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México D.F. Miércoles 8 de octubre de 2003
REPORTAJE
ATLAS MURALISTICO DEL CENTRO HISTORICO
Necesario, reflexionar sobre las vicisitudes de esas
obras
Murales privados tienen un sitio en la memoria colectiva
Pinturas de José Clemente Orozco, Diego Rivera
y Manuel Rodríguez Lozano, entre otros artistas, hechas por encargo
o como agradecimiento, plasmadas en paredes de inmuebles particulares aunque
permanecen a la vista del público
MERRY MAC MASTERS
El
Centro Histórico de la ciudad de México y sus inmediaciones
es depositario de un rico acervo de obra muralística, mucha de ella
ejecutada en edificios federales, pero otra se plasmó en paredes
de inmuebles particulares, aunque están a la vista del público.
En este segundo renglón se inscribe el fresco Omnisciencia
(1925), que José Clemente Orozco pintó en la Casa de los
Azulejos (actual Sanborns), de avenida Madero 4, por encargo del dueño
del palacete colonial, Francisco Sergio Iturbe Idaroff. Asimismo, está
el fresco El holocausto (1944), que Manuel Rodríguez Lozano
realizó en lo que también fue la casa del mismo mecenas,
en Isabel la Católica 30, que hoy día funciona como centro
joyero bajo la denominación El Bazar del Centro.
Herir susceptibilidades
Un tercer mural de ese tipo es Una tarde de domingo
en Xochimilco, ejecutado por Miguel Covarrubias entre 1936 y 1937 en
el bar del hotel Ritz, avenida Madero 30, a instancias del dueño,
su amigo Enrique Corcuera García Pimentel. En la actualidad el espacio
donde está el mural, lo ocupa desde hace cuatro años un restaurante
de la cadena Vips. El mural fue puesto en venta hace tiempo por la familia
Corcuera, pero hasta el momento sin ningún éxito. Sin embargo,
el hecho obliga a reflexionar sobre las vicisitudes de la obra mural propiedad
de particulares, pero con un lugar en la memoria colectiva.
No faltó el mural que una vez terminado afectaba
intereses creados o hería susceptibilidades. Con el paso del tiempo,
quizá la obra dejara de funcionar en su lugar de origen o acabara
envuelta en un proceso hereditario para ''repartirlo" entre varias personas.
También en 1936, Diego Rivera recibió una
propuesta de parte de su viejo amigo Alberto Pani para pintar cuatro paneles
desmontables para el salón de banquetes del hotel Reforma que se
construía sobre la avenida del mismo nombre, para ''dar alojamiento
a los turistas estadunidenses ricos", afirma Bertram D. Wolfe en su libro
La fabulosa vida de Diego Rivera (Diana, 1972). El tema sería
las fiestas de México.
El pintor ''reunió estas cuatro obras bajo el nombre
común de Carnaval de Huejotzingo y atribuyó a cada
una un título individual: I. México folklórico
y turístico; II. La dictadura; III. Danza de huichilobos,
y IV. Agustín Lorenzo", escribe Juan Coronel Rivera en el
volumen Los murales del Palacio de Bellas Artes (INBA/Américo
Arte Editores, 1995).
De inmediato, consigna Wolfe, ''los cognoscenti
bulleron de conjeturas: que si los intrigantes rasgos familiares del general
Marrano parecían los del presidente Cárdenas o los de su
secretario de Agricultura, el general Cedillo; que si las facciones del
obeso prelado eran familiares, etcétera".
A Rivera no se le hizo ninguna observación, al
contrario, se le elogió. En cuanto terminó el trabajo y recibió
su pago, Pani llamó a sus dos hermanos arquitectos, y los tres procedieron
a efectuar ''ligeros cambios". El pintor, sin embargo, fue alertado por
un albañil unos días después en una asamblea del Sindicato
de la Construcción:
''Acompañado entonces por el abogado del sindicato
y varios miembros del mismo, Diego acudió presuroso al hotel Reforma.
El danzante de rostro de tigre con un parecido a Calles, tenía modificada
la fisonomía; la bandera en la mano del director de pista había
perdido su porción roja, blanca y azul; el general Marrano ya no
sacaba un plátano del huacal de la muchacha con la cual bailaba."
Llegó
el ingeniero Pani, salieron a relucir las pistolas, se llamó a la
policía. Rivera pasó la noche en la cárcel acusado
de ''allanamiento" y de portar ''cinco pistolas, tres más de las
que en realidad llevaba. Se decretó una huelga de los trabajadores
de la construcción; enfrente del hotel se situó un grupo
de protesta muda; una antigua ley gremial fue invocada, en la que se prescribía
un castigo para la falsificación del trabajo artesanal".
El asunto llegó a los tribunales y Pani tuvo que
pagar a Rivera 2 mil pesos por daños y al sindicato una compensación
por el tiempo perdido en la huelga. Además, se le obligó
a Pani a que dejara que el muralista restaurara la pintura.
Como el hotel ''no quería ofender a nadie", los
paneles fueron embodegados. Después de más de 10 años,
señala Coronel Rivera, Pani logró venderlos a Alberto Misrachi,
de la Galería Central de Publicaciones, quien a su vez y para deshacerse
de esa ''mercancía caliente", los depositó a consignación
en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor, que finalmente
los pudo vender en 1963.
Las obras fueron adquiridas por medio del Comité
Administrador del Programa Federal de Contrucción de Escuelas que
estaba presidido en ese entonces por el arquitecto Pedro Ramírez
Vázquez, quien tenía planeado depositarlas en el Museo Nacional
de Antropología. Los murales fueron divididos por algún tiempo
entre ese recinto, en el que se colocó el tablero IV en el ala llamada
La síntesis de México, y el Palacio de Bellas Artes,
donde se situaron los tres restantes. Tiempo después se integró
el panel IV, con el resto, en su ubicación actual, en el segundo
piso del edificio.
''El poeta'' era Tamayo
Una
obra mural que formó parte del entorno de varias generaciones de
mexicanos lo constituyó Naturaleza muerta, que Rufino Tamayo
pintó para el Sanborns de Lafragua, a la par que el tal vez menos
conocido El día y la noche.
Ingrid Suckaer documenta el hecho en su libro Rufino
Tamayo. Aproximaciones (Editorial Praxis, 2000): en 1954 ''Tamayo pintó
para la dinámica corporación, entonces estadunidense, Sanborns,
instalada en México desde principios de siglo, dos murales que decorarían
el edificio adquirido por la empresa" ese año. (Cabe mencionar que
en 1946,
Frank Sanborn vendió la compañía,
con sus entonces dos tiendas, a Walgreen, de Chicago.) El día
y la noche y Naturaleza muerta (ésta también conocida
como Sandías) son los nombres que dio a las estupendas obras
realizadas en vinelita sobre masonite, que fueron destinadas para decorar
la farmacia y el restaurante del Sanborns de Paseo de la Reforma y Lafragua.
El día de la inauguración, frente al soberbio mural El
día y la noche, el poeta Carlos Pellicer preguntó a Tamayo
cómo se llamaba la obra y ''Rufino sencillamente dijo: 'El día
y la noche sobre las pirámides del sol y la luna'". Afectuosamente,
y en son de broma, Pellicer le dijo que pensaba que el poeta era él.
Pasó el tiempo y hubo otro cambio de propiedad.
En 1985 el Grupo Carso, que encabeza Carlos Slim Helú, adquirió
la mayoría de Sanborns. De repente, o por lo menos así pareció,
los asiduos al lugar descubrieron que ya no estaban los murales. En el
lugar de Naturaleza muerta luce una reproducción. En cambio,
El día y la noche no se sustituyó. Se supo después
que los nuevos dueños los habían llevado a Plaza Loreto -originalmente
la fábrica de papel Loreto que fue restaurada- para su instalación
en el Museo Soumaya, que abrió sus puertas el 8 de diciembre de
1994. Ningún letrero da cuenta del traslado.
En la actualidad, el mural Naturaleza muerta se
encuentra en el lobby del Museo Soumaya, mientras que El día
y la noche está próximo a la puerta de salida. De acuerdo
con Clemente Dávila, restaurador del recinto, los murales se trasladaron
al museo en 1994, ''básicamente por cuestiones de conservación".
En Lafragua, explica, ''estaban muy expuestos". Naturaleza muerta
estaba en el muro ''en frente de la cocina". Es decir, ''por un lado y
por el otro corrían meseras con charolas de comida y bebidas. Algunas
ocasiones se les habían caído coca-colas de vidrio, habían
explotado y se había manchado el mural. Todas esas cositas
indicaron que no era un lugar seguro, sobre todo para la conservación.
''Naturaleza muerta estaba lleno de cochambre.
No había suficiente seguridad. El hecho de que las personas tuvieran
mucho acceso, al circular por allí, no era bueno para el mural.
Al de la farmacia le pasaba lo mismo. Había, quizá, un lugar
cerrado, con vigilancia, pero a final de cuentas tenía mucha afluencia
de público de todo tipo. Hubo quien inclusive lo llegó a
picotear en algún momento sin querer o de manera intencional, no
lo sabemos".
Ambos murales están hechos en vinelita, material
aglomerado a base de residuos molidos de madera, como hojarasca y corteza.
Como la vinelita se constituye en parte por celulosa natural, esta reacciona
si hay un cambio de humedad. Es decir, se ondula, inclusive se puede expandir
y luego, con la resequedad, contraerse. El par de murales está realizado
a base de paneles que están sujetos, por la parte de atrás,
a bastidores, que les dan el soporte para que no se muevan las esquinas
o se hagan pandas. Esa situación, apunta Dávila, ''no ayudaba
en un lugar en el que una cocina, con un horno prendido, le daba mucha
temperatura y contraía el material. Luego, en la noche quitaban
el aire acondicionado, apagaban el horno y se volvían a expandir".
Cabe
recordar que en Lafragua, Naturaleza muerta estaba emplazado en
semicírculo. En ''teoría" sus secciones no estaban unidas,
sino una junto a la otra. Al instalarlo en el Museo Soumaya, los paneles
fueron unidos. Tampoco se restauró hasta que se solicitó
para el pabellón de México, en la exposición universal
de Hannover 2000. Dávila explica: ''Se desmontó como se había
montado en 1994. Estaba anclado con unos pequeños clavos -todavía
se ven los agujeritos-, ya que el soporte de vinelita estaba clavado
sobre el panel de madera. Cuando los desmontamos para llevarlos a Alemania,
se quitaron esos clavos". Los restauradores fueron Roberto Ramírez
y Maricarmen Castro.
Por su parte, El día y la noche ''nunca
se ha tocado". Viene con todo y clavitos. ''No hemos querido restaurarlo
porque está mucho más estable que Naturaleza muerta -expresa
el entrevistado-. No tiene problemas en su capa pictórica
ni en su soporte; el bastidor tampoco ha trabajado, no hay ningún
problema de conservación. La política del Museo Soumaya es
que mientras la obra esté en perfecto estado de conservación,
no hay motivo para restaurarlo".
Más allá de problemas naturales, como permanecer
a la intem-
perie o los terremotos, no hay que dejar a la deriva la
obra muralística, reitera Clemente Dávila.
Cómo no mencionar el polémico mural, por
su frase ''Dios no existe", que Diego Rivera pintó no sólo
para un hotel, sino para su comedor: Sueño de una tarde dominical
en la Alameda Central (1947). De acuerdo con el libro editado por el
Museo Mural Diego Rivera con motivo de los 50 años de la obra, fue
el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, realizador del hotel del
Prado, quien invitó a Rivera para ejecutar un mural sobre el legendario
parque que se encuentra enfrente de ese recinto. Pintado originalmente
para el salón Versalles, en 1960 fue trasladado al vestíbulo
del hotel, lo que implicó separar el muro, de 30 centímetros
de espesor, en el que se encuentra pintado.
La acción también exigió colocarle
una estructura metálica a manera de soporte en las partes anterior
y posterior para evitar que se dañara durante el desplazamiento.
El mural permaneció en su nuevo sitio durante 25 años, hasta
que los sismos de septiembre de 1985, que provocaron daños irreparables
al edificio, afectaron seriamente su estructura y pusieron en peligro su
existencia.
Reubicación
Ante la necesidad de reubicar la pintura en un lugar cercano,
las autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes y del entonces Departamento
del Distrito Federal determinaron que el terreno de lo que había
sido el estacionamiento del hotel Regis -también desaparecido- que
se encontraba a un costado de la Alameda Central, sería el sitio
propicio para la construcción del nuevo recinto en el que se colocaría.
Lo demás es historia. Concluido el embalaje, el
traslado se efectuó el 14 de diciembre de 1986 y tardó casi
11 horas. Una gigantesca grúa levantó el segmento de muro
sobre una enorme plataforma móvil que lo desplazó 430 metros
a su nueva sede que, el 19 de febrero de 1988, fue inaugurada como el Museo
Mural Diego Rivera.
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