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México D.F. Jueves 26 de junio de 2003

Sergio Zermeño

ƑNos basta con los votos?

Tienen razón los integrantes de nuestras instituciones partidistas y parlamentarias, así como los del Instituto Federal Electoral (IFE) cuando afirman que mucho ganamos los mexicanos con la reforma política, esa decisión generosa decretada por Jesús Reyes Heroles -ministro de Gobernación de José López Portillo-, encaminada al reconocimiento de todas las fuerzas políticas y a su derecho a competir con ideas y acciones para ocupar puestos de representación y de gobierno en todos los niveles.

La masacre del 68 y su secuela, la guerrilla urbana y rural de los años 70 y su brutal aniquilamiento por las policías y el ejército, se convirtieron en traumas demasiado aplastantes, por lo que había que modificar sustancialmente el escenario de la política y sus prácticas.

Hoy podemos comparar la historia relativamente pacífica del México de los últimos 20 años con la tragedia que ha vivido el pueblo colombiano, que jamás logró que sus oligarquías regionales compartieran el poder con los grupos radicales en ascenso, que quedaron fuera de la legalidad, y poco a poco, debido a las exigencias de la guerra, en la parte de afuera de las ideas y programas con los que comenzaron la sublevación, pero muy cerca, si no es que adentro, del mercado de las drogas y de las armas.

Ante ese ejemplo, en el que infinidad de candidatos a alcaldías, diputaciones y la propia Presidencia de la República son asesinados y en el que muchos de los munícipes tienen que ejercer sus funciones desde las capitales provinciales o desde la propia Bogotá, nuestro país vive en el idilio: los candidatos se cambian de partido sin que nadie hable de traición y llevan adelante las más abigarradas y pragmáticas alianzas sin recibir el mínimo reproche de un electorado acostumbrado a mirar a los patios de la política como asunto de los políticos (que sus porquerías no salpiquen). Desgraciadamente, para estas elecciones de 2003 las cosas han ido demasiado lejos en México, y seguir comparando los escenarios actuales con los de los 70 o con los de la violencia colombiana comienza a resultar profundamente insatisfactorio.

No cabe duda de que nuestra apertura política, la creación del IFE y el enorme caudal de recursos canalizados hacia el sistema electoral no han redundado en una superación ni mejoramiento del arte de la política, sino en su abaratamiento y vacuidad; los "contenidos" de las campañas para las elecciones intermedias son una prueba aplastante.

Qué pena da ver hoy al Partido del Trabajo, que hace dos décadas invertía lo mejor de sus esfuerzos en organizar las demandas de colonias populares de Durango, Zacatecas y Monterrey, anunciándose en las finales de futbol con la figura de una mujer desbordante con una P en un seno y una T en el otro... y nada más.

Pero la propuesta de los otros partidos que se reclaman de izquierda o simplemente democráticos tampoco se aleja tanto de la del PT: en la medida en que los medios electrónicos son los reyes de los votos y que el éxito depende de mensajes cortos, que no entretengan al ciudadano, pero lo impacten. Las campañas se han convertido en el éxito de los espots, que depende a su vez del éxito de cada candidato en conseguir recursos para contratar medios y publicistas. Se ha vuelto tan inocuo poner las siglas P y T en los senos de una mujer como decir que tal candidato promete mejorar la salud y la educación de sus electores.

No sólo tenemos que compararnos con la guerrilla de los 70 para sentirnos re-confortados; también tenemos que recordar que países como Brasil o Uruguay han sabido combinar, a pesar de la euforia mediática, el trabajo en la arena de la política (concejales, alcaldes, diputados...) con el trabajo en la arena social (organización de los ciudadanos y de sus demandas para el mejoramiento barrial, etcétera).

ƑPor qué a lo largo de nuestra historia los mexicanos hemos dado una sobrerrepresentación tan desmedida a la política y hemos despreciado tan irreflexivamente la cultura ciudadana, la democracia so-cial? Tenemos un canal del Congreso y tenemos también muchos programas y analistas hablando, en primero o segundo plano, del sistema de las instituciones políticas y electorales, pero no logramos construir un espacio suficientemente atractivo para presentar los ingentes problemas en que viven nuestros compatriotas, en el cual nos puedan sugerir caminos de solución, con base, por ejemplo, en casos exitosos de organización barrial o regional. En Europa hay infinidad de ejercicios publicitados de ese tipo, mientras en México la sociedad es invisible: esa es la enseñanza que nos están dejando las campañas electorales de 2003.

Tenemos que inventar otra reforma, social, no tanto política, porque no podemos seguir de rodillas ante los medios y los analistas políticos: el mundo de la vida es algo más que la política y que el voto, pero la pirámide con que está ordenada la masa encefálica de nuestra cultura nos impide ver ese otro terreno.

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