150 de 10 mil sitios arqueológicos
DPA Y REUTERS
Bagdad, 12 de abril. El Museo Nacional de Irak,
con invaluables colecciones de las culturas sumeria, acadia, babilónica
y asiria, además de textos islámicos únicos, quedó
completamente desvalijado este sábado por una turba de saqueadores
que se aprovecha desde el jueves del caos que impera en la capital iraquí,
cuando ingresaron las fuerzas angloestadunidenses.
Los vándalos se llevaron tesoros irremplazables
de las primeras civilizaciones: recipientes de oro, máscaras rituales,
tocados reales, liras incrustadas de joyas y artefactos de la antigua Mesopotamia.
''Fueron saqueados 7 mil años de civilización", lamentó
un empleado del recinto.
La subdirectora del museo, Midal Amin, culpó del
saqueo a las fuerzas invasoras, así como de la destrucción
de diversas obras de arte de las primeras culturas.
"Los estadunidenses son los culpables. Saben exactamente
que esto es un museo. Después de entrar en Bagdad protegieron el
Ministerio del Petróleo, pero no se preocuparon un ápice
por el museo".
En
París, la Organización de Naciones Unidas para la Educación,
la Ciencia y la Cultura (Unesco) demandó medidas urgentes para proteger
los bienes culturales iraquíes. En una carta enviada por el titular
de ese organismo, Koichi Matsura, al gobierno estadunidense, se subraya
que las colecciones de ese museo se encuentran ''entre las más exquisitas
del mundo y tienen que ser protegidas''.
El jueves la Unesco convocó a una reunión
de expertos para apremiar a que sea protegida de la herencia cultural iraquí.
El encuentro se realizará esta semana.
Ekmeleddin Ihsanoglu, jefe del Centro de Investigaciones
para la Historia, el Arte y la Cultura Islámicos, dependiente de
la Organización de la Conferencia Islámica, con sede en Estambul,
también exigió la protección inmediata de los museos
y sitios arqueológicos de la nación árabe.
El museo, cerrado después de la guerra del golfo
Pérsico, en 1991, reabrió sus puertas hace un año
y en su colección podían observarse antigüedades mesopotámicas
como toros alados asirios, tablas con caracteres cuneiformes, animales
de bronce, y collares, anillos y adornos que datan del año 5 mil
antes de nuestra era.
Tras el saqueo se mantienen intactos los relieves de la
época asiria, aunque los empleados del museo advirtieron sobre la
posibilidad de que se produzcan nuevos saqueos y que los vándalos,
al no encontrar ya piezas valiosas, destruyan esas obras de arte.
Los expertos estiman que en Irak existen al menos 10 mil
ciudades y sitios arqueológicos. La mayoría no han sido investigados.
Antes de que se iniciara el ataque angloestadunidense,
un grupo de arqueólogos ya había advertido al Pentágono
sobre la riqueza de los monumentos y sitios históricos con que cuenta
el país.
''Irak no es sólo un desierto, sino el lugar donde
afloró la primera civilización'', indicaron los expertos
a funcionarios del Pentágono y del Departamento de Defensa. Antes
de ese encuentro, la inteligencia militar sólo consideraba ''importantes''
150 sitios.
Objetos conservados pese a siglos de ocupaciones
no resistieron la euforia del pillaje
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT
Bagdad, 12 de abril. Desparramadas por el piso
en decenas de miles de piezas quedaron las invaluables reliquias de la
historia de Irak. Los saqueadores fueron de estante en estante para sacar
sistemáticamente estatuas, vasijas y ánforas de los asirios
y los babilonios, los sumerios, los medos, los persas y los griegos, y
las arrojaron al piso de concreto.
Nuestros pies crujían sobre los destrozos de las
figuras de mármol, las estatuas de piedra y las vasijas que habían
sobrevivido a todos los sitios a los que Bagdad se ha visto sometida, todas
las invasiones de Irak a lo largo de la historia, sólo para ser
destruidas cuando Estados Unidos llegó a "liberar" la ciudad.
Los iraquíes lo hicieron. Se lo hicieron a su propia
historia, destruyeron físicamente la evidencia de los miles de años
de cultura de su nación.
Desde que los talibanes se embarcaron en su orgía
de destrucción contra los Budas de Bamián y las estatuas
del museo de Kabul -más aún, quizá desde la Segunda
Guerra Mundial o antes-, jamás habían sido tantos tesoros
arqueológicos reducidos a pedazos en forma tan gratuita y sistemática.
"Esto es lo que nuestra propia gente hizo a su historia",
dijo el hombre de larga vestimenta cuando iluminamos con nuestras antorchas
los montones de las una vez perfectas vasijas sumerias y estatuas griegas,
ahora decapitadas y sin brazos, en el almacén del Museo Nacional
de Arqueología de Irak. "Necesitamos que los soldados estadunidenses
protejan lo que quedó. Necesitamos a los estadunidenses aquí.
Necesitamos policías."
Pero todo lo que el guardia del museo, Abdul-Setar Abdul-Jaber,
experimentó este sábado fueron tiroteos entre los saqueadores
y los residentes locales; las balas silbaban sobre nuestras cabezas afuera
del museo y se incrustaban en las paredes de los edificios de departamentos
de la zona.
"Mire esto", decía, recogiendo un gran trozo de
alfarería cuyos delicados dibujos y labios bellamente decorados
encontraron un fin violento cuando el jarrón, quizá de 60
centímetros de alto en su forma original, fue roto en cuatro. "Era
asirio". Los asirios dominaron la región casi 2 mil años
antes de Cristo.
¿Y qué hacían los estadunidenses,
como nuevos dominadores de Bagdad? Bueno, esta mañana estaban reclutando
a los odiados ex policías de Saddam para que restauraran la ley
y el orden por cuenta de ellos. El último ejército que hizo
algo parecido fue el de Mountbatten en el sureste de Asia, que empleó
al derrotado ejército japonés para controlar las calles de
Saigón -con bayoneta calada- tras la recaptura de Indochina en 1945.
Ex policías de Bagdad, de respetable apariencia,
hacían fila afuera del hotel Palestina después de escuchar
que por la radio se les llamaba a reanudar sus "funciones" en las calles.
Por la tarde, por lo menos ocho altos oficiales de la policía, todos
muy formales en sus uniformes verdes -el mismo color de los del partido
Baaz-, se presentaron a ofrecer sus servicios a los estadunidenses, acompañados
de un infante de marina. Pero no había indicios de que ninguno fuera
enviado al Museo de la Antigüedad.
Entre tanto, la "liberación" se ha transformado
en ocupación. Enfrentados por una multitud de enfurecidos iraquíes
en la plaza Firdos, que demandaban un nuevo gobierno "para nuestra protección,
paz y seguridad", los marines, que deberían brindar esa protección,
se limitaron a mirarlos, hombro con hombro y con las armas listas. La realidad
que los estadunidenses -y, por supuesto, Donald Rumsfeld- no logran ver
es que en el régimen de Saddam los pobres y desposeídos fueron
siempre los musulmanes chiítas; las clases medias siempre fueron
los sunitas, como Saddam mismo. Y son los sunitas quienes están
padeciendo el pillaje de los chiítas.
Así pues, los tiroteos que se desataron hoy entre
propietarios y saqueadores fue, de hecho, un conflicto entre musulmanes
sunitas y chiítas. Al no poner fin a esta violencia -al atizar con
su inactividad la violencia étnica- los estadunidenses están
provocando una nueva guerra civil en Bagdad.
Al anochecer recorrí en auto la ciudad por más
de una hora. Cientos de calles tienen ahora barricadas hechas de tabiques,
automóviles quemados y troncos de árbol, vigiladas por hombres
armados que están dispuestos a matar a cualquier extraño
que amenace sus casas o negocios. Así es como empezó la guerra
civil en Beirut, en 1975.
Unas cuantas patrullas de marines se aventuraron
hoy en los suburbios -apostándose junto a hospitales que ya habían
sido saqueados-, pero por tercer día consecutivo ardieron hogueras
en la ciudad al anochecer. Las llamas consumían el edificio del
ayuntamiento y en el horizonte otras enormes hogueras lanzaban altísimas
columnas de humo al aire.
Muy pocos marines, demasiado tarde. Un grupo de
ingenieros y trabajadores de plantas purificadoras de agua se presentó
hoy al cuartel de los marines para implorar protección de
modo que pudieran volver a su trabajo. También llegaron trabajadores
de la industria eléctrica. Pero Bagdad es ya una ciudad en guerra
consigo misma, a merced de pistoleros y ladrones.
No hay electricidad, como tampoco agua ni ley y orden,
así que avanzamos a tientas en la oscuridad del sótano del
museo, tropezando con estatuas derribadas y toros alados destrozados. Cuando
alumbré con mi antorcha un estante lejano, contuve el aliento. Todas
las vasijas y jarrones -"3,500 a.C.", decía un letrero en la esquina-
yacían en pedazos en el suelo.
¿Por qué? ¿Cómo pudieron hacer
esto? ¿Por qué, cuando la ciudad estaba ya en llamas y la
anarquía había sentado sus reales -y menos de tres meses
después de que arqueólogos estadunidenses y funcionarios
del Pentágono se reunieron para hablar sobre los tesoros del país
y se colocó el Museo Arqueológico de Bagdad en una base militar
de datos-, permitieron los estadunidenses que la turba destruyera la invaluable
herencia de la antigua Mesopotamia?
Y todo esto ocurrió mientras el secretario de la
Defensa de EU, Donald Rumsfeld, se mofaba de la prensa por decir que la
anarquía se había adueñado de Bagdad.
Por mucho más de 200 años, arqueólogos
occidentales y locales han estado reuniendo los vestigios de este centro
de la primera civilización en palacios, zigurats y tumbas de tres
mil años de antigüedad. Sus cientos de miles de fichas manuscritas
-a menudo en inglés y en la graciosa caligrafía del siglo
XIX- están ahora desparramadas en el arrasado santuario. Levanté
una tarjetita. "Finales del siglo II, no. 1680", decía con lápiz.
Para abrirse paso hacia el almacén, la turba había
derribado las macizas puertas de acero, entrando desde un patio posterior,
para subir esculturas y otros tesoros a automóviles y camionetas.
Cuando llegué los saqueadores tenían unas
horas de haberse marchado y nadie, ni siquiera el guardia del museo ataviado
con la larga vestimenta gris, tenía idea de cuánto se habían
llevado. Una vitrina que alguna vez contuvo objetos de piedra y pedernal
de 40 mil años de antigüedad estaba destrozada y vacía.
Nadie sabe qué ocurrió con los relieves asirios del palacio
real de Jorsabad, ni los sellos de hace 5 mil años ni los aretes
de hoja de oro de hace 4 mil 500 años con los que enterraban a las
princesas sumerias. Llevará décadas clasificar lo que dejaron,
los torsos de piedra destrozados, los tesoros funerarios, las piezas de
joyería que refulgen entre los jarrones rotos.
Las turbas que vinieron -musulmanes chiítas en
su mayoría, de las casuchas de Ciudad Saddam- probablemente no tenían
idea del valor de las vasijas y estatuas. Su destrucción parece
haber sido producto tanto de la ignorancia como de la furia. En la vasta
biblioteca del museo, sólo unos cuantos libros -en su mayoría
obras arqueológicas de mediados del siglo XIX- parecían haber
sido robados o destruidos. Carecían de valor para los saqueadores.
Encontré intacta una colección completa
del Geographical Journal, de 1893 a 1936; junto a ella estaba un
libro a la rústica llamado Bagdad, la ciudad de la paz, pero
cientos de hojas de índices habían sido sacadas de sus cajas
y arrojadas sobre escaleras y pasamanos.
Arqueólogos británicos, franceses y alemanes
tuvieron un papel preponderante en el descubrimiento de algunos de los
más esplendorosos tesoros de Irak. Gertrude Bell, la gran arabista,
intrigante diplomática y espía británica, llamada
la reina sin corona de Irak, cuya tumba yace no lejos del museo,
fue una entusiasta favorecedora de sus trabajos. Los alemanes construyeron
la moderna sede del museo, junto al río Tigris, reabierto apenas
en 2000, después de nueve años de estar cerrado tras la primera
guerra del golfo Pérsico.
Mientras los estadunidenses cercaban Bagdad, los soldados
de Saddam mostraron casi el mismo desprecio por sus tesoros que los saqueadores.
En los jardines del museo se ven claramente aún sus trincheras y
puestos de artillería, uno de ellos cavado junto a la enorme efigie
en piedra de un toro alado.
Apenas hace unas semanas, Jabir Jalil Ibrahim, director
de la Oficina Estatal de Antigüedades de Irak, se refirió al
contenido del museo como "la herencia de una nación". Eran, decía,
"no sólo objetos para admirar y disfrutar: de ellos tomamos fuerza
para mirar hacia el futuro. Representan la gloria de Irak".
Ibrahim ha desaparecido, como tantos empleados del gobierno
en Bagdad, y el señor Abdul-Jaber y sus colegas tratan ahora de
defender lo que queda de la historia de la nación con una colección
de rifles Kalashnikov. "No queremos tener armas, pero ahora todos debemos
tenerlas", me dijo. "Tenemos que defendernos porque los estadunidenses
dejaron que esto ocurriera. Hicieron una guerra contra un hombre, entonces,
¿por qué nos abandonan a esta guerra y a estos criminales?"
Media hora después me puse en contacto con la unidad
de asuntos civiles de la infantería de marina estadunidense y le
di la localización exacta del museo y la condición en que
se encontraba su acervo. Un capitán me dijo: "probablemente vamos
a ir allá".
Demasiado tarde. La historia de Irak había sido
saqueada ya por los ladrones que los estadunidenses soltaron sobre la ciudad
con su "liberación".
"¡Usted es estadunidense!", me gritó una
mujer en inglés esta mañana, confundiendo mi nacionalidad.
"Váyase a su país. Aquí no los queremos. Odiábamos
a Saddam y ahora odiamos a Bush porque está destruyendo nuestra
ciudad."
Fue una fortuna que no visitara el Museo de la Antigüedad
y viera por sí misma que la herencia misma de su nación,
así como de su ciudad, había sido destruida.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya