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México D.F. Jueves 11 de septiembre de 2003
Olga Harmony
Vuelve el Cabaret
En este mes de las fiestas patrias (un taxista me preguntó si se era correcto decir ''fiestas patrias", no como resultado de un análisis político sino por el temor a expresar un término tan poco usual -y por desgracia todo lo que entraña- en los tiempos que corren, como ''patria") se recuerda nuestra Independencia, pero también sucesos más recientes y dolorosos como el golpe de Estado contra Allende y el ataque a las Torres Gemelas. Pinochet fue puesto en la picota por ese mismo juez Garzón que repudia a los torturadores siempre y cuando ejerzan su repugnante oficio contra los que no sean vascos. Y México está a punto -cuando escribo este artículo- de expulsar a Lorenzo Llona, y los gremios artísticos nuestros no protestaron ante la exclusión de los músicos cubanos del Grammy Latino y de la intolerante actitud ante el rockero Fermín Muguruza en su gira española junto a Manu Chao.
Nadie puede defender a los terroristas, pero en la supuesta lucha contra ellos la censura atenta, no sólo contra los más representativos y lúcidos intelectuales y periodistas en Estados Unidos, sino contra artistas muy populares en otros ámbitos. Si aquí nadie pone sus barbas a remojar a lo mejor es que no pasa nada y tan contentos. Y sí, le respondo al taxista, sí debemos hablar de patria, pero de una patria acogedora y progresista que ya casi no existe y a la que debemos regresar como de un exilio. Y también en este septiembre celebramos el decimonono aniversario de La Jornada, que nos permite a usted y a mí estar al tanto de todo lo apuntado y mucho más, por lo que no sé si felicitar a usted que le permite esta permanencia, o a Carlos Payán y Carmen Lira y demás hacedores del diario. Para todos, un abrazo.
El gran teatro perdurable reflexiona acerca de la condición humana y, en muchos de sus momentos, inquiere acerca de los factores políticos y sociales en que se sustenta una obra, pero éstos nunca llegan al espectador de la manera inmediata que podría incidir en un lector de periódicos. Esos grandes editoriales que son las caricaturas políticas han tenido su igual en los géneros menores, el llamado género chico y el cabaret, aunque entre nosotros la carpa y el teatro de revista proliferan mucho más que el segundo, muy apegado a las costumbres europeas y que en la Alemania de entreguerras incorporó al divertimento la sátira política, tal como se hace en el teatro cabaret de nuestros días en México y que podríamos ejemplificar con Jesusa Rodríguez.
De lo que fuera el cabaret berlinés en los años 30 del siglo pasado tenemos referencias cinematográficas, alguna alemana de esos años como El ángel azul, de Josef von Sternberg, que dio a conocer a Marlene Dietrich, o mucho más contemporáneas y estadunidenses, como Victor Victoria, de Blake Edwards (aunque parece que hay una versión muy anterior, alemana y de entreguerras, ignoro si con la misma música) y Cabaret, de Bob Fosse, basada en la novela de Christopher Isherwood, Adiós Berlín, además de haber escuchado canciones de Kurt Weill y otros. A lo mejor los espectadores mexicanos tenemos una idea muy influenciada por el cine de lo que pudo ser el viejo cabaret alemán, pero sin duda nos sirve para apreciar y disfrutar Vuelve el cabaret de Luis Rivero.
Existen bastantes y muy buenos músicos de teatro en nuestro país, pero por alguna razón, a lo mejor por su larga trayectoria -con Héctor Mendoza y otros importantes directores, con Guillermina Bravo en el Ballet Nacional de México- es posiblemente el nombre de Luis Rivero el que primero asociamos con la música escénica. Se trata de una profesión de apoyo, excepto cuando se escriben partituras para ballet, que los espectadores y los críticos -aunque como yo carezco de sentido musical- cada vez valoramos más. Pero de todas maneras, y a pesar de su creatividad, es apenas de apoyo. Por eso no extraña que el maestro Rivero deseara crear un espectáculo propio, así sea con algunas incursiones de otros músicos -en cuanto a Weill, Rivero adaptó su Opera de dos centavos para adecuarla a las posibilidades de actrices y actores en el montaje de Marta Luna. El resultado es un encantador espectáculo que oscila entre lo visual de la época y la irreverencia actual de las letras. Muy bien el pequeño grupo de egresados de Casa del Teatro y excelente Llever Aiza como el anfitrión, que mucho nos recuerda a Joel Gray en Cabaret.
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