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México D.F. Jueves 11 de septiembre de 2003
Orlando Delgado
Un viejo tema: comercio y desarrollo
Rodeada de un fuerte cordón policiaco ha iniciado la reunión de Cancún. No se esperan resultados espectaculares en ninguno de los temas centrales: agricultura, mercancías industriales, servicios, medicamentos, medio ambiente y comercio justo (inversiones, competencia, facilitar los intercambios y transparencia en las compras gubernamentales). Lo más llamativo será, sin duda, la demostración de los altermundistas, su incuestionable capacidad e imaginación, que en cada acto documenta que los gobiernos no necesariamente representan a los pueblos.
La quinta reunión ministerial continúa las negociaciones globales para liberalizar el comercio, tratando de conseguir un objetivo fundamental: equidad y justicia comercial. Aunque en su estructura la Organización Mundial del Comercio (OMC) es equilibrada, es decir, cada país cuenta con un voto, hecho que lo diferencia de la estructura del Fondo Monetario Internacional, en realidad esto no garantiza que las decisiones se tomen democráticamente.
La OMC es, precisamente, uno de los organismos fundamentales en la promoción de la globalización imperial, es decir, en la apertura a los flujos comerciales con una perspectiva fundada en los intereses de las grandes economías. La agricultura es, en este caso, paradigmática: mientras que en los países en desarrollo se han ido eliminando subsidios a la producción primaria y se han abierto las fronteras para permitir que los productos de las naciones desarrollados puedan venderse libremente, las grandes economías subsidian generosamente sus actividades agrícolas, y mediante innumerables procedimientos no arancelarios impiden que los productos provenientes de las naciones pobres participen en sus mercados.
Aunque resulta evidente su inconveniencia para los países en desarrollo, pocos gobiernos discuten su pertinencia. La noción de que la competencia y el comercio justo son propósitos que deben perseguirse indefectiblemente, ha nublado los resultados de las negociaciones comerciales. Como señala Joseph Stiglitz, la OMC ha permitido el establecimiento de dos raseros: uno para juzgar a las empresas exportadoras de los países en desarrollo y otro para juzgar a las empresas nacionales. "De hecho, si las leyes comerciales se aplicaran a escala internacional, la mayoría de las empresas de Estados Unidos serían probablemente culpables de abaratar anormalmente los precios" (Joseph E. Stiglitz, ƑFomentará o debilitará Cancún el desarrollo?, El País 6/9/03, p. 33).
Se trata de un comercio mundial que no es equitativo, sino terriblemente desigual. La globalización no sólo no ha producido el resultado buscado, sino justamente lo contrario. Un mundo cada vez más concentrado, globalizando la pobreza en un contexto en el que se han ido aboliendo las maneras particulares de producir. Defender las viejas capacidades de producción se ha convertido en un reclamo radical contra la globalización imperial. Otro mundo puede construirse tomando como punto de partida la resistencia popular, pero parece indispensable plantear un programa que incluya, de nuevo, el problema de la propiedad de los medios de producción.
Sin duda, la noción globalizada de un mercado único implantada inexorablemente es el establecimiento de una especie de tiranía inmisericorde que favorece la concentración característica del modo capitalista de producir. Concentración que, a diferencia de lo ocurrido con la revolución industrial, no provoca la construcción de una clase social dominada. Ahora lo que acompaña a la globalización capitalista es la individualización y el subempleo, creando lo que el sociólogo alemán Ulrich Beck ha llamado la sociedad del riesgo global. Por cierto, una de las consecuencias típicas del predominio de la visión individual es que con "el debilitamiento del Estado corre parejo el fortalecimiento de otros agentes sociales como, por ejemplo, los medios de comunicación", acompañado de un creciente malestar con los partidos políticos, lo que "es una forma de autoengaño ciudadano" (Ulrich Beck. La democracia y sus enemigos, Ed. Paidós 1999 y La sociedad del riesgo global, Ed. Siglo XXI España 2002).
Frente a esto, recuperar las capacidades nacionales de desarrollo se convierte en la gran tarea. No se puede apostar a la dinámica de las compras de los países desarrollados, a las supuestas exportaciones nacionales, para recuperar el crecimiento. Si no se construyen las fortalezas capaces de resistir los flujos externos, seguiremos siendo movidos por la economía de Estados Unidos. El futuro no puede entenderse asociado solamente a reformas cada vez más cuestionadas. [email protected]
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