México D.F. Sábado 20 de septiembre de 2003
Deportará EU a padres de mexicano que peleó
en Irak
Afronta el soldado dos amenazas más: ser degradado
y expulsado del país
MARCO VINICIO GONZALEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA
San Diego, 19 de septiembre. A Juan Escalante la
vida le está jugando una mala pasada. Es un soldado raso en la división
370 de infantería de las fuerzas armadas de Estados Unidos, que
a su regreso de Irak, hace apenas dos semanas, se encontró con que
sus padres tienen una orden de deportación.
Además, a él lo investiga el ejército
estadunidense por haberse dado de alta con un documento de residencia falso,
lo que puede conducirlo a una degradación deshonrosa y, eventualmente,
a ser también deportado.
Su caso podría ser el primero de ese tipo en este
país, porque fuera de presentar una green card falsa al ejército,
no ha cometido ningún otro crimen.
Con un tono triste, vía telefónica desde
su casa en Seattle, Juan dice a La Jornada lo que pide al gobierno
estadunidense: "Que no deporten a mis padres, que me dejen vivir mi vida
y me permitan seguir sirviendo al army, que me den la ciudadanía".
El abogado de los Escalante, Glen Prior, expone: "Existe
el peligro de que deporten a sus padres y a él, cosa que sería
ridícula porque fue a Irak a arriesgar su vida por este país".
Al defensor le preocupa menos, sin embargo, el caso de
Juan, "porque sirvió a este país en Irak y lo protege una
acta de ley firmada por el presidente George W. Bush".
Se
refiere a la orden ejecutiva 13269, firmada por Bush el 3 de julio de 2002,
que prevé la ciudadanía expedita para aquellos miembros del
ejército no ciudadanos que participaban en la Operación
Libertad Duradera. Las primeras bajas en Irak, como en su momento se
informó en el suplemento Masiosare, motivarían más
tarde que se otorgara la ciudadanía post-mortem a los soldados
inmigrantes.
Pero el caso de los padres de Juan, Bernardo y Silvia
Escalante, originarios de El Fuerte, Sinaloa, quienes ingresaron a este
país en 1989 sin documentos migratorios legales, puede resolverse
negativamente en cualquier momento, alerta el abogado.
La lucha por impedir la deportación del matrimonio
Escalante se basa en un recurso jurídico de la Ley de Inmigración
que se llama cancelación de remoción (cancellation of
removal).
Margaret Stock, profesora de leyes en la Academia Militar
de West Point, explica que dicha orden ejecutiva se aplica a quienes tienen
más de 10 años viviendo en el país, han mostrado buen
carácter moral o conducta intachable, tienen hijos nacidos aquí
y pueden demostrar que éstos corren peligro al irse a otro país,
en caso de que sus padres sean deportados y se los lleven con ellos, o
sufrir por quedarse solos si se da la separación de la familia.
Sin embargo, para pedir una cancelación de remoción tiene
que existir primero una orden de deportación, explica Prior.
Cuando el abogado pidió la cancelación a
Anna Ho, jueza de inmigración en Seattle (aduciendo que la familia
Escalante cumplía con los preceptos de dicha ley), ésta denegó
la petición con el argumento de que no quedaban suficientemente
claros los riesgos que correría la familia si es expulsada.
"Como si fuera tan fácil irse a México,
después de estar 15 años aquí, y encontrar trabajo,
escuela y cuidado médico para sus hijos, que no conocen aquel país
y han hecho toda su vida aquí", explica el defensor.
Prior también se refirió a la reacción
de la jueza Ho cuando él le aclaró que los Escalante tenían
además un hijo que en ese momento peleaba en Irak. "¿Y de
qué lado está peleando el muchacho?", preguntó Ho.
"Caramba -contestó el abogado-, ¿y tampoco sabe que existe
la orden ejecutiva del presidente Bush?"
Al Ejército, para no "parecer cobarde"
"Me metí al army porque cuando salimos de
la prepa mi mejor amigo y yo no teníamos nada qué
hacer y entonces él me dijo que nos enroláramos en el ejército,
y yo no quería parecer cobarde", dice Juan. Era el verano de 2002.
Juan trabajaba de ayudante de mesero en un restaurante
mexicano (paradójicamente, desde los cuatro años de edad
no ha vuelto a México) en Seattle. "Ganaba bien, como para darle
dinero a mis padres y comprarme un carro", narra. Los autos son su pasión.
"Mi amigo escogió trabajar como cocinero en el
ejército; yo preferí ser mecánico; él se fue
para Corea y yo para Irak... no lo volví a ver", agrega.
El último día que Juan estuvo en Seattle,
antes de enrolarse en el ejército, los oficiales de la armada le
informaron que nada más le faltaba la green card. "Entonces
compré una, por 50 dólares, de un señor en la calle.
Ellos (los oficiales) la miraron raro, pero igual me registraron en el
army
y al día siguiente me mandaron para la base militar Fort Stewart,
en Georgia, donde me dieron el entrenamiento básico".
Ahí pasó a formar parte de los 37 mil 401
soldados sin ciudadanía (pero con residencia legal) que sirven en
el ejército más poderoso del mundo, de los que hasta el momento
3 mil han estado activos en Irak, de acuerdo con el Departamento de Defensa,
citado recientemente por la agencia Ap.
La misma fuente publica que el vocero del Pentágono,
Joe Burlas, afirmó el pasado 11 de septiembre: "no hay indocumentados
inscritos en el ejército". La afirmación ignora el famoso
caso del soldado guatemalteco José Angel Garibay, publicado también
en estas páginas, que al morir consiguió la primera ciudadanía
post-mortem.
Más adelante, Burlas agregó: "Y si hubiera
ilegales en las fuerzas armadas, será porque consiguieron inscribirse
en las filas de una manera fraudulenta, pero cuando sean atrapados serán
dados de baja".
Otra idea que motivó a Juan a enrolarse en el ejército
fue el enorme deseo que tenía de aprender mecánica. "Y como
ellos (la armada) me ofrecieron 27 mil dólares para ir al colegio
(la universidad), pues entonces me animé", dice.
"Pero luego me di cuenta de que me iban a dar el dinero
hasta después de cumplir los cuatro años de servicio", añade.
"Entonces pensé: no le hace, al cabo que cuatro años no son
nada". Después de todo, Juan tiene 19 años y es soltero.
Allí en Irak "nunca piensas en lo que está
pasando"
El no sabía que en la guerra se trataba de echar
balazos. "Cuando llegué a Irak", expresa, "todo era muy diferente.
Aunque allí no se piensa casi, porque hay muchas cosas que hacer,
como limpiar, acomodar equipo, reparar autos de combate, y nunca piensas
en lo que está pasando.
"Yo no odio a los árabes y por fortuna nunca tuve
que disparar, porque me la pasaba conduciendo y arreglando vehículos.
Pero me decía en mi mente: si me tiran, yo les voy a tirar pa'trás."
En general los iraquíes "son gente buena", continúa
el atribulado Juan. "Los malos son los que andaban con (Saddam) Hussein".
-¿Sí?
-Pues eso nos decían en el ejército -contesta
sin pensarlo.
Juan Escalante quiere quedarse en la armada de Estados
Unidos, "y si me vuelven a mandar a Irak, pues me voy de regreso".
-¿No te da miedo?
-No. Al cabo que ya estuve allá y ahora sé
cómo cuidarme. Acá también está cabrón.
-Pero casi todos los días muere un soldado de este
país en suelo iraquí.
-Ese es el trabajo y el riesgo de un soldado -dice Juan.
Para él, sin embargo, "no es justo matar, pero
había que sacar a Hussein".
-Ya lo sacaron.
-Pero todavía está vivo, y puede hacer cosas
malas allá -dice. Tras un silencio, agrega-: Desde luego que no
pueden amenazar a este país con las armas que tienen. A su propio
país sí pueden amenazarlo, pero a Estados Unidos no le llegan
ni a los talones.
A Juan Escalante no le parece justo que, habiendo ido
a Irak a pelear por Estados Unidos, el gobierno quiera deportar a sus padres,
ni que él corra el riesgo de ser deshonrado por el ejército
y eventualmente también deportado.
"Pero ellos van a hacer lo que tienen que hacer", afirma,
resignado. "Yo le diría al ejército que me dejen vivir mi
vida, que no deporten a mis padres y me dejen cumplir mis cuatro años
del contrato con ellos y me den mi ciudadanía".
-¿Y si te mandan a México?
-No sé, porque no conozco a nadie allá.
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