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México D.F. Domingo 22 de junio de 2003
LA PAJA Y LA VIGA
El
mundo está instalado en la hipocresía del poder hegemónico
militar y político estadunidense que, al mismo tiempo que proclama
normas aparentemente universales, aplica dos sistemas de pesos, medidas
y morales (uno para sí mismo, permisivo y laxo, y otro para el común
de los mortales). La aceptación de esta imposición del poder
hace que muchos consideren lógicas y normales aberraciones indefendibles.
Una de éstas, que muy pocos denuncian y que no
aparecen casi nunca en la mayoría de los medios de comunicación,
es la caza por Estados Unidos de sus enemigos considerados "criminales
de guerra" (el ex presidente serbio Slovodan Milosevic o el ex dictador
iraquí Saddam Hussein) para juzgarlos en un tribunal penal internacional,
al mismo tiempo que Washington se niega a que sus propios ciudadanos sean
juzgados del mismo modo y por la misma corte si cometiesen presuntos delitos
de lesa humanidad.
Es más, Estados Unidos produjo y mantuvo en el
poder a genocidas, como el dictador indonesio Suharto, el filipino Marcos,
el congolés Mobutu, el chileno Pinochet, el guatemalteco Ríos
Montt, la Junta Militar Argentina o Anastasio Somoza, a los que sólo
abandonó cuando ya no le servían tras intentar sostenerlos
mientras pudo. Ahora mismo, varias veces por mes, las más altas
autoridades estadunidenses reciben cordialmente al criminal de guerra israelí
Ariel Sharon tal como antes negociaban, sin problema moral alguno, con
el Shah de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, o apoyaban a Saddam Hussein
en la represión a los comunistas y los kurdos o en la larga y sangrienta
guerra contra la revolución de los ayatolas iraníes.
Por consiguiente, resulta aberrante que México
se apegue a la ley internacional, aplique la justa teoría de que
los delitos de genocidio o contra la humanidad son imprescriptibles y conceda,
correcta y coherentemente, la extradición que pide España
en el caso del torturador y multiasesino Ricardo Miguel Cavallo mientras,
al mismo tiempo, violando el espíritu de la ley internacional, sus
doctrinas jurídicas y su propio comportamiento, apoya a Estados
Unidos --que es quien hace posibles a los Cavallo-- en su pretensión
de ponerse por sobre la ley internacional y de desconocer el Tribunal Penal
Internacional que Washington cree válido sólo para los demás.
¿Cómo explicar de modo lógico este
comportamiento tan contradictorio y funesto, que condena a algunos criminales
mientras justifica la preparación masiva de sus crímenes
y la impunidad de quienes son los principales responsables de los mismos?
Podría entenderse que Washington denuncie la paja en el ojo ajeno
y se niegue a ver la viga en el propio. Pero México no ha sido,
hasta ahora, anexado por Estados Unidos. Por tanto, podría ser independiente,
tener una diplomacia propia y mantener los principios jurídicos
que conoce y aplica (siempre que no lesione sus relaciones con el Big Brother
que todo lo observa, todo lo juzga y nada perdona). La soberanía,
al fin y al cabo, no puede reducirse a lucir una bandera o a poner escudos
en los edificios públicos sino que debe ejercerse, cotidianamente,
en la construcción de un país independiente y en la coherencia
con los principios que lo hagan posible.
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