JAZZ

Antonio Malacara

Ehécatl, una muestra de dignidad artística

CREIA IR AL encuentro de un álbum que antologaba las nuevas rutas del rock progresivo en México, pero andaba yo extraviado.

FUE UNA DE esas sorpresas que te hace la vida. Los dos discos del Dios del Viento, Ehécatl, capturaban a duras penas un sonido vanidoso y escurridizo, desafiante, que se multiplicaba y se volvía a multiplicar en un vertiginoso movimiento de imágenes.

DE LA PALETA misma de la eternidad, donde el rock, el jazz y la academia se nutren de los sonidos "no iniciados" de la calle y el campo, 18 bandas tomaban sus dinámicas y sus colores y las mezclaban en un proceso neurálgico, tan meticuloso como espontáneo, para poder dar a luz, o a sombra, un nuevo tema.

SEGURAMENTE SOBRARA QUIEN defienda, reargumente o reivindique el término de rock progresivo. Muchos otros sólo lo utilizaremos para simplificar la navegación en la red o la localización de los discos en las tiendas. A final de cuentas, se sobreentiende la intención de bautizar así a una vertiente del rock que, desde fines de los años 60, pretendía ir más allá de los cuatro cuartos y las fórmulas del mainstream.

HABRIA QUE PUNTUALIZAR sin embargo que la música no progresa ni evoluciona, sólo se transforma. Resulta imposible plantear que los temas de Pierre Henry o John Cage son más evolucionados que los de Bach o Mozart. Simple y sencillamente, son diferentes.

AUNQUE LO REALMENTE importante, más allá de las etiquetas, es que sigue habiendo un enorme número de músicos comprometidos consigo mismos y con sus conceptos de belleza. Y en un país como México, donde la miopía del sistema y la mezquindad de la industria siguen manipulando impunemente los oídos, resulta tremendamente emocionante que surjan proyectos como el de Ehécatl.

ASI QUE, CON todo y la cinarizina que nos recetó el doctor, habría que brindar por el pulso de los Muros o la inmediatez visual de la Gallina, por la pasión de Robledo y Schmidt o por el puente de Alvarado, por el punzante navegar de El Diablo y los Necronautas o los pitorreos conceptuales de Caguama Mono, por la negrura virtual del Zanate o el misticismo cósmico de Vía Láctea, por el oficio de Cast o los sutiles entreveros de La Perra, por las bellas espirales mexicanistas de La Pura Realidad o la ortodoxia de Kromlech y El Retorno de los Brujos, por la imprescindible y cauta omnipresencia de Fernández Ledesma, por las catedrales jazzísticas de Cráneo de Jade (a pesar de presentarse aquí sólo como dueto), por el perfeccionismo vanguardista de Banda Elástica o por el lúdico retorno de Culto Sin Nombre.

HABRIA QUE BRINDAR, porque creía ir al encuentro de un álbum de rock progresivo y el estuche "encierra" mucho más: nos muestra 18 maneras de abordar la música popular contemporánea, nos entrega una infinidad de matices y claroscuros que proyectan el sabor de la vanguardia, nos ofrece nuevos argumentos para documentar nuestro optimismo, pero, sobre todo, nos da una contundente muestra de dignidad artística. Salud.