México D.F. Domingo 22 de junio de 2003
MAR DE HISTORIAS Carolina "N"
CRISTINA PACHECO
"Si por algo tengo que refundirme en el infierno será por lo mucho que odié a mi padre". Así terminó su exposición Tirso "N". Se enjugó la cara y, contorsionándose, abandonó el estrado sin aceptar ayuda. Aquella fue mi primera asistencia a una sesión y su gesto me impresionó. Antes de que el hombre llegara a la puerta se escuchó un gran aplauso.
En cuanto Tirso "N" desapareció volvió la quietud y pudimos oír sus pasos desiguales por la escalera. Lo imaginé caminando al mismo ritmo, por calles encharcadas, hasta llegar a su refugio. Nos lo había descrito sin pudor alguno, lo mismo que sus amargos sentimientos: "Mi cuchitril está junto a los tinacos. El agua y la mierda que escurren de los baños de arriba han dejado manchas color tabaco en mis paredes. Para salvarme de la inmundicia, acomodé a la mitad del cuarto mi colchón. Allí me tiendo a esperar".
Una mujer de la primera fila levantó su mano enguantada: "ƑA quién?" Tirso "N" respondió malicioso: "A la muerte, šni modo que a usted!" Se escucharon risas, pero el viejo siguió hablándonos de su padre hasta culminar en su anhelo de asesinarlo. Ya dije lo que ocurrió después: abandonó el estrado, salió y oímos sus zapatones golpeando la escalera.
La mujer del guante -después supe que se llamaba Jovita "N"- se levantó. Pensé que iba en busca de Tirso, pero a los pocos minutos reapareció con una taza humeante: "Cuando llueve, se antoja un cafecito". Me estremecí. No podía entender que alguien tuviera ese antojo después de haber oído la confesión de Tirso "N".
Mauricio me preguntó al oído si me sentía bien. No pude contestarle y él acarició mi mano: "ƑQuieres que nos vayamos?" Le pregunté si la asamblea había terminado. "Nunca terminan. Las puertas de la institución permanecen abiertas toda la noche. Siempre hay alguien que llega para desahogarse y nunca falta quien esté dispuesto a escuchar". Hice una pregunta estúpida: "ƑY sus familias?" Mauricio se volvió a mirarme, sacudió la cabeza y sonrió. Sin proponérselo, su gesto era un reproche a mi ingenuidad. Me sentí avergonzada y le pedí que saliéramos.
De camino a la puerta algunos de los asistentes a la asamblea se acercaron con las manos tendidas hacia Mauricio. Alguien dijo: "Vamos a echarle ganas, doctor, no se preocupe". Un muchacho desdentado, con la cara marcada, se golpeó el pecho: "Váyase tranquilo, doctor, aquí nos vemos mañana. Acuérdese de que prefiero matarme antes que volver a la calle y hacer todo lo que hice". El llanto lo sacudió. Jovita "N" lo tomó por los hombros y lo condujo suavemente hasta la mesa con el servicio de café.
La tos ronca de una mujer que entró en el auditorio atrajo mi atención. Vi que encima de las ropas sencillas llevaba un delantal. Eso y la bolsa que colgaba de su brazo le daban aspecto de ama de casa.
Sin contestar los saludos y las frases de bienvenida, la mujer fue a sentarse en la última silla. Se inclinó y extrajo de su bolsa un ropón blanco y rosa. Lo tendió sobre sus rodillas y se dispuso a dormir. Su abandono me recordó el de los viajeros que, imposibilitados de pagarse un hotel, pasan la noche en salas de espera.
Al fin Mauricio terminó de despedirse. Cuando llegamos a la puerta Jovita "N" nos alcanzó y me dijo: "ƑVolverá?" "Si el doctor me invita, con mucho gusto".
Oí aplausos y enseguida el grito de la recién llegada. Todos nos volvimos a mirarla pero sólo Mauricio fue hacia ella: "ƑQué pasa, Carolina?" Azorada, la mujer respondió: "No sé dónde encontrar ese rinconcito". Como si alguien les diera una orden, los asistentes volvieron a sus lugares. No les importó ver a Carolina gemir y golpearse el pecho: "Pero lo tengo aquí, aquí. Está oscuro, alcanzo a sentir las hierbas frescas en mi brazo".
Jovita "N" me puso la mano enguantada en el hombro y murmuró: "Carolina 'N' llevaba tiempo sin visitarnos. Supuse que había muerto y agradecí a Dios que se la hubiera llevado. Pero no: El tiene a la pobre atorada en su pena". Pensé en cuál sería la tragedia de Carolina "N" como para que alguien le deseara el alivio de la muerte. Lo supe cuando Mauricio fue a sentarse junto a ella.
Durante largos minutos nadie dijo nada, únicamente se oían toses, suspiros, las patas de las sillas contra el piso de duela. Al fin Carolina "N" subió al estrado. Nos miró a todos como si esperara de nosotros la respuesta que su mente se negaba a darle. Nuestro silencio la exasperó y la hizo retroceder al punto donde había comenzado su tragedia.
Carolina "N" inclinó la cabeza y se puso la mano en el vientre: "Aquí estuvo la criatura enrollada, creciendo, dejándome ilusionar con que iba a regalarle a Salustio la alegría de un hijo. Cuando nació y la enfermera me dijo: es niña, me alegré a medias. La otra mitad de mí se llenó de miedo: Salustio no perdona. En la noche, cuando fue a verme al hospital, yo tenía a la niña en mi cama. Salustio se acercó: šUna vieja! ƑPos no que iba a ser niño? Ya estoy viendo lo mucho que me quieres". Dio media vuelta y salió.
"Como pude lo seguí. En el pasillo logré detenerlo y le pedí otra oportunidad. Una enfermera dijo que mi niña estaba llorando y regresé al cuarto. Salustio lo tomó a mal y me gritó: ƑLa prefieres? Pues quédate con ella. Nomás te digo una cosa: conmigo ya no cuentes."
Carolina "N" echó la cabeza hacia atrás y lanzó un gemido largo, aterrador mientras su espalda se arqueaba. Creí que iba a desplomarse y traté de levantarme para ayudarla, pero Mauricio me lo impidió. Entonces recordé la advertencia que él me había hecho por la tarde, cuando íbamos rumbo a la Gran Casa: "En la sesión nadie juzga y sólo quien tiene categoría de 'N' puede opinar".
Carolina "N" abrió los ojos y miró al vacío. En su expresión no quedaban rastros de angustia. Enérgica, abandonó el estrado pero nadie entre la concurrencia pareció advertirlo: todos seguían inmóviles, con la mirada fija en el escenario.
La vi dirigirse a la silla donde antes había dormitado. Tomó el ropón, lo estrechó con ternura y hundió el rostro en la prenda. Cuando levantó la cabeza me descubrió mirándola y se volvió hacia mí: "En el hospital, cada vez que me la llevaban para que le diera el pecho, la recibía con los ojos cerrados. ƑQué caso tenía verla y encariñarme con ella si pronto iba a tirarla?"
Sentí un golpe en el pecho y desvié la mirada hacia el frente. Fue inútil: Carolina "N" me persiguió con su relato. "Salí del hospital con la niña en brazos y caminé dejando que las calles me llevaran hasta perderme. Cuando el bebé lloraba me detenía para darle el pecho, pero siempre sin verla. No sé si era blanca o morena, no conocí el color de sus ojos ni cómo era su pelito".
Carolina "N" se interrumpió y regresó de prisa al estrado. Sacó de entre sus ropas un pañuelo y se limpió la cara sudorosa: "Caminé mucho hasta que al fin encontré un huevo debajo de una escalera. Me llamó la atención porque todo alrededor había hierbas, malvas de esas que brotan sin que nadie las siembre y sólo las riegan los meados de los perros".
Las risas opacaron la voz de Carolina "N": "En los hierbajos tendí a la niña. Sin verla, le quité su roponcito. ƑQué caso tenía dejárselo? Lo apreté contra mi pecho y me fui despacio. No sé cuántas veces me detuve por si la escuincla lloraba. Como no oí nada, pensé: Ella tampoco me quiere, entonces, Ƒqué caso tiene?"
Carolina "N" suspiró: "Sentí dolor en los senos y vi que la leche me empapaba la blusa. Pensé en regresar adonde había dejado a mi niña para darle de comer por última vez, pero no encontré la calle, ni la escalera, ni las malvas, ni a mi criatura. Tengo que seguir buscando".
Apresurada, Carolina "N" bajó del estrado y salió entre aplausos. Le pregunté a Mauricio si podíamos ayudarle en su investigación. Me respondió: "ƑCómo? Eso ocurrió hace veinte años". Ahora sé que en la Gran Casa sólo hay un tiempo: el de la desgracia.
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