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México D.F. Jueves 11 de septiembre de 2003

Leonardo García Tsao

Lecciones por aprender

Toronto. Hace unos días señalaba que un festival de cine puede constituir una experiencia didáctica. Uno mismo reconoce haber aprendido algo a lo largo de los años. Por ejemplo, que asistir a las conferencias de prensa se ha vuelto una actividad inútil porque, en esencia, sólo sirven para que los fotógrafos logren acercarse a las estrellas y los reporteros se hagan notar haciendo el ridículo.

Menos concurrida de lo que uno suponía, la conferencia de prensa de 21 Grams ofreció exactamente eso. Una menopáusica reportera local insistía en llamar guapos a los integrantes de la mesa -Benicio del Toro, sobre todo, pero también hubo piropos para El Negro González Iñárritu y hasta para el guionista Guillermo Arriaga. Incluso el moderador le pidió a la señora que hiciera sus avances sexuales en otro espacio y Naomi Watts protestó, en broma, por ser ignorada en el terreno de las lisonjas. Luego uno de los colados nacionales en turno hizo una pregunta en un idioma indescifrable, que el director contestó por pura intuición y cortesía.

La mayoría de las dudas giraban en torno de las diferencias entre filmar en Hollywood y México. El Negro -suena confianzudo llamarlo así, pero ahorra caracteres- dio varios ejemplos sobre la universalidad del arte y afirmó que si algo lo entusiasmó de hacer la película en Estados Unidos fue la oportunidad de trabajar con excelentes actores de diferentes procedencias. En cambio Del Toro dijo no sentirse trabajando en un proyecto internacional, sino netamente hollywoodense. Por su parte, Arriaga insistió en que sus modelos de escritura han sido siempre sus tocayos Shakespeare y Faulkner.

La otra enseñanza es que actualmente la vigencia de un autor cinematográfico es demasiado corta. El responsable de la obra maestra de hoy es culpable del churro vergonzoso de mañana. Así lo demostró la neozelandesa Jane Campion con su reciente In the cut. En los inicios de su carrera Campion mostró una visión original sobre la mujer que encontró su expresión acabada en El piano, una de las favoritas perennes del público femenino.

Su séptimo largometraje abre con la canción Qué será, será, y esa pregunta permanece en la mente del espectador. Pretenciosa al punto de la incoherencia, In the cut podría definirse como la pesadilla febril de una feminista que se quedó dormida mientras veía un thriller de Brian De Palma. Mucho se comentó sobre la arriesgada actuación de Meg Ryan en un papel muy diferente a su habitual gringa pizpireta. La verdad, es la misma Ryan de siempre, sólo que fotografiada en forma desfavorable y luciendo desnudos en unas escenas eróticas que no excitarían ni a un reo condenado a cadena perpetua.

El derrape del francés Bruno Dumont ha sido mucho más rápido. Hasta la fecha, su única película meritoria ha sido su opera prima La vida de Jesús. Su siguiente esfuerzo, La humanidad, despertaba sospechas ahora confirmadas con Twentynine palms, un road movie por caminos áridos de Estados Unidos que consigue hacer aburridas sus ocasionales dosis de sexo y violencia, y redimir de paso el tierno ego trip de Vincent Gallo en The brown Bunny, el hazmerreír de Cannes, también presente en este festival.

Cuando la ficción no convence siempre queda el refugio del documental. Los cineastas irlandeses Kim Bartley y Donnacha O'Briain tuvieron la suerte de encontrarse en medio del fallido golpe de Estado que el año pasado intentaba deponer al presidente venezolano Hugo Chávez. Así, The revolution will not be televised (La revolución no será transmitida por TV) es una crónica puntual de los hechos según fueron sucediendo, con pertinentes apuntes sobre los intereses de la oligarquía opositora y la complicidad de los medios privados. Es una versión muy diferente a la que la mayor parte del mundo conoció por medio de los noticieros. Documentales como el de Bartley y O'Briain demuestran que las historias más fascinantes se encuentran en las calles, no en la mente de la mayoría de los guionistas.

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