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México D.F. Jueves 11 de septiembre de 2003
Margo Glantz
Enfermedades, Ƒimaginarias?
Bueno, veamos: esta semana se han agudizado varios problemas cotidianos, sobre todo en lo que se refiere a enfermedades, tanto corpóreas como técnicas. En efecto, un amigo muy querido se enfermó súbitamente durante un viaje. Empezó a enrojecer, así nomás, simplemente a enrojecer; todos tenemos derecho a enrojecer de repente sin que eso signifique gran cosa, pero si ese enrojecimiento empieza a acompañarse de un malestar general, de un dolor de cabeza, de una súbita hinchazón y de fiebre muy alta, es hora de empezar a preocuparse, y si ese enrojecimiento se produce en medio de un acto oficial en el que se condecora a otro amigo, la situación, hay que confesarlo, se vuelve por demás embarazosa.
En una sala contigua al gran salón donde se celebra la ceremonia, separada de la principal por una gran vidriera, una mujer parece desempeñar las funciones de médico de guardia, por lo que el enfermo se dirige hacia ella, le explica los síntomas del malestar y sin vacilar un instante, la mujer le entrega una pastilla alargada, color verde claro, y le advierte que puede provocarle una ligera baja de presión. Al terminar la ceremonia, una magnífica cena espera a los convidados y la pastilla administrada no produce ningún efecto bienhechor. Es más, los síntomas se exacerban al día siguiente y el paciente es trasladado a un centro de emergencia donde se le diagnostica una inflamación de anginas y se le recetan antibióticos como remedio.
De regreso a México y como la fiebre no ha cedido y mucho menos la hinchazón, el enfermo llama a su seguro que de inmediato le envía un médico y una ambulancia, y tras un examen, el galeno explica que el diagnóstico anterior es erróneo, que el enfermo tiene en realidad rubéola, enfermedad que hubiera debido padecer de niño y decreta la suspensión absoluta de medicamentos. La enfermedad no cede, hay que llamar a otro médico que diagnostica escarlatina y vuelve a recetar más antibióticos.
La hinchazón, la fiebre, la rojez persisten -se acrecientan-, el cuerpo empieza a convertirse en una sola y larga llaga, los labios se hinchan, los ojos se desorbitan y se inyectan, los dolores de cabeza se vuelven insoportables, el cuerpo arde. Un nuevo médico explica con voz muy suave que el enfermo no tiene ni rubéola ni anginas ni escarlatina, sino erisipela y que tanto los diagnósticos como los medicamentos anteriores hubieran podido ser fatales para el paciente de no mediar su milagrosa intervención.
Al día siguiente mi amigo que ha empeorado es trasladado de urgencia a un hospital donde por fin se le practican todo género de análisis electrónicos y químicos, y al cabo de siete días de rojez, hinchazones, fiebres, dolores de cabeza, urticarias, llagas, hematomas, desgarraduras, colapsos nerviosos, seis médicos de diferente sexo, edad, tamaño y nacionalidad y una enorme variedad de remedios de todo tipo y color se llega a la conclusión de que el enfermo padece una intoxicación medicamentosa. Por fin, ahora sí, la rojez disminuye, el ardor cede, el cuerpo se deshincha, los labios retoman su tamaño normal, los ojos se tranquilizan, el sueño y el apetito se recobran y el paciente vuelve a ser el amigo que todos conocíamos: la odisea, esperemos, ha terminado.
Hace más de 18 años, leo en El País, se le diagnostica a una paciente española cáncer de riñón. Aunque casi desde el principio se comprueba que ha sido un mal diagnóstico, se le siguen aplicando tratamientos anticancerosos. Recién ahora la mujer se entera y demanda al hospital por 40 mil euros. ƑCompensa?
Ya en casa, enciendo mi computadora y una pantalla negra con letras blancas me advierte que algo grave está sucediendo, vuelvo a encenderla y es imposible acceder a mis programas. Llamo a los técnicos de la Dell Company: he tenido la ocurrencia de comprar una máquina que se anuncia maravillosa, aerodinámica, rápida, eficiente, estilosa. Me contesta una grabadora, voz untuosa, buena dicción, me solicita que marque los consabidos 1, 2, 3, 4, dependiendo de mis problemas o del idioma que prefiero para resolverlos. Hay varias respuestas en español y de pronto una serie de instrucciones rapidísimas en inglés para que vaya a la correspondiente página web y lea las instrucciones necesarias para resolver el problema, justo cuando la máquina ha dejado totalmente de funcionar y es imposible acceder a cualquier programa. Cuatro horas después, siempre en el teléfono, oyendo voces diferentes e instrucciones continuas, se oye la voz de un técnico representante de la Dell que habla en español: promete venir a revisar la máquina al día siguiente.
En efecto, así sucede, viene al día siguiente, me da su diagnóstico: la máquina es muy sofisticada pero el disco duro es defectuoso, de pacotilla, incompatible para una máquina de este tipo, la compañía tiene la obligación implícita en la garantía de mandar el disco a una unidad especial donde se descifre y se recobre el contenido.
Vuelvo a comunicarme con la Dell, me contesta, varias horas después, un panameño que vive como debe de ser en Panamá, el técnico para América Latina y el Caribe, me informa amablemente que los técnicos que han venido a verme en México me han dado una información errónea, que la compañía se limita a reponer el disco duro y a reconfigurar el aparato, insisto, le explico de nuevo mi problema, resalto la incompatibilidad que parece haber entre un disco defectuoso y un buen almacenamiento de información, dice que comprende, que él también ha sido consumidor, aunque eso no invalide el hecho de que se me ha dado un pésimo servicio, le pido entonces un informe por escrito para apoyar mi reclamación, contesta que los informes son solamente para uso interno y que nuestra conversación ha sido grabada también para uso interno, sin que nunca se me haya pedido permiso. Cuelgo, furiosa, desesperada.
Me gustaría estar en Cancún y formar parte de un contingente de altermundistas.
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