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México D.F. Lunes 18 de agosto de 2003
León Bendesky
Capitalismo picapiedra
Quizá la paradoja más grande de la serie de reformas económicas y de los recurrentes programas de estabilización a los que ha sido sometida la economía mexicana durante los últimos 20 años sea la enorme ineficiencia con la que funciona. Prueba de ello son dos hechos contundentes: primero, la muy baja tasa de crecimiento del producto, que en ese lapso está apenas por encima de 2 por ciento en promedio anual, lo que da un nulo aumento del producto por habitante; el segundo se advierte en los repetidos episodios de crisis que se manifiestan con registros negativos del crecimiento, con o sin alta inflación y la devaluación del peso (como ocurrió en 1982, 1986, 1995 y 2001).
El sistema económico de México puede hoy caracterizarse como un "capitalismo picapiedra". Hay distintas expresiones de este síndrome, entre ellas: la desarticulación productiva y territorial, la inoperancia del sistema financiero, la frágil condición fiscal en que se ha puesto al Estado o la fuerte dependencia externa, que no se puede seguir escondiendo en un cada vez más anodino discurso de la globalización. Y, por supuesto, está el gran deterioro de las condiciones sociales, presente por todas partes. Así, se repiten de manera tediosa los mismos argumentos sobre los mismos temas, sin que se aprecie capacidad de modificar el curso de los procesos. Esto ocurre año tras año, en una y otra legislaturas, y con un gobierno y otro. Con ello se debilita el pensamiento y se pasa del quehacer político a las ocurrencias. Este es un peligro real para una sociedad con grandes necesidades, sumida en el deterioro general.
La gestión técnica de la economía ya está en su límite. El énfasis se ha puesto en una política monetaria de contención de los precios disociada de los mecanismos del crecimiento. Al mismo tiempo se ha reducido a su mínima expresión la política fiscal, que pone la consecución de un reducido déficit público como meta sin vínculo con la dinámica de la generación del producto y del ingreso. La aritmética hacendaria se ha convertido así en una falacia encerrada en su propia lógica y sin contribuir a la eficiencia general del sistema económico.
La economía mexicana no crece, no genera empresas ni empleos -más bien los destruye-, y la estabilidad macroeconómica actual no puede ir más allá, pues por sí misma no conduce a un mayor gasto en inversión y de modo perverso puede ir creando las condiciones de su propio fin con una renovada especulación contra el peso. Los costos del largo estancamiento económico y del deterioro social del país se tienen que estimar en términos del valor presente de todos los recursos que se han gastado improductivamente o que se han desperdiciado y cuyo uso para generar riqueza sigue suspendido. Esto es lo que los economistas conocen como fenómenos de naturaleza intertemporal e intergeneracional, cuyo cálculo sería una buena base para replantear la política económica.
En lugar de ese replanteamiento la propuesta del gobierno es refugiarse en el autoempleo y en los microcréditos. Estas opciones, por supuesto, deben ser promovidas como un instrumento más para que ciertos grupos de la población acrecienten sus posibilidades de generar un ingreso, pero deben circunscribirse a su espacio real de posibilidades. No es un proyecto económico para un país de 100 millones de habitantes, que aspira a competir en los mercados mundiales y acceder a mayor progreso, según dice el mismo discurso oficial. Esta es una ocurrencia que indica, más bien, desorientación y desconcierto. Pero además contribuye a la reproducción de las ineficiencias de la economía, según puede advertirse por el modo en que alienta la precariedad de la ocupación y la informalidad, atentando contra el impostergable aumento de los recursos públicos. Ahora resulta que los empresarios han llegado directamente al poder y que no saben hacer negocios y que la oferta para ocupar productivamente a la gente es una olla para hacer tamales en la puerta de su casa.
El problema que enfrenta el gobierno es que necesita mucho ingenio para mantenerse en el plano de las ocurrencias, recurso escaso que se degrada de manera rápida, como puede verse de nueva cuenta en las recientes, que no últimas, declaraciones del secretario de Economía, mismas que no pueden tomarse sólo como anécdota, porque son serias. No hay que tener pena por perder el empleo -dice-, pues pasa en las mejores familias. México sigue siendo país de buenas familias que tratan a los demás como subordinados, y la dignidad en el desempleo es una muy mala receta para una población empobrecida cuando viene de uno de los responsables de conducir la economía nacional. Como broma es pésima; como declaración de un funcionario público es cuando menos de muy mal gusto. ƑEmplearía el propio señor Canales a alguien así en sus prósperos negocios de Monterrey, sobre todo después de perder las elecciones en el estado que gobernó y sin perder luego el empleo?
Hoy la mejor oferta política en el país es ir haciendo un capitalismo que funcione mejor en términos de las condiciones básicas de crecimiento, generación de empleo y oportunidades. Por ahora esa oferta no existe por parte de ningún grupo político, empresarial y social. Bienvenidos a Piedradura.
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