Una manta con una leyenda antibélica
marcó la pauta de la procesión del Jueves Santo
Con un llamado a la paz dio inicio la pasión
de Cristo en Iztapalapa
Es una forma de manifestarnos sin agredir ni ser agredidos,
dicen los organizadores
Casi 100 mil personas asistieron al recorrido por los
ocho barrios de la demarcación
JAIME WHALEY
Una manta con una leyenda antibélica marcó
la pauta de la por otro lado monótona aunque siempre vistosa procesión
del Jueves Santo en Iztapalapa. ''Iztapalapa por la paz'', se leía
en la gran manta que era llevada, levemente inclinada, por siete nazarenos,
y que abrió la marcha que recrea la legendaria visita de las siete
casas, recorrido que en este caso toca los ocho barrios de la demarcación.
''Es
una forma de manifestarnos pacificamente sin agredir ni ser agredidos'',
explicó Tito Dominguez, quien por 16 años ha estado en el
comité organizador de la representación de la pasión
de Cristo, sobre la inclusión de la manta que arrancó leves
signos de aprobación -pues aplaudir está casi vedado en estos
días de contrición- cuando la colocaron al frente de la procesión
que por poco más de cinco horas, a partir de las tres de la tarde,
congregó a una multitud estimada en casi 100 mil silentes almas,
entre participantes y mirones.
Los tres toquidos de las fanfarrias, avisos para el vecindario
de que la procesión se acerca, son los sonidos que rompen la penuria
del caminar de los nazarenos, muchos de ellos niños, con los pies
llagados y quemados por el infernal pavimento, aunque para esto hay alivio
pues ya desde mucho antes del comienzo del marchar Richard de los Angeles
y uno de sus representantes reparten muestras gratuitas de su producto
Sanapiel, regenerador tisular que lo mismo sirve para mejorar y aliviar
la cicatrización de la cesárea que la de pústulas
vacunales, la tiña y verrugas, gracias a que el producto está
constituido por aceites esenciales de áloe vera, citronela y medicago
sativa. Ni hablar, con esto a la mano vengan más caminatas y
penitencias.
Problemas equinos
Ya Jesús, este año personificado por Javier
Romero Pérez, empleado de la Procuraduría del Consumidor,
donde es verificador de precios, sale de la casa de don Juan Cano Martínez,
lugar donde los principales actores de la pasión se maquillan, se
colocan sus pelucas ellos y ellas sus capas, que son como verdaderas ollas
exprés a lo largo del recorrido de casi 8 kilómetros. Don
Juan, el decano de estas representaciones -lleva casi seis décadas
de participar-, recibió un reconocimiento a su labor voluntaria:
una placa de cristal en la que se agradece a este ex operario de una máquina
petrolizadora -con la que por 40 años asfaltó muchas arterias
capitalinas- su participación que incluye brindar comida, nopalitos
y mole a un centenar de gorrones entre prensa, vecinos y a la treintena
de filarmónicos de la banda de Santa María Nativitas, conducida
por Cruz Meraz, pues aquí cabe eso de músico comido toca
mejor.
Problemas
menores de logística pusieron en riesgo la participación
del contingente de la Policía Montada, que aporta desde hace años
60 cuadrúpedos para la marcha, cuando algún funcionario menor
dijo que solamente prestarían 20 cuacos para los centuriones
y los demás romanos que agarraran los de la tropa. La decisión
descontroló a todos, pues los ensayos se hacen desde principios
de año con los voluntarios yendo a los establos, allá por
la cabeza de Juárez, semanalmente para adaptarse a su corcel. La
queja, dicen, llegó hasta los altos mandos de la Secretaría
de Seguridad Pública y de allá vino la orden de, como siempre,
brindar todas las facilidades, y así los 60 jinetes cabalgaron sin
problema alguno.
Estoica, Griselda Guillén, en quien resalta un
par de bellos ojos claros, sigue la procesión. Es la Virgen María
que apenas se da tiempo de sonreir cuando en la calle Toltecas una señora
reclama airada: ''Ay, chingado chamaco, si te estoy diciendo que no pises
eso'', en tanto que el asustado niño, con ojos suplicantes de no
a la guerra, se limpia ya los residuos de un fresco pastelito depositado
por un caballo.
En el templo de la Cuevita, Miguel Angel Cruz, el vicerrector,
pasa apuros cuando solicita a la congregación que repitan con él
una larga letanía que, de hecho, nadie alcanzó a memorizar,
y es que en este oasis, a un lado de la calzada Ermita, lo único
que se alcanza a comprender es que la asoleada no ha sido en vano.