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México D.F. Jueves 11 de septiembre de 2003
Adolfo Gilly
Dos presidentes y una fecha
La grandeza de alma de cada ser humano se revela, antes que en las rutinas de la vida cotidiana, en aquellos momentos en que un azar inesperado lo saca de ellas y lo coloca frente a su destino. Así, al menos, decían nuestros clásicos.
El 11 de septiembre de 2001, el día terrible de la matanza de inocentes en las Torres Gemelas, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, desapareció de la escena.
"Tras la noticia del ataque dejó Florida, donde visitaba una primaria, voló a una base militar en Louisiana, y de allí fue a refugiarse al legendario búnker subterráneo del comando aéreo estratégico en Nebraska. Después de un día entero de eludir su responsabilidad, Bush finalmente dio la cara en Washington, donde leyó, muy mal, un discurso de cinco minutos preparado de antemano, no respondió a las preguntas de la prensa y no hizo otro comentario. Como siempre, en su rostro se traslucía la más absoluta confusión". Tomo esta descripción de Eliot Weinberger en su libro 12 de septiembre: Cartas de Nueva York (Ediciones Era, México, 2003, ps.27-28). Testimonios similares se conocieron entonces en Estados Unidos.
El 11 de septiembre de 1973, ante el estallido del golpe militar de Augusto Pinochet, el presidente Salvador Allende se atrincheró en el palacio presidencial de La Moneda, rechazó la intimación a rendirse de los generales felones, calzó casco y metralleta y dirigió un mensaje a su pueblo llamándolo a continuar la lucha y anunciando que de su puesto de mando legítimo sólo muerto lo sacaban. El ejército bombardeó La Moneda. Allende cumplió con su palabra.
Hoy, el presidente "guerrero" de Estados Unidos, que declaró la victoria sobre Irak disfrazado de aviador militar desde la cubierta del portaviones Lincoln, tiene a su ejército entrampado y devorando decenas de miles de millones de dólares en una guerra sin salida contra el ejército de sombras de la resistencia iraquí.
Muchos se lo anunciaron entonces, dentro y fuera de Estados Unidos, en aquel mismo momento en que su vicepresidente, Dick Cheney, declaraba que "esta es la más extraordinaria campaña militar que el mundo haya conocido". Aquellos vaticinios se cumplieron, todos. Pero la ignorancia, la ineptitud y la soberbia del autor de esta declaración siguen, como siempre, en su puesto.
Como solía decir el teniente Marco Antonio Yon Sosa, comandante guerrillero guatemalteco, pocas cosas hay tan insoportables como los civiles que se creen militares porque pueden ponerse un uniforme, dar órdenes y cargar una pistola al cinto.
Salvador Allende nunca se disfrazó. En su última foto aparece con un casco y una metralleta y trajeado de saco y corbata, como todos los días. Así quedó con los suyos para siempre.
Para cumplir no hace falta disfrazarse ni esconderse. Para engañar, sí. Pero la memoria y la historia no olvidan lo que cada uno hizo cuando, de golpe, se le cruzó el momento de la prueba.
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