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México D.F. Domingo 22 de junio de 2003

Carlos Martínez Assad*

Bagdad, la antigua Ciudad de la Paz

Después de la caída de Bagdad, la capital del Irak moderno, luego de ser bombardeada de manera inclemente con la tecnología de guerra del ejército de Estados Unidos, las autoridades estadunidenses con mucha desinformación y contrainformación han buscado justificar las atrocidades cometidas contra el pueblo iraquí y a fuerza de repetir mensajes han terminado por creérselos. No han descubierto las armas de destrucción masiva y químicas que pretendieron legitimar la ocupación de Irak, pero tampoco ha aparecido Saddam Hussein, el dictador causante de la miseria de los iraquíes, si se deja convenientemente de lado el bloqueo y los bombardeos de los pasados 10 años que han limitado el desarrollo económico del país.

No se puede ser omiso con las terribles secuelas de la guerra entre Irak e Irán (1980-1988) ni con las pretensiones anexionistas respecto a Kuwait que desató la primera guerra del Golfo en 1991; allí están los miles de muertos que sellan la imposible conjunción de la comunidad árabe en sus dos variables más importantes: los sunnitas y los chiítas. Habrá mucho que decir todavía sobre los asesinatos, ajusticiamientos, corrupción, cárceles, torturas del régimen político del partido Baaz, colapsado por las explosiones de los misiles, las bombas de uranio empobrecido y las armas expansivas que como "daños colaterales" dejan miles de iraquíes muertos y heridos con graves secuelas.

Pero de no haber esas razones para invadir, el gobierno y los grupos económicos más poderosos de Estados Unidos hubieran encontrado otras. Todo eso en nombre de la democracia, de la apertura comercial que ha decidido imponer unilateralmente, por el petróleo que ese país necesita para satisfacer su elevado consumo y por la idea suficientemente divulgada de los árabes. Esos seres extraños, a los que les es tan difícil cambiar, para un occidente amenazado con evidencias concretas desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, primero con Osama Bin Laden como responsable con un crédito que, gracias a los medios vinculados a Estados Unidos, ahora comparte con Hussein. La idea de que el Islam amenaza a la civilización occidental no es tan reciente. Perturbó a los europeos desde su nacimiento, empeoró con la crisis y ulterior desmembramiento de la Unión Soviética, que dejó al mundo sin comunistas, por lo cual había que encontrar a los malos para la ficción cinematográfica o de los libros de serie negra (recuérdese a Donald Rumsfeld afirmando que con Hussein cae un dictador más y, entre otros, predominaron los socialistas e incluyó nada menos que a Lenin). Edward Said ha demostrado de manera impecable el origen de esos miedos; Huntington les ha dado "coherencia" académica en Choque de civilizaciones, partiendo de la premisa falsa de la homogeneidad del mundo islámico, tan heterogéneo como el cristiano o el estadunidense o cualquier otro.

bag41-063157-pihLa guerra atrajo la atención de todo el mundo, como se expresó en las numerosas protestas que auspició, y junto con ellas el interés hacia una parte del planeta poco conocida, las más de las veces con el uso desmedido de los lugares comunes. Aquí me interesa exponer algunos trazos de la historia que ayuden a entender lo que el ejército de Estados Unidos, apoyado por el de Inglaterra y en menor medida por el de España, destruyó junto con numerosas vidas humanas. ¿Por qué debía acabarse con los tesoros culturales que Irak albergaba? ¿Por qué los ejércitos de ocupación sólo resguardaron los campos petroleros en primer lugar y luego los ministerios del Interior, Inteligencia y el del Petróleo?

Como ciudad legendaria, Bagdad fue celebrada por los relatos reunidos en Las mil y una noches bajo la égida en un Islam tolerante e inclusivo. Fue una de las capitales regionales imperiales cuando la civilización urbana europea había entrado en declive y, por el contrario, resplandecían las ciudades de Isfahán, El Cairo, Córdoba, Túnez, Basra, Fez, Nishapur y Samarcanda, todas ellas fundadas por musulmanes. Cuando los abasíes trasladaron la capital del califato de Damasco a Bagdad, a mediados del siglo VIII, ubicaron su emplazamiento en un punto donde los ríos Tigris y Eufrates se aproximaban conectándose por medio de canales. La nueva capital fue creada por Al-Mansur (754-775), el segundo califa abasí, sobre la aldea de Bagdad, cerca de los vestigios de Ctesifonte -antigua capital de la dinastía sasánida. Fue llamada Medinat al-Salam, la Ciudad de la Paz, porque simbolizó un largo periodo de prosperidad, erudición y cultura, lo que se ha denominado la Edad de Oro del Islam. Cuando París contaba con 210 mil habitantes y Londres apenas 40 mil, en Bagdad vivían 840 mil.

La falta de información o la contrainformación insiste en mostrar la división de los musulmanes entre los chiítas y los sunnitas, porque Saddam Hussein pertenecía a éstos cuando en Irak son mayoría los primeros. Algún contrapeso debe tener, sin embargo, el hecho de que la gran mayoría, los más de mil millones de musulmanes en el mundo, son sunnitas, aunque todos aceptan la sunna como sistema normativo que se desprende del Corán.

Según la tradición islámica, Irak es un punto central en la divulgación del chiísmo, porque ahí fue asesinado el nieto de Mahoma, el hijo de su hija Fátima y de su yerno Alí. El profeta murió sin dejar hijos varones, por lo que Alí fue reconocido como su tercer sucesor, pero fue asesinado en 661 por un jariyí, miembro de un grupo que consideraba que el jefe de la comunidad de la fe debía ser remplazado por una falta grave. El imamato pasó a su hijo Hassan, sustituido luego por su hermano Hussein, quien se ganó el apoyo de una comunidad profundamente dividida. Fue sacrificado como mártir en Kerbala en el 10 de muharram (10 de octubre de 680) y es precisamente en memoria de Hussein que se realiza la conmemoración más escalofriante para los occidentales conocida como el Ashura (décimo), día en el que los varones se sangran infringiéndose serias heridas para recordar ese martirio, reforzamiento de los musulmanes chiítas.

¿Acaso no es un recordatorio de ese sacrificio y un intento por acercarse a los chiítas el Corán que Saddan Hussein hizo escribir con su sangre y que estuvo expuesto en el museo hasta antes de la invasión? No obstante la fuerte presencia de los partidarios de la Shia, el mayor esplendor de Bagdad se dio bajo el mandato de los califas abbasíes que la convirtieron en el centro del sunnismo.

Muchos elementos hablan de lo que fue esa dinastía y en Kufah, que fuera la capital previa de los sasánidas, brilló la escuela con mayor tradición jurídica, la hanafí, en lo que hoy es el sur de Irak. Alcanzó preminencia durante el mandato de los califas abbasíes que gobernaron del 749 al 1258 y con el tiempo se convertiría en la escuela oficial de la dinastía otomana. En Bagdad, donde se asentó la nueva capital, tuvo lugar un fuerte desarrollo administrativo para poder controlar sus dominios, porque el imperio islámico superaba entonces los territorios de los que fueran los imperios de Alejandro y de Roma. Fue ahí donde el uso del papel se extendió por las necesidades de mantener el contacto con todas sus provincias que abarcaban desde las costas mediterráneas hasta India. A mediados del siglo IX la calle de los vendedores del papel en Bagdad contaba con más de 100 tiendas, en las que también se expendían libros con maravillosa caligrafía y láminas coloreadas. Se considera el primer sitio donde fue usada la paginación para ordenar los documentos administrativos de los vastos territorios que gobernaba.

Por entonces ya brillaba la biblioteca califal fundada por Al-Mamun (813-833), conocida como Tesoro de las Ciencias o Casa de las Ciencias. Ya albergaba a traductores del siriaco y del griego, por lo que manuscritos científicos y filosóficos ya habían sido traducidos en el siglo IX, destacando obras como las Fábulas de Bilpai, la Lógica de Aristóteles, la Geografía de Ptolemeo, los Elementos de Eurípides. Se dice que en esos años fue traducido del farsi al árabe y complementado el libro Las mil y una noches. En el libro, el califa Harunu-r-Raschis, contemporáneo de Carlomagno, ocuparía un lugar destacado en esos relatos como mecenas de las artes. Rafael Cansino Assens cuenta:

"La corte de Harunu en Bagdad es la meta a que se dirigen desde todos los lugares del mundo conocidos poetas, narradores de cuentos e historias, filósofos y eruditos, hombres de saber y de ingenio; siempre hay uno o más poetas a la puerta de su diván, esperando a que el jalifa despache sus asuntos de Estado y pida un poeta, como quien pide una rosa o una copa de vino para despejar su mente cansada."

La biblioteca contaba también con copistas y encuadernadores. Pero algo de gran importancia sería indagar ahora adónde fueron a parar las dos copias originales del Corán de las tres que se hicieron del libro revelado a Mahoma que se encuentra en La Meca, de las cuales una estuvo destinada a Damasco, otra a Al-Kufah -la primera capital a 100 kilómetros de Bagdad- y otra a Basora. ¿No resulta imposible de imaginar que un pueblo con semejante cultura, intrínsecamente unida a una creencia religiosa tan arraigada, incendie espontáneamente sus bibliotecas donde, según la versión coránica, se alberga la palabra de Dios?

El esplendor de Bagdad estaba relacionado con la muy divulgada idea en el mundo árabe que se ejemplifica cuando Schedad, rey de Yemen, luego de escuchar la descripción del Paraíso, exclamó: "Yo no tengo necesidad de ese paraíso, pues he de hacerme uno cual jamás pudo concebir la imaginación del hombre", porque según los usos culturales de los poderosos había que dar una ilusión de lujo y abundancia. Los viajeros así lo corroboraron. Un embajador bizantino que llegó a Bagdad cuando gobernaba Al-Muqtadir en 917 dejó testimonio del que informan Jonathan Bloom y Sheila Blair en su espléndido libro Islam. Mil años de ciencia y poder (Paidós, 2003), cuya larga cita el lector seguramente dispensará:

"El califa impresionó al embajador llevándole a través de una interminable sucesión de palacios, patios, pasillos y estancias hasta un palacio donde se le pidió que esperara. El embajador tuvo que esperar durante dos meses a que el califa lo recibiera. Finalmente, el embajador fue conducido hasta otro palacio, pasando ante 160 mil soldados de infantería y caballería, antes de llegar a un pasadizo subterráneo abovedado. Entonces fue llevado al palacio, donde 7 mil eunucos, 700 chambelanes y 4 mil pajes negros estaban situados a lo largo de las azoteas y las habitaciones superiores. Más tarde fue conducido hasta un tercer palacio, y desde ahí, a través de pasillos galerías, a un jardín zoológico. Entonces el séquito fue llevado a un patio en el que había cuatro elefantes y a otro en el que había 100 leones. La comitiva prosiguió hasta un conjunto de edificios entre dos jardines, desde donde fue conducido a la Habitación del Arbol y luego al Palacio del Paraíso. A continuación, el grupo fue conducido por un pasadizo de casi 150 metros de largo. Tras recorrer 23 palacios, llegaron hasta un gran patio llamado el Patio de los Noventa. Como el recorrido había sido tan largo, añade el autor de la crónica, el séquito del embajador se sentó y descansó en siete lugares, y recibió agua siempre que lo deseó."

Junto al esplendor palaciego, el viajero siempre fue impresionado por la hospitalidad, aquí se habla del agua que se le ofrecía, pero en otras partes se relatan los manjares que podían ofrecerse incluso a los enemigos. Y en ese mundo se dio tal importancia a la comida que se conoce un libro de cocina escrito en 1226 con recetas de lo que podía degustarse en el Bagdad medieval. ¿No es con una idea que le viene de la antigüedad que Saddam Hussein mantuvo esos palacios que la televisión mostró para criticarlo, provocando el efecto contrario al admirar los tesoros que refuerzan el poder que quiso detentar para emular a los califas? ¿No tendría un efecto semejante mostrar los tesoros resguardados en los palacios de la reina en Inglaterra?

Cuando los mongoles le arrebataron Bagdad a los abasíes en 1258, algunos cronistas cuentan que fue incendiada, pero pese a todo continuó siendo un gran centro cultural, porque se incrementó el comercio entre Europa y Asia a través de las ciudades de la antigua ruta de la seda. A los ilkaníes siguieron otros grupos mongoles, hasta que gobernaron los mamelucos y finalmente los otomanos y los sasánidas. Pero el vasto imperio islámico conoció y abrió otras regiones sin que la mezcla de diferentes pueblos desviara los principios fundamentales de su fe. Si bien el Islam se impuso rápidamente por medio de las conquistas, después fueron los comerciantes sus principales divulgadores y los musulmanes nunca dejaron de serlo, al contrario, los conquistadores que vinieron detrás de ellos también se islamizaron.

Bagdad, junto con los territorios que la rodean, fue parte del imperio otomano por 400 años. Nunca dejó de ser la ciudad legendaria de la antigüedad, pero estaba lejos de su época de mayor esplendor. Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Inglaterra y Francia decidieron cuáles serían los territorios de los países que crearon. A los ingleses les fue muy bien, porque mantenían el protectorado sobre la mayor parte: Transjordania, Palestina, Arabia Saudita, Irak y éste perdía su provincia de Kuwait, que había sido parte de la provincia de Basora, ya famosa por sus grandes yacimientos de petróleo. Los franceses mantuvieron Siria y Líbano. En 1924 terminó el último califato y los diferentes grupos que se amparan bajo el Islam estuvieron de acuerdo. En el nuevo orden que se conformó pesaron las divisiones étnicas y religiosas, según la visión europea, sin considerar que, por ejemplo, los musulmanes sunnitas, chiítas y hasta sufies van a la misma mezquita.

Se trata, pues, de países que fueron conformados a imagen y semejanza de los europeos, lamentablemente con sus vicios más que con sus virtudes, que aderezados con las rivalidades y pugnas históricas locales dieron lugar a situaciones de fuerte inestabilidad política como el siglo XX atestigua a través de sus numerosas guerras.

George W. Bush vuelve a la idea de la fragmentación y el control disfrazado de protectorado, acompañado paradójicamente por Inglaterra como socio menor, el país que todavía hace unas décadas resultaba el más beneficiado por la explotación petrolera de esa rica región.

Nunca en un episodio tan definitivo para el mundo fue más importante unir la historia con el presente para poder reflexionar sobre el futuro que nos espera. Y sobre las ruinas de Bagdad, como en la antigüedad, se sientan a meditar los filósofos y a llorar los poetas.

* Catedrático e investigador de la UNAM

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