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México D.F. Domingo 29 de junio de 2003
Edward W. Said*
De dignidad y solidaridad
Aprincipios de mayo me encontraba en Seattle impartiendo
conferencias por algunos días. Mientras estuve ahí cené
una noche con los padres y la hermana de Rachel Corrie, cimbrados todavía
por el impacto que les ocasionara el asesinato de la joven, acaecido el
16 de marzo en Gaza, cuando la arrolló un trascavo israelí.
El se-ñor Corrie me comentó que aunque él había
manejado trascavos, el que mató a su hija deliberadamente (mientras
intentaba impedir que demoliera un hogar palestino en Rafah) era un gigante
de 60 toneladas diseñado especialmente por Caterpillar para demoler
casas, sin duda la máquina más grande que él hubiera
visto o maniobrado.
Dos cosas me impresionaron en mi breve visita a la familia
Corrie. Una fue el relato de su retorno a Estados Unidos con el cuerpo
de Rachel. Habían buscado de inmediato a las senadoras estadunidenses
Patty Murray y Mary Cantwell, ambas demócratas, y les contaron la
historia, lo que provocó las esperadas expresiones de sorpresa,
ira e indignación, más la promesa de que investigarían.
Después de que ambas mujeres regresaran a Washington, los Corrie
nunca volvieron a saber de ellas, y la promesa de investigar simplemente
no se materializó. Como era de esperarse, la plataforma israelí
les explicó "la realidad" a estas mujeres y simplemente abandonaron
el caso. Una ciudadana estadunidense fue ultimada intencionalmente por
los soldados de un país cliente de Estados Unidos, sin siquiera
un buen vistazo oficial al caso ni la investigación de rigor que
le prometieran a su familia.
El segundo hecho que me impresionó, y sin duda
para mí es el aspecto más importante de la historia de Rachel,
fue el acto mismo de esta mujer, heroico y digno a la vez.
Nacida y criada en Olympia, ciudad pe-queña situada
a 90 kilómetros al sur de Seattle, se unió al Movimiento
de Solidaridad Internacional y fue a Gaza a compartir destino con seres
humanos afligidos, con gente que no conocía. Las cartas que enviaba
a su familia son en verdad documentos notables por su humanidad y sencillez,
lo que las vuelve una lectura difícil y conmovedora, especialmente
cuando describe la bondad y preocupación de todos los palestinos
que conoció y que la recibieron como igual, porque vivió
exactamente como ellos, compartiendo sus vidas y tribulaciones, los horrores
de la ocupación israelí y sus terribles efectos, visibles
hasta en los niños más pequeños. Entendió muy
bien el sino de los refugiados y esa especie de genocidio al que llama
"insidioso intento del gobierno israelí por hacer casi imposible
la supervivencia de un grupo particular de personas". Era tan conmovedora
su solidaridad que un reservista israelí, de nombre Danny, se rehusó
al servicio militar y le escribió: "Estás haciendo al-go
bueno. Te agradezco por ello".
Lo que refulge en las cartas que enviaba a su casa y que
después fueron publicadas en The Guardian, de Londres, es
la asombrosa resistencia del pueblo palestino, seres humanos comunes atrapados
en la más terrible condición de sufrimiento y desesperación
pero que sobreviven, pese a todo.
Recientemente
hemos escuchado tanto del mapa de ruta y de los proyectos de paz
que se nos olvida el hecho más básico: los palestinos se
rehúsan a capitular o rendirse pese a ser sometidos a un castigo
colectivo impuesto por la potencia combinada de Estados Unidos e Israel.
Este hecho extraordinario es la razón de que existan el mapa
de ruta y to-dos los numerosos planes anteriores, denominados de paz.
No es porque Estados Unidos, Israel o la comunidad internacional es-tén
convencidos, por razones humanitarias, de que debe acabar la matanza y
la violencia. Si se nos escapa esa verdad, el poder de la resistencia palestina
(la cual nada tiene que ver con bombazos suicidas que hacen más
daño que bien), pese a todas sus fallas y errores, no entenderemos
nada. Los palestinos han sido siempre un problema para el proyecto sionista,
y las soluciones propuestas minimizan siempre el problema, pero no lo resuelven.
La política oficial israelí, no importa que Ariel Sharon
use o no el término "ocupación", o que decida desmantelar
una que otra torreta oxidada, niega la realidad de que el pueblo palestino
es su igual, pero sin admitir nunca que Israel viola escandalosamente los
derechos de este pueblo. Y aunque por años algunos cuantos israelíes
valerosos han intentado afrontar esta otra historia oculta, la mayoría,
y parece que casi todos los judíos estadunidenses, hacen todo esfuerzo
posible por negar, evadir o ignorar la realidad palestina. Es por eso que
no hay paz.
Es más, el mapa de ruta no dice nada de
la justicia o del castigo histórico administrado, por incontables
décadas, al pueblo palestino. Sin embargo, lo que reconoce el trabajo
de Rachel Corrie en Gaza es precisamente la gravedad y densidad de la historia
viva del pueblo palestino como comunidad nacional, y no como un mero conglomerado
de refugiados afligidos. Es con esta historia con la que se solidarizó.
Y debemos recordar que tal clase de solidaridad no es privativa de unas
cuantas almas intrépidas por aquí y por allá: es reconocida
en el mundo entero.
Durante los recientes seis meses he impartido conferencias
en cuatro continentes a muchos miles de personas. Lo que los reúne
es Palestina y la lucha de su pueblo, que es ahora sinónimo de emancipación
y lucidez, no importa qué tanto vilipendio les lancen sus enemigos.
Siempre que se dan a conocer los hechos, hay un reconocimiento inmediato
y la expresión de la más profunda solidaridad con la justicia
de la causa palestina, y con la valerosa lucha de su pueblo por im-pulsarla.
Es en verdad un hecho extraordinario que este año Palestina haya
sido asunto central en la reunión antiglobalización de Porto
Alegre, pero también en las cumbres de Davos y Amman, pues representan
los polos del espectro político mundial.
No debería sorprendernos que los estadunidenses
comunes tengan tan mala opinión de los árabes y los palestinos.
Así ocurre porque nuestros conciudadanos en Estados Unidos reciben
de los medios una dieta, atrozmente sesgada, de ignorancia y malas interpretaciones.
No mencionan nunca la pa-labra ocupación al hacer sus chocantes
descripciones de los ataques suicidas. Nunca muestran, ni en CNN ni en
las cadenas televisivas, ese muro del apartheid de ocho me-tros
de altura, metro y medio de grosor y 350 kilómetros de longitud
que Israel construye: cuando mucho se refieren a él de pasada me-diante
la aburrida prosa del mapa de ruta. Tampoco muestran los crímenes
de guerra, la destrucción y la humillación gratuitas, las
demoliciones de casas, la destrucción agrícola y la muerte
impuesta a los civiles palestinos, ni les dan el peso de lo que son: una
pena impuesta, severa y rutinaria. Después de todo, recuérdese
por favor que todos los órganos informativos del sistema,
desde los liberales de izquierda a los derechistas marginales, son unánimemente
antiárabes, antimusulmanes y antipalestinos. Basta recordar a los
pusilánimes medios durante la escalada hacia la ilegal e injusta
guerra contra Irak; miren qué tan poca cobertura mereció
el inmenso daño infligido a la sociedad iraquí por las sanciones,
y qué pocas crónicas se publicaron sobre la inmensa manifestación
mundial opuesta a la guerra. Casi ningún periodista, excepto Helen
Thomas, le tomó la medida al gobierno y desnudó las mentiras
atroces y los "hechos" fabricados que se festinaron en torno a Irak para
hacerlo aparecer antes de la guerra como amenaza inminente para Estados
Unidos. Esos propangandistas del gobierno, que con cinismo inventaron y
manipularon "datos" acerca de las armas de destrucción masiva, hoy
son me-nospreciados, hechos a un lado o de plano olvidados por la línea
dura de los medios si se les ocurre siquiera discutir la inexcusable situación
que Estados Unidos, irresponsablemente, creó para el pueblo iraquí.
No im-porta que otros tantos acusen a Saddam Hussein de ser un tirano malvado
(lo era), éste le proporcionó al pueblo iraquí la
mejor infraestructura de servicios como agua, electricidad, salud y educación
de cualquier país árabe. Nada de esto se mantiene.
No extraña entonces que haya tanto miedo de parecer
antisemita por criticar a Israel debido a los crímenes de guerra
cotidianos que comete contra civiles palestinos desarmados. Que haya temor
de ser considerado antiamericano por criticar al gobierno de Estados
Unidos debido a su ilegal guerra y su ocupación militar tan mal
llevada. Que los maliciosos medios y el gobierno em-prendan una campaña
contra la sociedad, la cultura, la historia y la mentalidad árabes,
conducida por publicistas y orientalistas tan neanderthales como
Bernard Lewis y Da-niel Pipes. Tampoco extraña que todo lo an-terior
haya intimidado a tantos de nosotros hasta el punto de creer que los árabes
son, en realidad, un pueblo subdesarrollado, incompetente y condenado,
y que a causa de todos sus fracasos en democracia o desarrollo, los árabes
estén solos en el mundo por no ser modernos, ya que son retardados,
fuera de época y profundamente reaccionarios. Aquí es donde
la dignidad y el pensamiento crítico deben movilizarse para discernir
qué es qué y diferenciar verdad de propaganda.
Nadie puede negar que la mayoría de los países
árabes está gobernada por regímenes impopulares y
que numerosos jóvenes, po-bres y en desventaja, se ven expuestos
a formas despiadadas de religión fundamentalista. Y no obstante,
es mentira afirmar, como lo hace de fijo The New York Times, que
las sociedades árabes están totalmente dominadas, que no
hay libertad de opinión, instituciones civiles ni movimientos sociales
en funciones por y para el pueblo. Pese a las leyes de imprenta, hoy uno
puede ir al centro de Ammán y comprar un periódico del partido
comunista o uno islamista. Egipto y Líbano están repletos
de periódicos y revistas que sugieren mucho más debate y
discusión que lo que se supone tienen. Los canales satelitales bullen
de opiniones diversas de variedad mareadora. A muchos niveles, las instituciones
civiles tienen relación con los servicios sociales, los derechos
humanos, los sindicatos y los institutos de investigación, y por
todo el mundo árabe están muy vivas. Hay mucho que hacer
antes de que logremos un nivel adecuado de democracia, pero ese aspecto
va caminando.
Tan sólo en Palestina hay más de mil ONG
y es esta vitalidad y esta suerte de actividad lo que mantiene andando
a la sociedad, pese a todos los esfuerzos estadunidenses e israelíes
por humillar, frenar o mutilar su existencia cotidiana. Aunque existe en
las peores circunstancias posibles, la sociedad palestina no está
derrotada ni se ha desmoronado. Los niños siguen yendo a la escuela,
los médicos y las enfermeras siguen atendiendo pacientes, hombres
y mujeres van a trabajar, las organizaciones se reúnen y la gente
continúa su vida, lo cual parece ser una ofensa contra Sharon y
otros extremistas que simplemente quieren que los palestinos estén
prisioneros o que se vayan de una vez por todas.
La solución militar no ha funcionado para nada,
y nunca funcionará. ¿Por qué les es tan difícil
a los israelíes darse cuenta? Deberíamos ayudarlos a entender
esto, no con bombazos suicidas pero sí con argumentos racionales,
con desobediencia civil masiva, con protesta organizada, aquí y
en todas partes.
El punto que quiero mostrar es que debemos ver el mundo
árabe en general, y Palestina en particular, de maneras más
críticas y comparativas que aquellas que no atinan si-quiera a sugerir
libros tan superficiales y descartables como What went wrong, de
Le-wis, o afirmaciones tan ignorantes como la de Paul Wolfowitz, esa de
traerle democracia al mundo árabe e islámico. Sea cual sea
la verdad en torno a los árabes, hay ahí una dinámica
activa, porque siendo gente real vive en una sociedad real con toda suerte
de corrientes y contracorrientes. Tal sociedad no puede fácilmente
ser caricaturizada como masa sedienta de fanatismo violento.
La lucha palestina en pos de justicia se expresa en la
solidaridad y no en las interminables críticas, el desaliento frustrante
o en las divisiones inmovilizadoras. Recuerden la solidaridad que existe
aquí y en todas partes, en América Latina, Africa, Europa,
Asia y Australia, y también que hay una causa con la que mucha gente
se ha comprometido, sin que importen las dificultades y los terribles obstáculos.
¿Por qué? Porque es una causa justa, un ideal noble, una
búsqueda moral en pos de la igualdad y los derechos humanos.
Quiero ahora hablar de la dignidad, la cual, por supuesto,
tiene un lugar especial en todas las culturas conocidas por los historiadores,
los antropólogos, los sociólogos y los humanistas. Debo comenzar
diciendo que aceptar que -a diferencia de los europeos y los estadunidenses-
los árabes no tienen sentido de individualidad, respeto por la vida
o los valores de expresión amorosa, intimidad y enten dimiento que
supuestamente son propiedad exclusiva de las culturas de Europa y América
que contaron con un Renacimiento, una Reforma y un Iluminismo, es una noción
radicalmente errónea y racista.
Entre otros muchos, es el vulgar e insípido Thomas
Friedman quien como mercachifle pregona esta basura, algo que pepenó
de otros intelectuales árabes igualmente ignorantes y embaucadores
-no quiero ni mencionar sus nombres- que ven las atrocidades del 11 de
septiembre de 2001 como señal de que los mundos árabe e islámico
están más enfermos y son más disfuncionales que cualquier
otro, y que afirman que el terrorismo es signo de una distorsión
más amplia que cualquier otra en cultura alguna.
Dejemos eso de lado. Entre Europa y Estados Unidos se
llevan la tajada más grande de muertes violentas en el siglo XX.
El mundo islámico apenas si da cuenta de una pequeña fracción
de la cuota. Tras todo este sinsentido tan poco científico y engañoso
acerca de las civilizaciones buenas y malas, está la sombra grotesca
del gran falso profeta Samuel Huntington que ha llevado a tanta gente a
creer que el mundo puede dividirse en civilizaciones distintas que se combaten
unas a otras hasta el fin de los tiempos. Por el contrario, Huntington
está de plano mal en todo lo que propone. No hay cultura o civilización
que existan por sí mismas; ninguna está conformada por cosas
como individualidad o ilustración exclusivas de ella; ninguna existe
sin los atributos humanos básicos de la comunidad, el amor, la valoración
de la vida y tantos otros. Sugerir lo opuesto, como lo hace, es puro racismo
envidioso, de la misma calaña de quienes afirman que los africanos
tienen cerebros inferiores, o que los asiáticos nacieron para servir
de esclavos o que los europeos son la raza superior. Es ésta una
suerte de parodia de la ciencia hitleriana, pero dirigida únicamente
contra árabes y musulmanes, y deberemos ser muy firmes para ni siquiera
hacer el intento de argumentar en su contra. Es la más pura babosada.
Por otra parte, está la mucho más creíble
y seria estipulación de que, como cualquier otra instancia de lo
humano, la vida de árabes y musulmanes tiene un valor y una dignidad
inherentes, según lo expresan los árabes y musulmanes en
su estilo cultural único, que no requiere parecerse o ser copia
de ningún modelo aprobado y conveniente para que todo mundo lo obedezca.
El punto central de toda la diversidad humana es a fin
de cuentas una forma de coexistencia entre los muy diferentes modos de
la individualidad y la experiencia que no pueden reducirse a ninguna forma
superior: reducir esta coexistencia es el espurio argumento que nos encajan
los corifeos que gimotean por la supuesta falta de desarrollo y conocimiento
en el mundo árabe. Basta mirar la gran variedad de literatura, cine,
teatro, pintura, música y cultura popular producida por los árabes,
de Marruecos al Pérsico. Claro que esto debe evaluarse buscando
indicios de si los árabes están o no desarrollados, y no
sólo calculando a partir de los cuadros estadísticos de la
producción industrial, pues estos pueden mostrar un nivel apropiado
de desarrollo o puro fracaso, según el día.
El punto más importante que quiero enfatizar, sin
embargo, es que existe hoy amplia discrepancia entre nuestras culturas
y sociedades y el grupito de gente que ahora gobierna estas sociedades.
Rara vez en la historia se ha concentrado tanto poder en un pequeñísimo
grupo de reyes, generales, sultanes y presidentes que el que rige hoy sobre
los árabes. Lo peor de ellos como grupo, casi sin excepción,
es que no representan lo mejor de su pueblo. No es éste un mero
asunto de falta de democracia. Es el hecho de que subestiman tan radicalmente
a su pueblo que se cierran y se tornan intolerantes y temerosos de cambios.
Tienen miedo de abrir sus sociedades a su pueblo, están aterrados,
sobre todo de lo que pueda enojar al gran hermano, es decir, Estados Unidos.
En vez de ver a sus ciudadanos como la riqueza potencial de la nación,
los consideran conspiradores culpables de buscar el poder del gobernante.
Este es el gran fracaso. Durante la terrible guerra contra
el pueblo iraquí ningún líder árabe tuvo la
dignidad o la apostura de decir algo acerca del pillaje y la ocupación
militar de uno de los países árabes más importantes.
Está bien, fue excelente que haya terminado el apabullante régimen
de Hussein, pero quién nombró a Estados Unidos mentor de
los árabes. Quién le pidió que se apoderara del mundo
árabe ilegalmente en nombre de sus ciudadanos y trajera algo que
dicen es "democracia", especialmente cuando el sistema escolar, el sistema
de salud, y toda la economía estadunidense se degenera y cae a los
peores niveles alcanzados desde la de-presión de 1929. Por qué
no se alzó la voz colectiva de los árabes contra la
flagrante e ilegal intervención estadunidense, que provocó
tanto daño e infligió tal humillación a la nación
árabe. Es éste, de verdad, un fracaso colosal, en dignidad,
solidaridad y nervio.
Ante toda esa palabrería de George W. Bush, que
alega ser guiado por el todopoderoso, ¿hubo algún líder
árabe que tuviera el coraje para decir que, por ser un gran pueblo,
estábamos guiados por nuestras propias luces, tradiciones y religión?
Pero nada, ni una palabra, mientras los pobres ciudadanos de Irak vivían
las más terribles penurias y el resto de la región temblaba
en sus botas colectivas, cada uno petrificado pensando que su país
era el siguiente en la lista. Qué desafortunado el abrazo que el
liderazgo combinado de los principales países árabes le diera
la semana pasada a Bush, el hombre cuya guerra destruyó gratuitamente
un país árabe. ¿No hubo alguien ahí que tuviera
las agallas de recordarle que nadie antes de él hizo tanto por humillar
y ocasionar sufrimiento al pueblo árabe? ¿Por qué
siempre tienen que recibirlo con abrazos, sonrisas, besos y genuflexiones?
¿Dónde hallar el respaldo económico, político
y diplomático necesario para sostener un movimiento contra la ocupación
de las franjas de Cisjordania y Gaza? En cambio, todo lo que uno escucha
es que los ministros extranjeros predican que los palestinos deberían
cuidar sus modales, evitar la violencia, seguir negociando la paz, pese
a que es tan obvio que el interés de Sharon por la paz está
en nivel cero. No ha habido respuesta árabe concertada ante el muro
divisorio ni los asesinatos, o ante el castigo colectivo. Unicamente algunos
clichés cansados que repiten las muy gastadas fórmulas que
les autoriza el Departamento de Estado.
Tal vez la cosa que más me golpea, por ser el punto
más bajo de la incapacidad árabe para entender la dignidad
de la causa palestina, se expresa muy bien con el estado de la Autoridad
Nacional Palestina (ANP).
Abu Mazen, figura subordinada y con poco respaldo
político de su propia gente, fue elegido por Yasser Arafat, Israel
y Estados Unidos para la tarea, precisamente porque no cuenta con base
social, no es orador ni gran organizador, ni nada, excepto que es asistente
dedicado de Arafat, y porque (me temo) ven en él al hombre que seguirá
los caprichos de Israel. ¿Cómo pudo, incluso alguien como
Abu Mazen, pararse ahí en Aqaba y pronunciar, como marioneta
de ventrílocuo, las palabras que le escribiera algún funcionario
del Departamento de Estado para condolerse del sufrimiento de los judíos
y luego, qué sorpresa, no decir casi nada del sufrimiento de su
propio pueblo a manos de Israel? ¿Cómo pu-do aceptar un papel
de sí mismo tan poco digno y tan manipulado, y pudo olvidarse de
su propia investidura como representante de un pueblo que ha luchado heroicamente
por sus derechos por más de un siglo, nomás porque Estados
Unidos e Israel le dijeron que debía hacerlo? Y luego, cuando lo
único que dice Israel es que habrá un Estado palestino "provisional",
sin arrepentirse del horrendo monto de daño que ha causado, sin
que pesen los incontables crímenes de guerra ni el sadismo directo
que significa una humillación sistemática de cada uno de
los palestinos, sean hombres, mujeres o niños, confieso que ya no
entiendo nada. ¿Por qué un líder o representante de
un pueblo que ha sufrido hace tanto no parece darse cuenta? ¿Perdió
ya por completo su sentido de dignidad?
¿Ya se olvidó de ello desde que dejó
de ser un individuo para ser el portador del destino de su pueblo en un
momento especialmente crucial? ¿Hay acaso alguien que no se encuentre
amargamente decepcionado por este fracaso total, esta imposibilidad para
aprovechar la ocasión y erguirse con dignidad -surgida de la experiencia
y la causa de un pueblo- y dar testimonio de ella con orgullo, sin compromisos,
sin ambigüedades, sin ese tono medio apenado, medio apologético
que asumen los líderes palestinos cuando ruegan por un poco de bondad
de algún padre blanco totalmente indigno?
Pero esa ha sido la conducta de los gobernantes palestinos
desde Oslo, en realidad desde Haj Amin: una combinación de desafío
juvenil fuera de sitio y la súplica plañidera. ¿Por
qué se les ocurre siquiera que es absolutamente necesario leer guiones
escritos para ellos por sus enemigos? La dignidad básica de nuestra
vida como árabes en Palestina, por todo el mundo árabe y
en Estados Unidos, es que somos nuestro propio pueblo, con herencia, historia,
tradición y sobre todo un lenguaje que es más que adecuado
para la tarea de representar nuestras reales aspiraciones, pues éstas
se derivan de la experiencia del despojo y el sufrimiento que le fuera
impuesto a cada uno de los palestinos desde 1948. Ninguno de nuestros voceros
políticos -y esto es cierto de los árabes desde los tiempos
de Abdel Nasser- habla nunca con respeto propio y con la dignidad de lo
que somos, de lo que queremos, de lo que hemos logrado, de adónde
queremos dirigirnos.
Sin embargo, lentamente, la situación cambia y
el viejo régimen fabricado por los Abu Mazen y los Abu Ammar
de este mundo cede terreno. Gradualmente será remplazado por una
serie de líderes emergentes en todo el mundo árabe. El más
promisorio es el que construyen los miembros de la Iniciativa Nacional
Palestina (INP): son activistas de base cuya principal actividad no es
empujar los papeles por el escritorio, ni hacer malabares con cuentas de
banco, ni buscar periodistas que les presten atención. Vienen de
las filas de los profesionistas, las clases trabajadoras, los jóvenes
intelectuales y activistas, los maestros, los médicos, los abogados,
la gente que trabajando ha mantenido a la sociedad en movimiento, mientras
se defienden de los ataques diarios de los israelíes. A diferencia
de la ANP, que tiene la idea de que la democracia es estabilidad y seguridad
para ella misma, son personas comprometidas con un tipo de democracia y
participación popular nunca soñada por ésta. Los miembros
de la INP ofrecen servicios sociales a los desempleados, salud a quienes
no cuentan con seguro médico y a los pobres, una educación
secular apropiada para una nueva generación de palestinos que deben
aprender las realidades del mundo moderno, no sólo el valor extraordinario
del antiguo. Avizorando tales programas, la INP estipula que deshacerse
de la ocupación es el único camino, y para lograr tal cosa
debe elegirse libremente un liderazgo nacional unificado y representativo,
que remplace a los anquilosados, a los caducos, desterrando la ineficacia
que plagó a los líderes palestinos todo el siglo pasado.
Sólo si nos respetamos como árabes y estadunidenses,
y entendemos la dignidad y justicia verdaderas de nuestra lucha, y sólo
entonces, podremos valorar por qué, casi a pesar nuestro, tanta
gente en el mundo, incluidas Rachel Corrie y las dos personas jóvenes
del Movimiento de Solidaridad Internacional heridas con ella, Tom Hurndall
y Brian Avery, sienten posible expresar su solidaridad con nosotros.
Concluyo con una última ironía. ¿No
es sorprendente que todos los signos de solidaridad popular que recibe
Palestina y los árabes ocurra sin que exista un gesto comparable
de solidaridad y dignidad de nuestra parte? ¿No es ya tiempo de
ponernos a mano con nuestros propios criterios y asegurarnos de que nuestros
representantes aquí y en otros lados comprendan, como primer paso,
que luchan por una causa justa y noble y que no tienen por qué disculparse
ni apenarse de nada? Por el contrario, deberían estar orgullosos
de lo que su pueblo ha hecho y estar orgullosos también de representarlo.
* Intelectual de origen palestino-estadunidense, premio
Príncipe de Asturias por su labor en favor de la pacificación
en Medio Oriente y profesor de literatura en la Universidad de Columbia
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera
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