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México D.F. Sábado 20 de septiembre de 2003
Ricardo Robles O
Su precio justo, el de la leña
No es que no entiendan, que no prevean las consecuencias, es tan sólo que no les queda de otra cuando la realidad se impone por sí misma. El precio político, justo, exacto, se impuso en el caso de los chiapanecos leñeros. "Ecocidas" por seguir cocinando y comiendo, malhaya tal "justicia". La política disfrazada de justicia es tan cotidiana que casi parece inherente al sistema, escudada en la majestad de la ley. Los que pueden, porque pueden, hacen y deshacen a placer bajo ese manto. Y muchos le dicen estado de derecho.
Muchas veces, casi en cada cambio de régimen o de funcionarios diversos, he visto repetirse ese mismo disparate en tarahumara. Nada nuevo resulta detener una camioneta de tercer uso o hasta a algún burro que carga leña, hacer un drama de ello, acusar de tala ilegal, de atentado a la ecología y ahora de "ecocidio" en Chiapas. Nada nuevo. Sólo cambia la moda de las palabras. Siempre hay una nueva, condenatoria, contundente, fantoche, acuñada por las burocracias como signo de cambio.
Siempre se ha seguido también el fracaso, la vergüenza de los funcionarios menores disimulada en declaraciones, silencios o ausencias. La evidencia del "derecho", del hondo y originario derecho de los pueblos -que siempre queda bien distante de la pequeña "majestad" de las leyes- es más contundente que los términos ampulosos de la dominación en turno. Siempre queda en duda el motivo de tales atracos, si acaso fueron por ignorancia, fundamentalismo legal, ineptitud, o de plano por mala leche política. Y en la trampa puesta a los indios caen una y otra vez los funcionarios interpretando o siguiendo las directivas de arriba. Una y otra vez.
El tan primordial derecho a la vida más elemental del mundo, el de la leña, impone su exacta soberanía. Manejar la leña sin tener las destrezas necesarias puede ser peligroso; es algo que tiene un precio más político que económico. Los oportunistas suelen quemarse con ella, los indios son los expertos. Comenté en este espacio una anécdota hace cuatro años. Transcribo un párrafo, tan sólo por repetir cómo la historia repite.
Hace seis o siete años, en un rancho de la tarahumara algunos funcionarios insistían en prohibir, en nombre del presidente de la República, que la gente usara leña para calentarse en invierno, preparar sus alimentos y darse luz. Dijo entonces un indio rebelde, con toda la razón del mundo en sus palabras: "mucho batallaría el Salinas sembrando el bosque, para que ahora nos lo quiera quitar. El Dios nos dio el bosque, no nos lo dio el gobierno. Ese no nos lo puede quitar". La rebeldía era doble: la del rescate de sus derechos inalienables, dicha a su modo, y la del reclamo al descaro de esa capa social que ha depredado el bosque, ha legislado a placer y conveniencia para saquearlo, y ahora los convierte en delincuentes.
También en el reciente caso chiapaneco se ha protestado ante tal descaro. Tráileres de maderas valiosas se llevan los que "se mochan"; la selva no ha muerto por el corte de leña, la riqueza se ha huido de ahí. Pero este caso -si alguno- hiede a política, sea a la torpeza de la misma o a la mentada trampa para indios. Es difícil pensar que se colocara una trampa tan frágil para poner a prueba a las zapatistas juntas de buen gobierno. Es más fácil pensar que esto sucedió porque un día tenía que suceder. No salió bien librado el cazador que se encontró ante el puma pretendiéndolo o no. Queda el precedente de la liberación de los leñadores. Queda una lección que no se aprenderá nunca, al parecer. Queda la legitimación de los Caracoles zapatistas, al menos de hecho, ante la vía de los hechos. Queda intocada la resistencia austera de los muertos de siempre, acosada, maltratada, revitalizada, certera, originaria.
La historia que se siga no mucho dependerá del hábil manejo de las leyes o de los genios de la macroeconomía. Dependerá más de los muchos que resisten, los que viven en el ámbito del derecho y la razón. No es que diga que el mundo será bueno para todos cuando sea indio, es que los pueblos indios tienen derecho a caber en él, tal como lo tienen todas las "minorías" asediadas, o sea, las mayorías. Así lo han declarado repetidamente y lo han puesto en la agenda ineludible de la vida los zapatistas. No es que por ello valga la propuesta, es que de por sí vale. Es el pensamiento indio que desde la austera fragilidad de la leña nos dice que sí se puede avanzar y nos ofrece de nuevo su regalo de rumbos.
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